REGINA GALINDO
En su país natal, Guatemala, Regina Jose Galindo ya es una leyenda urbana. La artista de prestigio internacional se ha envuelto desnuda en bolsas de plástico en plena calle, ha leído poemas colgada de un hilo y se ha sometido a una vaginoplastia como respuesta y alerta a la hipocresía y a la indiferencia de sus consumidores. Un arte en el que el cuerpo propio es a la vez escenario y material de trabajo.
› Por Leonor Silvestri
Quienes visiten Guatemala no se irán de allí sin haber escuchado algo sobre una leyenda urbana del arte local. Alguien les hablará muy pronto de una chica que se metió en una bolsa de plástico transparente completamente desnuda y se pasó 24 horas tirada en el basural donde usualmente aparecen fetos y bebés muertos haciendo frente a la inacción y la pasividad de la concurrencia que iba y venía, tan acostumbrada al espanto. También es famosa por haberse escrito en la pierna con un cuchillo la palabra “perra”, palabra que aparece escrita en los cuerpos víctimas de los feminicidios de Guatemala y México. “De todo lo que se escribe sólo me interesa aquello que se escribe con la propia sangre.” “Escribe con sangre y sabrás que la sangre es espíritu”, decía Federico Nietzsche. Y Regina Jose Galindo hizo cuerpo el verbo en su trabajo como artista conceptual y callejera que le valió loas mundiales, entre ellas el León de Oro en la Bienal de Venecia 51 en el 2005 (y también parte del rechazo local de las vacas sagradas del arte de su país).
Regina Jose Galindo nació en 1972 y su carrera comienza bien arriba, literalmente: en 1999, se colgó del puente de la torre de correos, a 10 metros de altura, en el “mero centro” de la ciudad de Guatemala, y leyó poemas que nadie oyó, como usualmente pasa con la poesía, y generalmente pasa cuando las mujeres hablan, mientras tiraba las hojas al viento, una vez leídas. El gesto: poemas descartables, palabras de una poeta que a nadie interesan, mientras la vida de una mujer pende de un hilo.
Pero su trabajo no busca necesariamente escandalizar. Mientras una buena parte del arte conceptual hoy en el mundo gira en torno de imágenes acomodaticias y, hasta si se quiere, bellas, Regina trabaja hasta el límite de la abyección, toma riesgos físicos inimaginables, y transfiere todo el poder visual, metafórico, simbólico de su trabajo sobre su propio cuerpo. Poner el cuerpo, de eso se trata. Aquí no hay lugar para el placer ni el regocijo visual, como dice uno de sus poemas: Soy lugar común / como el eco de las voces / el rostro de la luna / Tengo dos tetas / –diminutas– / la nariz oblonga/la estatura del pueblo / Miope / la lengua vulgar / nalgas caídas / piel de naranja / Me sitúo frente al espejo / y me masturbo / Soy mujer / la más común / entre las comunes.
Vivir Aquí fue el nombre de la instalación colectiva del museo Ixchell, 2000, en Guatemala, que se montó bajo la pregunta ¿qué significa vivir en Guatemala?. Regina entonces se inyectó 10 miligramos de Valium y se quedó así, inmóvil e idiota, en el subsuelo del museo, parafraseando en un diálogo intertextual y mudo al guatemalteco Miguel Angel Asturias: “En este país sólo se puede vivir borracho o inconsciente”. Vivir en Guatemala en el nuevo siglo, después de tanta muerte, 36 años de guerra civil, 260.000 muertos y desaparecidos, en su mayoría indígenas mayas, y todavía la muerte persiste: “Lo que yo trabajo es tan radical porque soy guatemalteca; surge de dónde procedo, de qué estoy hecha, de qué imágenes estoy formada. Soy violenta, soy agresiva. Por eso todo lo que hago es igual, es violento y agresivo. No soy violenta conmigo misma, sino es una cuestión más formal, hay una relación positiva entre yo y mi cuerpo. Pero sí, el resultado es visceral y violento, porque todas mis propuestas son de la realidad guatemalteca, del contexto latinoamericano. Porque esta realidad es violenta. Y ya nadie se conmueve”. Regina, que se inició como poeta, agrega a la idea en uno de sus versos Soy guerra/bomba lacrimógena/bala perdida.
En otro de sus primeros trabajos (El dolor en un pañuelo, 1999), Regina aparece desnuda, con los ojos vendados y atada a una cama vertical, mientras proyectan sobre su cuerpo noticias de violaciones y abusos cometidos a mujeres en Guatemala. Esta imagen marca el ritmo de su arte: verdad y denuncia. Sobre su cuerpo se leen los titulares: “Treinta violaciones en sólo dos meses”. Cada instalación/performance es fascinante en el sentido místico del término. Esto no es un juego, ni un laboratorio. Regina está guiada por la fuerza de la determinación, que la lleva a sepultarse viva en un cubo de piedra completamente cerrado, durante 24 horas, en absoluto silencio y soledad. Dentro hay bocinas que amplifican el sonido. Allí dentro, desnuda, se flageló 279 veces, un latigazo por cada mujer asesinada en aquel año en Guatemala. El público sólo alcanzaba a ver el cajón, mientras escuchaba los gemidos y los golpes. La obra se llamó justamente Golpes (2003). Como en la vida real, todo el mundo sabe lo que pasa, lo escucha, pero nadie lo ve, ni quiere verlo, ni hace nada al respecto. Por eso, Regina no nos permite la distancia que la fotografía cede cuando se asiste en vivo a sus actos, aunque la única forma de tener registro de su testimonio luego sea ésa. Ella nos incluye en el presente de la obra y afirma: “Ahora ya no me hago cuestionamientos, estoy firme en lo que hago, porque conceptualmente me interesa hacerlo y mostrarlo, por eso tengo el cuerpo, ése es mi vehículo”. Así se hizo retratar en público desnuda mientras un reconocido cirujano plástico trazó en su rostro y cuerpo todas las cirugías que necesitaba para ser perfecta según los cánones estéticos contemporáneos y occidentales, dejándola completamente cubierta de trazos de marcador, poniendo en evidencia lo superficial, en su trabajo Recorte por la línea (2005). Su cuerpo es un lienzo, una bandera, para expresar un trabajo personal y político: cuerpo encadenado, enclaustrado, violado, excluido de cualquier relación social, teatro de un conflicto sin fin entre su femineidad y el proceso político latinoamericano, y guatemalteco en especial, en un esfuerzo sin precedentes por no ser expropiada de su propia subjetividad. En el 2001, Regina fue invitada a la Bienal Iberoamericana de Lima. Desde su partida en Guatemala y hasta su regreso al país, participó del encuentro con los ojos vendados. Durante 5 días y con ayuda de una guía, Galindo jamás se destapó. ¿Qué quiso decir con ese gesto? No lo explica. La obra se termina en la instancia de la recepción: que cada quien piense lo que quiera. Sin embargo, visibilizó la responsabilidad que hay en el ver, y en el no ver, cuando una viaja, o cuando una se queda. O mejor, como Homero, que etimológicamente quiere decir “el que no ve”, no hace falta contar con el sentido de la vista para comprender en un mundo plagado y superpoblado de imágenes fragmentarias.
Quizás uno de sus momentos más fuertes sea el video Himenoplastia (2004), una de las obras presentadas en la Bienal de Venecia. Regina se hizo y filmó lo que muchas mujeres guatemaltecas también hacen para conseguir mejores matrimonios, un mejor status social, o para ser comerciadas como esclavas sexuales en las redes de trata de personas: se reconstruyó el himen en una clínica guatemalteca, a un muy alto precio simbólico y material. Le cortaron los labios inferiores y se los colocaron en el interior como una suerte de nuevo himen. Antes de llevar el video a Venecia, esta obra fue parte de la exhibición colectiva llamada Cinismo porque “Se anuncia en los periódicos ‘vuelva a ser virgen...’ una doble moral no sólo de las mujeres, sino de los hombres y de toda la sociedad. Es curioso cómo el público guatemalteco se escandaliza por una acción-ficción, pero no por la realidad”, afirma. Regina Jose Galindo ni está sola ni surge de la nada. Aunque ella no lo cuente entre sus influencias, se puede leer al accionismo vienés de los ’60, utilizando el cuerpo como instrumento para una práctica revolucionaria, tanto artística como política. Asimismo, forma parte de una corriente de mujeres como Lorena Wolffer, Ana Mendieta o Gina Pane, donde el cuerpo toma significación como idea artística y se transforma en un elemento subversivo, se inserta en la realidad para actuar directamente y construir una identidad. “Aunque tengo la certeza de que el arte no cambia el mundo, no cambia nada, pero es lo que decidí hacer y lo voy a seguir haciendo. El arte me salva a mí. Mi cuerpo no es individual, es un cuerpo social, global y colectivo, somos todos al mismo tiempo nosotros mismos y otros.” Un arte que denuncia qué es lo que no ha hecho cada individuo, por qué ha tolerado lo que ha tolerado, y por qué no despertamos de una vez por todas del aletargamiento hacia algún tipo de conciencia.
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