IN CORPORE
› Por Soledad Vallejos
“Apoyar a las madres a lactar mejorará las posibilidades de supervivencia de los niños y las niñas”, fue la declaración oficial de Unicef durante estos días, a cuento de unos en especial: la Semana Mundial de la Lactancia Materna. Así es como las cuestiones de salud pública se vuelven temas de la agenda internacional, se refuerzan y promocionan en sus perfiles variados. Con la lactancia viene sucediendo desde 1992, cuando se logró el acuerdo entre Unicef, la OMS y la Alianza Mundial pro Lactancia Materna; desde entonces se “celebra” en más de 120 países para “promover la lactancia durante los primeros seis meses de vida del lactante, ya que representa enormes beneficios para su salud al proporcionarle nutrientes fundamentales, protegerlo de enfermedades mortales como la neumonía y fomentar su crecimiento y desarrollo”. Los organismos del sector estiman que sólo un 38 por ciento de los bebés menores de seis meses se alimentan exclusivamente de leche materna. En la Argentina, más de la mitad de los bebés de hasta 2 meses lo hacen. A los 6 meses, sólo 3 de cada 10 bebés (36%) continúa con la leche materna como único alimento; el 13 por ciento de esas niñas y niños atraviesan el momento del destete.
De acuerdo con la Encuesta Nacional de Nutrición y Salud, el 95,4 por ciento de las niñas y los niños inician su alimentación con pecho materno. De allí que Unicef concluya que “esta práctica se pierde en un 50 por ciento durante los 2 primeros meses de vida, donde cobran vital importancia la disposición de la madre, pero sobre todo la existencia de un entorno de protección y apoyo a las madres para que continúen con el pecho exclusivo, pudiendo brindarles a sus hijos el mejor alimento para su crecimiento y desarrollo”.
Allí viene (no casualmente) uno de los quid del asunto: todo aquello que rodea a la mujer en etapa de amamantamiento. Vale decir que en torno de esta celebración de la lactancia materna y sus bondades se armó, a fin de colaborar en el proceso, una red de “Hospitales Amigos de la Madre y el Niño”, como parte de una estrategia urdida por OMS, OPS y Unicef para brindar “asistencia técnica y capacitación a hospitales para que se brinden servicios de salud favorecedores del inicio precoz de la lactancia materna”. En nuestro país son 58 los centros acreditados ad hoc, lo que quiere decir que 90 mil bebés (18%) nace en uno de ellos. No todos, pero sí al menos algunos de ellos están lejos de ser instituciones públicas y gratuitas (es el caso, por ejemplo, de la Maternidad Suizo Argentina).
Claro que los contextos importan. Que un hospital esté capacitado para explicar a una madre cualquiera las ventajas de amamantar a su bebé no deja de ser una manera de democratizar la información, de prevenir enfermedades, de fortalecer lazos entre madre e hijo. Pero –inevitable–, ¿qué pasa cuando ese bebé nace en un hospital no tan amistoso con ciertas prácticas de amamantamiento? Más aún: ¿qué pasa cuando ese amamantamiento se suspende, por caso, debido a motivos laborales? O cuando resulta imposible justamente por ellos: la existencia de redes de guarderías públicas, pongamos, ¿no sería tanto más favorable para el niño y la madre? El tema es que a veces, por más que los objetivos sean altruistas, pareciera que algunos cuerpos se vuelven envases: ¿por qué, todavía hoy, gusta tanto presentar a la maternidad como una opción necesariamente excluyente de cualquier otra actividad vital?
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