VISTO Y LEIDO
› Por Liliana Viola
Desorden moral
Margaret Atwood
Editorial: Bruguera
290 páginas
Si la intención es conocer a Margaret Atwood, la canadiense que se ganó el Premio Príncipe de Asturias y dejó con las manos vacías a García Márquez, Eduardo Galeano y Murakami, entre otros, no está nada mal empezar por el final, es decir por una de las últimas novelas que publicó y que afortunadamente se encuentra traducida al español y desde hace unos meses en librerías porteñas: Desorden moral. Pero habrá que leerla sabiendo que esto no bastará. No es suficiente, sin dudas, no sólo por la cantidad de novelas, poesías, guiones de televisión y ensayos que ha escrito desde que comenzó, cuando tenía 16 años, sino porque se encuentran disponibles también en castellano trabajos anteriores, como La mujer comestible (1969), Chicas bailarinas (1977), o La maldición de Eva (2006), que demuestran la capacidad de esta autora para camuflarse en diversas voces, puntos de vista, temáticas. Atwood tiene la capacidad de ser muchas autoras sin por eso perder jamás el estilo ni la voz que entre líneas siempre combate contra alguna inercia. Poeta, novelista, crítica literaria, profesora y activista de los derechos humanos, son algunas de las definiciones que enunciaron los jurados, quienes también resaltaron su aporte al feminismo. “Dicen que soy feminista, pero quiero aclarar que empecé a tratar en mis novelas las temáticas de género mucho antes de que empezaran a circular por allí.” Se defiende con una sencilla amalgama de soberbia y humildad que también es parte de un sello que unifica toda su escritura.
Desorden moral está dividida en 11 capítulos, que algunos han querido ver como cuentos enlazados, pero que en realidad conforman una cuidada selección de recuerdos, instantáneas, escenas significativas de varios personajes que pertenecen a una misma familia, a un mismo lugar y a la misma trama social canadiense desde los años ’30 hasta casi llegar al presente. Si la crítica ha destacado siempre como su gran fuerte la creación de personajes femeninos ya entrados en esa etapa que P. D. James llamó “la edad de la franqueza”, en el primer capítulo, con la presencia de Nell, la protagonista, avala su fama. Recuerdos de infancia, las clásicas relaciones entre hermanas, la relación madre e hija, entre otros cuadros familiares, van apareciendo con la abulia de un cuadro realista mientras que una intriga, sutil pero presente hará su ingreso en los capítulos finales. Pequeñas mentiras, pequeñas diferencias en los puntos de vista y los destiempos, al fin y al cabo, se presentan como los elementos clave que hacen que una vida sencilla –una novela aparentemente sencilla– no se parezca a ninguna otra.
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