SEXUALIDADES
La sexualidad, ese campo que hasta hace poco monopolizaban la psicología y la medicina, se presenta desde otras perspectivas en el libro Todo sexo es político, publicado recientemente por la editorial Del Zorzal. Sus autores y autoras analizan escenas puntuales de la sexualidad en la Argentina de hoy, desde sus disciplinas y también desde una posición claramente involucrada.
› Por Veronica Gago
“Todo sexo es político”: sí, es una paráfrasis de la letra de Los Redonditos de Ricota, y por eso tal vez evoque cierta fuerza de consigna. Eficaz en su síntesis, aquí funciona como una declaración político–conceptual, de marco a la presentación de varios estudios sobre las sexualidades en la Argentina. Compilado por Mario Pecheny, Carlos Figari y Daniel Jones, este libro (editado por Del Zorzal) es el resultado de un espacio de trabajo interdisciplinario: el Grupo de Estudio de Sexualidades del Instituto Gino Germani (UBA). A modo de avances de investigación, se reúnen escritos que trabajan sobre líneas teóricas diferentes, pero con un eje común: una perspectiva micropolítica que problematiza las relaciones de sexo-género a partir de cuestionar el patrón de la heterosexualidad obligatoria. Los bloques son cuatro: sociabilidad y violencia; identidades de género y prácticas sexuales; conyugalidades y parentalidades; y, política y movimientos sociales. “Nos hemos constituido como espacio de producción de conocimiento sobre este tema, que hasta ahora ha sido monopolizado por la psicología o la medicina, como visión particular, y por el periodismo como visión más general, pero que no había sido abordado de este modo por las ciencias sociales”, explica Figari a Las12.
Desde la introducción se cuestiona la práctica misma: ¿a quiénes se investiga? La perspectiva elegida es clara: no se trata de víctimas sino de sujetos de palabra y deseo, de relaciones y derechos. La “estrategia de victimización” –dice Pecheny– lleva a la despolitización de los conflictos, a su privatización y a la neutralización de la acción colectiva. Contra la “victimización funcional, o al menos coherente con el modelo neoliberal”, los autores/as se proponen presentar experiencias y reflexiones que, a la vez que admiten las condiciones de vulnerabilidad de las que parten, sobre todo subrayan la construcción de valentías personales y grupales, y a la vez que reconocen los miedos que se transitan cuando se está más allá de la norma, los exponen en la medida en que conviven con iniciativas políticas.
Pero, ¿quiénes son los que investigan? “Todos estamos atravesados por la manera en que cada uno se sitúa frente a la militancia con grupos fincados en la subalternidad. No me gusta la postura del investigador que dice “dar la voz” a esos sujetos otros. Más bien lo que se establece es una relación interesante con estos sectores para legitimar discursos científicos, sin que sea una relación en la que se ejerce violencia epistémica sobre el otro”, aclara Figari. Y recuerda la frase de Lohana Berkins –“No vengo de travestilandia”– para ironizar sobre la imagen de un mundo excesivamente codificado, creado en buena medida por los investigadores, donde abunda “la generalización y la reificación del fenómeno que estamos queriendo ver”.
Se trata, en todo caso, de temas de investigación que no pueden presentarse despojados del involucramiento de quien investiga. Sobre todo teniendo en cuenta que se visibilizan al ritmo de una agenda activista y que tienen una carga polémica directa sobre el espacio público.
“Estas investigaciones se vinculan con la aparición de toda una serie de demandas y pedidos de derechos con los que se siente afinidad. La expectativa es hacer una investigación que contribuya a esas demandas. En este sentido, no trabajamos sobre hipótesis de lo que podría pasar sino sobre realidades que ya existen: por ejemplo, las nuevas formas familiares”, aclara Micaela Libson.
Patricia Schwarz, autora de Las lesbianas frente al dilema de la maternidad, trabaja a partir del relato de un grupo de entrevistadas para pensar cómo aparece la maternidad desde sus experiencias y expectativas. El contrapunto fundamental –de la investigadora y de las propias entrevistadas– es con la imagen social de las lesbianas como mujeres “no apropiadas para ejercer la maternidad”. Los miedos y desafíos se van narrando alrededor de cómo cada una enfrenta los mandatos de las familias de origen, la fantasía de discriminación que sufrirán sus hijos/as, pero también frente a la batalla legal que deben encarar en caso de que se trate de disputar la tenencia de hijos provenientes de parejas heterosexuales anteriores. Schwarz sintetiza el dilema de la siguiente manera: “Como mujeres deben tener hijos, como lesbianas deben evitarlo”.
Micaela Libson, por su parte, analiza las cartas de lectoras y lectores al diario La Nación para leer en ellas en qué creen los que opinan sobre las familias homoparentales. Hay una que es especialmente ilustrativa. Dice: “Quiero agradecer, a través de La Nación, las declaraciones de la modelo Valeria Mazza en torno de lo negativo que significa dar hijos en adopción a parejas homosexuales. (...) Agradezco los esfuerzos de esta modelo por defender la familia”. “Un modelo de pensamiento” titula el matutino, refiriéndose obviamente a la virtuosa combinación que Mazza representa: ¡modelo de cuerpo y espíritu!
Los argumentos recurrentes de esta opinión pública que se toma el trabajo de enviar sus comentarios es que los hijos de las parejas conformadas por dos personas de un mismo sexo sufrirán un “daño psicológico irreversible”. Esto se justifica en ciertos saberes “psi”, que Libson, en diálogo con Las12, detalla: “Las disciplinas ‘psi’ y las jurídicas producen los discursos de autoridad a los que se apela para hablar de las sexualidades en general. Y para eso no hace falta ser especialista: son argumentos difundidos y repetidos por el sentido común”.
Tras la crítica a la familia en los años ’70, se la ha deconstruido de forma práctica por medio de la invención de nuevas formas familiares. Sin embargo, según Libson, sólo el modelo homoparental es el que no conserva ningún elemento tradicional. “A partir de la existencia de familias monoparentales y su estudio sociológico, se empieza a problematizar la necesidad de un padre y de una madre, y se admite que puede haber familias de un solo miembro y de un solo sexo: una madre sola o un padre solo. Pero las familias que no se inscriben en el modelo heteronormativo, cuestionan la idea misma de familia en un sentido que va más allá.
Sin embargo, Libson admite ya no estar tan conforme con el término “homoparentalidad”: “Se circunscribe a la noción de homo que es psicoanalítica, y puede funcionar como un límite. Hoy creo que hay que investigar mucho más cómo se desarrollan estas nuevas relaciones en la práctica cotidiana”.
A través de la redacción de “escenas” –construidas a partir de investigación participante y no participante en dark-rooms (túneles o cuartos oscuros de los boliches), saunas y lugares de encuentro gay o mix, pero también por medio de entrevistas y recursos de Internet (chats, blogs, sites, mails)–, en su artículo “Heterosexualidades masculinas flexibles”, Figari discute la cuestión identitaria, sin desvincularla de cierto debate teórico político: “Me interesa lo que pasa en intersticios del deseo que no encajan en el par hétero ni en el par homo; son sexualidades periféricas de las propias sexualidades periféricas que no encajan en ningún tipo y que, por eso mismo, llevan a discutir las bases de las otras dicotomías”.
Lo que se cuestiona –a lo largo de esta sucesión discontinua de escenas– es la obligatoriedad de definición: “Intento desarrollar toda una discusión sobre la experiencia semiótica, donde no hay una reflexividad cognitiva de saber que somos sino que se trata de prácticas en las que se pueden construir un nosotros experiencial que no tiene una nominación específica y definida”.
Todo sexo es político puede finalmente leerse extendiendo este método de la flexibilidad: como una compilación de escenas diversas, con lenguajes heterogéneos entre sí, que recorren los modos del placer y del pánico, las formas de identidad y sus modos de disolverse o agrietarse, las luchas por visibilizar prácticas sexuales no regladas y las exigencias de nuevos derechos, narrando así hasta qué punto todo sexo es político.
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