Vie 18.07.2008
las12

ENTREVISTA

La mirada como distancia

Una investigación conjunta e interdisciplinaria sobre los acontecimientos mediáticos, artísticos y políticos recientes fue el punto de partida de Pretérito imperfecto. Lecturas críticas del acontecer, que recopilaron Leonor Arfuch y Gisela Catanzaro, en el que se revisan las marcas de los discursos recurrentes del neoliberalismo en la construcción y participación de la ciudadanía, tomando en cuenta la corta distancia de la subjetividad y la urgencia de la trama histórica en que los acontecimientos suceden.

› Por Verónica Engler

En un trasfondo durativo de lo todavía reciente y a corta distancia de los hechos que configuran nuestra realidad, así fueron analizados diferentes acontecimientos –mediáticos, artísticos, políticos– que signaron de una u otra forma la historia argentina reciente. En Pretérito imperfecto. Lecturas críticas del acontecer (Prometeo Libros), compilado por Leonor Arfuch y Gisela Catanzaro, están los trabajos críticos que realizó el grupo dirigido por la propia Arfuch en el Instituto de Investigaciones Gino Germani de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA. Bajo el paraguas que les aportó un proyecto de investigación conjunto, “Identidades narrativas: historia, experiencia, contemporaneidad”, cada integrante del equipo pudo desplegar su escritura y un método multidisciplinario (que abreva en la lingüística, la semiótica, la sociología y el psicoanálisis, entre otros campos) para intentar desentrañar la cuestión de la Nación desde su “puesta en escena mediática”, los discursos recurrentes del neoliberalismo económico, las estrategias televisivas de la “nueva derecha”, pero también la difícil relación entre arte, política, memoria y comunidad.

“La corta distancia no apela a dejar ‘que los hechos hablen por sí mismos’, lo que haría un empirismo ingenuo, sino más bien a otra forma de tratar el acontecimiento que implica reconocer que los conceptos están urgidos por la trama histórica en la cual son producidos”, reflexiona Catanzaro. “Corta distancia también significa cerca de la propia sensibilidad personal y política –agrega Arfuch–. La teoría no nos distancia como observadores que dejamos la subjetividad afuera y construimos un hipotético punto de observación objetivo sin contaminar.”

¿Cómo es la constitución de este sujeto descreído, cínico, que integra la llamada “nueva derecha, que analizan en Pretérito imperfecto?

Gisela Catanzaro: –Con relación a cómo se constituye este sujeto cínico, que no es una propiedad exclusiva de la derecha, me parece que hubo un vaciamiento de los símbolos, un desanclaje entre las palabras y los hechos. Algo que no se acabó con los ’90, más bien me parece que en este presente seguimos viviendo los efectos de disociaciones graves del sentido de las palabras que no se hacen cargo de la sedimentación histórica, de lo que Sartre llamaba “la resaca”, lo que pesa, lo que arrastran los sentidos de las palabras en las que vivimos. Lo que estábamos tratando de pensar eran los límites de determinadas categorías teóricas, como la de ideología, con la que se había pensado sobre la derecha ideológica en términos de un tradicionalismo más o menos banal que, definitivamente, no nos permitía pensar lo que estaba pasando en los ’90, no nos permitía pensar un discurso como el de (Daniel) Hadad (en el programa Después de hora). Entonces intentamos recuperar el análisis de (Slavoj) Zizek, de (Peter) Sloterdijk, de (Fredric) Jameson, que permitían dar cuenta de ciertas transmutaciones ideológicas. Esto no es nuevo, pero en los ’90 se puso más fuertemente en juego este modelo de desanclaje radical del sentido histórico de las palabras; por ejemplo en un programa como el de Hadad, era la risa irónica la que sobredeterminaba el sentido de todo. Efectivamente se defendían determinados valores, como por ejemplo la convertibilidad y no la intervención del Estado en la economía, pero el sentido fundamental de esa ideología cínica era decir “hoy sostengo esto, mañana voy a sostener otra cosa, y me río de todo, y voy a poder transitar por las máscaras que me brinden un mayor beneficio”. Lo que tratamos de pensar es lo que Zizek llamaría “la ilusión de estar más allá de la ilusión”, la ilusión de que el sujeto se hace absolutamente cargo de su transmigración, con todas las máscaras, lo cual es una nueva ilusión, la ilusión posmoderna de estar más allá de las ilusiones modernas, de estar más allá de la ideología.

Leonor Arfuch: –Hay como una especie de vaciamiento argumentativo, se manejan consignas vacías, y no hay realmente una lógica argumentativa. Lo que se puede ver es que lo que aparece como una plataforma o ciertas reivindicaciones y propósitos desde una parte de la contienda ideológico-política, aparece luego reapropiada del otro lado. Y eso es muy desestructurante a nivel de la ciudadanía. Me parece que en este momento la configuración de la posición del ciudadano es bastante complicada.

¿Qué efectos sobre la subjetividad produce esta risa irónica de trasfondo que parece haber imperado en muchos ámbitos durante la década del ’90?

G. C.: –La ilusión de que no portamos marcas, de que podríamos volver a nombrar las cosas por primera vez, la ilusión del origen básicamente, pero ahora cargada con un sujeto triunfante, que es un sujeto extremadamente individualista que no cree en movimientos colectivos, salvo de un modo instrumental, es decir, puede poner fichas en un movimiento colectivo por una utilidad circunstancial, no porque en ello le vaya su propia constitución subjetiva. Esa posibilidad de desanclaje constante lo que genera es la ilusión de comienzos absolutos, radicalmente individuales, sin marcas históricas y sin marcas del colectivo, porque el colectivo hace que nada pueda ser tan puro que sea su propio principio. En las campañas electorales, por ejemplo, hace mucho que cuesta distinguir los argumentos. En la de Macri era llamativo ver que él tenía conceptos de sus contrincantes políticos, eso generaba una desorientación general. Esto no podría ser posible sin esas transmutaciones ideológicas de la década del ’90. Pero también está la huella de 2001, cuando se cuestionaron determinados modos de hacer política, se le exigía a la política que fuera más que pura representación y mediación. Hoy, por el contrario, esa forma de movilización es adoptada como pura máscara, ese cuestionamiento a las instituciones se da en nombre de un individualismo exacerbadísimo.

L. A.: –Además hay un descreimiento generalizado de la política, un vaciamiento de las figuras de autoridad en general y de dispositivos institucionales, como poca fe en la estructura institucional que puede desencadenar en el “que se vayan todos”, esa cuestión desinstitucionalizante, como un descreimiento generalizado en torno de la política, la idea de que efectivamente los intereses que mueven no son ya ideológicos, o no son ya programáticos, en el sentido de que alguien quiera dejar una marca histórica en su gobierno sino que lo que priman son intereses materiales.

Este escenario en el que cualquiera puede decir cualquier cosa y desdecirse rápidamente, ¿no tiene finalmente un efecto paralizante, de retraimiento?

L. A.: –El plano de las subjetividades es bastante más complejo, ahí entran múltiples variables, que no son solamente las coordenadas políticas, coyunturales, sino mil otras, culturales, biográficas, de todo tipo. No sé si se genera una parálisis sino más bien que supone un vaciamiento de horizontes, esta sensación de poca proyección, una cosa muy atada al día tras día. La idea de futuro es muy esquiva, habría como una especie de aceleración sobre el presente, que condensa y condensa. Hay como una especie de vacío, perceptible en general y también en los discursos institucionales. Parece que el futuro es sólo un significante usado por las aseguradoras de riesgo de vida, pero después está ausente de otro tipo de discursos y de otro tipo de elaboración, y eso es en cierto modo inquietante. A veces hay también un uso del pasado que es estratégico, para configurar una posición de autoridad, para llenar un vacío políticamente correcto, pero no está incorporado como experiencia. Es como si ese pasado que pesa, y gravemente, hubiera quedado congelado. Somos un pueblo ligero.

Sin embargo, en el arte que aparece analizado en el libro pareciera haber un trabajo sobre la memoria.

L. A.: –Sí, creo que la memoria es una cuestión complejísima, y no es un singular, siempre hay múltiples memorias en conflicto, no solamente para el pasado reciente y la memoria de la dictadura. La narrativa de la memoria no puede ser simplemente un relato de los hechos del pasado, siempre tiene que ser marca conflictiva desde donde se recuerda, como peso y gravedad sobre el presente. Ahí también hay un punto problemático que tampoco es fácil zanjar, si uno lo lleva a la cuestión de qué hacer con ese pasado. Hay un ejemplo concreto que es la ESMA, que es un enigma teórico, político y estético, porque por un lado tiene un peso trágico imposible de asimilar, y por otro lado es un espacio que también tiene que ser ocupado por alguna idea de posteridad. La cuestión, muy compleja, es cómo ocuparlo.

Algunos plantean la idea de contra-monumentos, trabajar la cuestión de las memorias no desde una fijación a un objeto para la contemplación sino desde algo capaz de generar múltiples relatos.

L. A.: –Sí, la obra tiene que inquietar, perturbar, marcar el vacío, la falta, la fisura, lo que es irrecuperable, más que ofrecer una superficie armónica y tranquilizadora, porque de ese modo un monumento se pierde en la inmensidad del paisaje. En ese sentido, el monumento que está detrás del Parque de la Memoria, que es el muro de nombres, es un intento de una apertura reflexiva, una cosa muy austera que no cierra, que se abre con los nombres y las fechas, y las asociaciones que el paisaje y ese uso del espacio genera. Esa concepción del espacio, que se inspira muchísimo en las experiencias de contra-monumentos que se han hecho en Alemania con relación al Holocausto y al nazismo en general, aporta esa idea de apertura, de diversidad, de que no todo está dicho, que cada uno tiene su propia relación con ese objeto y puede buscar en él distinto tipo de cosas.

G. C.: –En el contra-monumento está la idea de que hay algo a ser producido ahí, que los objetos de la cultura reclamen que algo sea hecho con ellos. Hay que hacer algo con eso, porque no podríamos no hacerlo, porque algo de nuestra propia vida se va en intentar producir algo con ese dilema que nos presenta este objeto.

¿En qué sentido aportan las teorías feministas en general y la teoría queer en particular al campo de las narrativas de las identidades y de las subjetividades en el que trabaja el grupo de ustedes?

G. C.: –Hay una política de la escritura y del pensamiento implicada en los modos del conocer. El feminismo tal vez evitó caer en la ilusión de que la teoría garantiza su excelencia cuando se mantiene incontaminada de problemáticas políticas. Hay un cierto materialismo del feminismo de no caer en esa ilusión, y al mismo tiempo reconocer el momento de especificidad de la teoría, porque una práctica política y una teórica no son equivalentes, ni deberían serlo.

L. A.: –Dentro del feminismo hay teoría política y pensamiento crítico muy elaborado y muy agudo que apunta a la reconfiguración de cómo se analizan las identidades más allá de su objeto en particular. Aporta potencia no solamente para la consideración de la diferencia sexo-género, y las multiplicidades, sino para el pensamiento político y ético del momento. De hecho, Judith Butler (una de las autoras trabajadas en un texto del libro) en particular ha ido corriéndose un poco de la teoría de la performatividad del género, que es su concepto fuerte, para considerar un poco esta fragilidad del ser contemporáneo, y está preocupada especialmente en esta especie de momento trágico del mundo donde efectivamente esa fragilidad y el horror de lo que pasa parece envuelto en una especie de ligereza y naturalización.

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