TELEVISION
Carlos Portaluppi y Mabel Manzotti, gracias a la indiscutible química que los une y a la potencia de su rendimiento actoral, están robando cámara y también el corazón del público que mira la tira Vidas robadas (Telefé, martes a viernes 22.30), cuyo eje temático remite con rigor conceptual y alta calidad formal a la urgente y dramática problemática de la trata de personas.
› Por Moira Soto
Un gran acierto de casting, una actriz y un actor que combinan y se potencian en alto grado, dos personajes que han conquistado en buena ley las simpatías del público que sigue la telenovela Vidas robadas, probablemente la producción de mejor nivel en todos sus rubros que ofrece hoy la televisión abierta. La novela va por Telefé, martes a viernes a las 22.30. La protagoniza una pareja madre-hijo, que por momentos tiene más encanto y gravitación dentro de la tira que las parejas románticas que se van formando en el transcurso de relato (incluso la que está en vías de concretar el hijo con la inestable Alejandra). Cuando mamá Amanda y su hijo Fabio, ex fiscal, no tienen escenas conjuntas en algún capítulo –como sucedió el martes pasado, aunque el miércoles hubo resarcimiento– se los extraña de verdad.
Carlos Portaluppi y Mabel Manzotti, dos figuras muy estimadas del teatro, el cine y la TV, tomando un café con cardamomo y conversando animadamente con Las/12, demuestran que lo que se percibe en pantalla no tiene que ver solamente con sus notables recursos interpretativos. El aprecio mutuo se trasluce, lo mismo que la buena sintonía humorística. Pero en verdad el momento más divertido de la entrevista es impublicable: ocurre cuando Portaluppi, para demostrar que no es el único puteador de la novela, extrae su celular y hacer oír un mix de los insultos más soeces, feroces, truculentos proferidos con saña por Astor Monserrat. Es decir, el gran Jorge Marrale, un villano realmente temible que por suerte ha regresado de su presunto suicidio.
Además de tratar con impecable seriedad y evidente documentación el problema de la trata de personas –eje y motor de la trama– y de los refinamientos de realización, Vidas robadas propone un elenco numeroso y, en líneas generales, muy rendidor, en el que supo brillar Patricio Contreras (su Juan, ya muerto y enterrado). Entre otros/as, destacan Virginia Innocenti, Marita Ballesteros, Romina Ricci, Adrián Navarro, Juan Gil Navarro, Silvia Kutika, Sofía Elliot, se notan los esfuerzos de Facundo Arana, Soledad Silveyra dejó de lado el glamour y dos excelentes actrices jóvenes que han brindado actuaciones recordables en teatro, Magela Zanotta y Julieta Vallina aportan una naturalidad directa, sin tic alguno, a sus roles de mejores amigas (respectivamente, de la protagonista, una Mónica Antonópulos que progresa día a día, y de Rosario, la madre de Julieta, la chica secuestrada por la siniestra organización, actualmente en las garras de un pollo de Astor).
Mabel Manzotti se define sonriente como “de la vieja guardia” de la TV (Gorosito y señora, El Botón, Operación Jajá, El Chupete y una perla dramática como La mujer del Cholo, en los tempranos ‘80). También reivindica orgullosamente su paso como vedette –junto a Norma Pons, Pochi Grey y Amparito Castro– por la revista Es la frescura haciendo un cuadro musical con Pedro Sombra y un sketch con Fidel Pintos y el Gordo Porcel. Pionera de los musicales, hizo en 1961 El Novio, luego Los fantásticos, Paren el mundo, me quiero bajar, Hello Dolly. Debutó en la TV con Norman Brisky, en Los fanáticos. En el teatro alternó piezas dramáticas y comedias, hasta que se instaló con mucha repercusión en unipersonales, el último de los cuales, Más vale tarde que nunca, la llevó a dos giras por España (la última en marzo pasado).
Carlos Portaluppi pisó el escenario por primera vez en Mercedes, Corrientes, sin haber ido nunca al teatro. Fue en 1986, en quinto año: una profesora de francés muy intuitiva le propuso hacer Nuestros hijos, de Florencio Sánchez. Tan bien le fue en un festival de teatro de su ciudad que alguien le habló de una beca para venir a estudiar a Buenos Aires. Pero el joven Portaluppi tenía decidido que lo suyo iba a ser la arquitectura, aunque le había encontrado un buen gustito a eso de actuar. Estaba cursando la carrera elegida en La Plata cuando en una clase de Estructuras escuchó la palabra teatro dicha por dos chicas que estaban delante: “Me sumé a la charla, me invitaron a ir los lunes al centro de estudiantes, adonde venía un docente. Después estuve en la Escuela de Teatro de la Provincia, pero no me enganché mucho, hasta que me vine directamente acá a estudiar con Lito Cruz. Me formé fundamentalmente con él, Martín Adjemian y David Di Napoli. Después hice un seminario con Augusto Fernandes. Intenté terminar Arquitectura, pero el teatro me ganó de lleno”. Después llegaron los tiempos heroicos del Galpón del Sur, “ese sótano donde el agua te podía llegar a los tobillos y la rata más chica te cebaba mate, pero lo acondicionamos y me conecté con el espíritu más creativo del teatro. Después fue la experiencia avasallante de Ubú Rey: éramos un grupo de 26 chicos dirigidos por Pablo Ponce. Ahí conocí a mi mujer, Florencia Bendersky. Un trabajo de dos años para construir ese espacio, La Buhardilla, y preparar esa versión, uno de los trabajos más ricos que hice en el teatro, después pasamos al Teatro de la Campana. Luego del entrenamiento con Fernandes, conocí a mi actual maestro, Guillermo Ghío, con quien trabajo desde hace más de diez años en el grupo Humoris Dramatis, con el que hice El homosexual o la dificultad para expresarse, de Copi. Ahora estoy ensayando para el año que viene Casa de muñecas, versión y dirección de Daniel Veronese”.
“Este hijo mío trabaja mañana, tarde y noche”, bromea Mabel Manzotti en un diálogo donde alterna a la actriz y a su personaje de Vidas robadas. “Igual estoy reclamando que en la tira tenga más protagonismo, que se lo reconozca, que salga en los diarios, que bien se lo merece, pobre.”
¿Cómo llega el proyecto a vos, Mabel, luego de tantos años sin TV?
M. M.: –Es la primera vez que hago una tira. El proyecto me lo trae Norma Darienzo, pero yo no estaba nada segura. La primera vez que me junté con Carlos le dije que pensaba hacer cinco programas por mes y que prefería ensayar. “Sí –me dijo él–, a mí también me gusta pasar letra antes.” Grabé dos programas, me fui a España por el Mes de la Mujer a actuar, volví y me reincorporé. A mí me interesó mucho el tema y la forma en que iba a ser enfocado. Conocía trabajos de Marcelo Caamaño, le di mi voto de confianza. Mi hijo tardó en aparecer, como tres capítulos, pero ahora no me puedo quejar: tiene choclos así de largos de letra, y los dice muy bien. Con su modito, como compañero, Carlos no deja pasar una, y yo me siento totalmente amparada por él: por ejemplo, el coche me lo dejan meter dentro del canal porque él intercedió. Antes lo tenía que estacionar a cuatro cuadras, terminaba de grabar a las 8 de la noche, bien oscuro y me daba un poco de miedo. Pero Carlos me acompañaba hasta que hizo esa gestión: es un buen fiscal.
¿Alguna vez, Carlos, te habías puesto a pensar sobre la trata de personas?
C.P.: –Salvo como titular, era un tema que desconocía. Es decir, sabía que existía pero no era tratado a fondo por los medios, salvo vinculándolo a alguna noticia de actualidad. A medida que fui metiéndome en el problema, comprendí el enorme peso, la gravedad de la temática que estamos tocando: la trata de personas está entre los tres negocios más rentables del crimen organizado: tráfico de drogas, de armas y de personas... Redes nacionales e internacionales que están operando hace mucho tiempo, enquistadas, en un punto inaccesibles: lo demuestra la lucha que está llevando Susana Trimarco, hace varios años buscando empeñosamente a su hija Marita Verón. Me parece que en Vidas robadas, esta problemática esta tomada con mucho respeto, con rigor. Nosotros somos actores, no somos justicieros: la que realmente está peleando es Susana Trimarco; otras personas que buscan a familiares desaparecidos.
¿Desde un lugar de creación artística se puede tomar posición, comprometerse con ciertas causas?
C. P.: –Sí, claro, uno toma partido desde el momento en que elige estar en tal o cual proyecto. Por supuesto que era consciente de dónde me metía, y mi interés aumentó a medida que investigaba. También los autores nos alcanzaron mucho material informativo, lo que nos ayudó a entrar más profundamente en materia. Me pone muy contento la confianza que depositaron en mí al darme ese personaje, fiscal al comienzo, ahora ex fiscal. Porque a medida que va avanzando la trama, Fabio se da cuenta de que no puede resolver las cosas con la rapidez y eficacia que desearía, se encuentra con mil trabas. El se preparó, estudió junto con su madre: aunque el que se recibió fue Fabio, ella es tan abogado como él. Fabio se concientizó para estar del lado de la gente que más sufría en su necesidad de justicia. Y se fue dando cuenta de que para actuar efectivamente, tenía que ir por fuera de la institución, transgredir la ley. Ese es el conflicto más grande para él que, a su manera, es una persona moral. Tuve que trasmitir mucho en unos capítulos muy intensos para mí, con una contención muy grande por parte de Mabel. Fue una suerte haberla tenido a ella enfrente para hacer esas escenas, tan jugosas para mí. Entonces Bautista decide, desde otro lugar, encarar esa investigación con todo, jugarse la vida si hace falta para descubrir y denunciar a los culpables, para liberar a las esclavas sexuales. La madre, aunque lo sigue en sus ideas justicieras, se lamenta cuando él rechaza el puesto que le ofrece Astor, cuando aún no se sabe con exactitud la clase de delincuente que es.
M. M.: –¡Cien mil pesos por mes le ofrece! ¡Un auto cero kilómetro que le hablaba y obedecía! Todo eso en el momento en que renunció a la fiscalía y estamos viviendo de mi pensión. Claro, fuera de escena, en nuestras charlas de actriz a actor, yo tenía cierto resquemor, le decía: “Che, Carlitos, ¿vos estás hablando con el autor? ¿No vas a agarrar, no?”. “Veremos –me decía él–, todos mis compañeros de la tira me dicen que no agarre, pero habrá que ver qué decide el autor.” Yo me puse firme: “No podés aceptar, ¿para qué hicimos todos los capítulos anteriores?”. La novela propone este tipo de situaciones que le dan hondura. Y a la vez trata temas muy ligados con la realidad o que han quedado en el imaginario colectivo, como el episodio Yabrán, su suicidio nunca totalmente aclarado, las versiones de que está vivo en algún lugar.
¿Cómo surge esta complicidad entrañable que tanto ha pegado en la calle? Mucha gente espera que aparezca este rinconcito tierno, reconocible, gracioso, tan humano.
C. P.: –Todo ese logro tiene que ver con ella, con el despelote de actriz que es Mabel, con su calidez, con sus reflejos, la contención que me da desde su profesionalismo. Gracias a esas cualidades suyas se consiguen esos climas cuando actuamos juntos. Para mí es un honor trabajar con ella, un orgullo muy grande. Por otra parte, pienso que esas escenas llevan a un lugar de cierta descompresión en medio del drama tremendo. A mí, sobre todo, me tocan asuntos de mucha densidad y con Mabel aflora este humor entre líneas, ella le pone un subtexto que arranca sonrisas y alivia tensiones.
M. M.: –¿A vos te parece, como pasó esta semana, que yo llegue a mi casa después de una excursión frustrada a Luján, de jubilados, y me encuentre con semejante espectáculo? Se rompió el micro y nos hicieron seguir a pie, yo con mis juanetes. Hacemos una vaquita y logro volver para toparme con mi hijo encamado en mi casa, con su supuesto romance. ¿Cómo puede reaccionar una madre responsable? Sin embargo me contengo: “Sigan nomás con lo que empezaron”. Y mi hijo se pone mal... Ay, mi tesoro, mi bebé... Hablando en serio, quiero decir que le he tomado un gran cariño a Carlos como persona, que admiro su enorme talento. Aunque tenía muy ganado su prestigio antes de Vidas robadas, siempre pensé que con este papel tenía que pasar realmente a primera fila.
C. P.: –Por mi parte, me gustaría señalar que a mí me sorprende de continuo el nivel de los libros: tienen el cuidado y la calidad de los unitarios. Hay que tener en encuentra que se trata de una trama muy compleja, pasan muchas cosas por capítulo, hay distintas historias paralelas que se conjugan muy bien. Una demostración de que se pueden hacer cosas interesantes en TV si hay compromiso, exigencias, coherencia. En este, como decíamos, hay que sumar el hecho de que se ha instalado un problema tan grave, de suma actualidad, que a hecho tomar conciencia a mucha gente.
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