VISTO Y LEIDO
› Por Liliana Viola
Quién mató a la cantante de jazz
Tatiana Goransky
Tantalia ediciones
Una nouvelle de jazz. Un policial sin la menor intención de resolver el enigma. Una breve excursión fuera de toda pretensión de realismo.
Cuando se encienden las luces, lectores y lectoras se enteran de que la cantante de jazz ha muerto. Asesinada. Enseguida, el perfil de la cantante, profesional, especial, bella hasta el estereotipo de mujer irresistible y marcada por una madre que decidió desde antes de su nacimiento, su destino de cantante de jazz. A partir de aquí, el texto entero se organiza según sus internas condiciones de posibilidad, una especie de laxa partitura sobre la que cada personaje improvisa cuando le llega el turno. La perspectiva de cada uno aporta su voz, tan parecidas entre sí, y modifica entonces la percepción sobre el personaje siguiente. Abundar, hacer variaciones, sobre un mismo tema es lo que saben hacer los extraterrestres del mundo del jazz. Las claves de la construcción de la trama se hallan encriptadas en los comentarios de los mismos protagonistas. De tal manera que si la cantante de jazz es un carácter estático y carente de todo relieve, se debe a que así ha sido concebida por su madre y por todos los testigos: es una pieza, un típico ejemplar. El encargado de buscar al asesino o asesina será un policía, pero sobre todo un ex músico de jazz. Sólo él puede desentrañar este entuerto debido a que la lógica del mundo que presenta Goransky es una lógica musical y no discursiva. Plagada de variaciones, citas encubiertas, melodías que se repiten y, sobre todo, ritmo.
En el jazz, todos los músicos son solistas en algún momento dado. Acá también. Organizada por capítulos breves, se irán escuchando las voces de la víctima, de su madre, del investigador y de todos los sospechosos. La sospecha mayor a medida que esta curiosidad avanza en clave de Felisberto Hernández y también de Les Luthiers –¿Quién mató a Tom McCoffee?– es que se trataba finalmente de ingresar a un mundo de clubes, a altas horas de la noche, notas sueltas, instrumentos y frustraciones. Se trataba no de descubrir quién mató exactamente a la cantante y tampoco se trataba de escribir un tratado, una obra definitiva sino un ensayo jocoso sobre cómo es posible convivir, como una forma de arte, con esa pregunta repitiéndose, leitmotiv, gota de agua, una y otra y otra vez.
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