PLACER
Con cierta melancolía por aquellos años locos que todavía pueden respirarse en el barrio —aun cuando el vil metal que deja el turismo haya convertido los sitios históricos en maquetas para turismo—, el Museo de Montmartre, en París, dedica su exposición permanente al “hada verde”, la absenta, esa bebida con nombre de mujer que hizo alucinar a la bohemia de fines del siglo XIX hasta su prohibición, en los albores del XX.
› Por Marta Dillon
Ella siempre fue mujer, como las musas. Bebida verde, estimulante, digestiva, antifebril y hasta con propiedades abortivas, el consumo de absenta siempre estuvo ligado a ellas: de maneras crueles —sobra con ver los afiches en que a ellos se les cae la baba mientras esperan que a ella se le nuble la conciencia—, inspiradoras; siempre tentadoras. Hasta su nombre científico —artemisia absinthium— está regido por el nombre de la diosa de las amazonas, protectora de todas las mujeres, ¿casualmente? representada por la luna que rige el ciclo menstrual, el mismo que la absenta, decían en sus épocas de apogeo, podía convocar otra vez cuando no se deseaba estar encinta. La fantasía popular también la dotó de corazón femenino: la absenta es el hada, el hada verde que calma el dolor y las penas, abre el deseo, convoca a la inspiración. Aunque, como la luna, también muestra su otra cara: cuenta la historia que el día en que Rimbaud disparó el tiro que perforó la mano de su amigo y amante Paul Verlaine había estado bien regado de absenta. Y que si Van Gogh se cortó una oreja para regalársela a una mujer fue porque estaba borracho del líquido verde, la cocaína del siglo XIX, para algunos, el opio de la miseria para otros. Tanta fama no podía durar: el amor de los poetas malditos, la pasión de los pintores impresionistas fue asfixiado por la prohibición, aunque en Francia se debatió lo suyo para conservar su misterio en bares y cabarets.
Aunque fue un médico de apellido paradójico —Pierre Ordinaire— quien encontró, en 1792, la extraordinaria fórmula de esa felicidad efímera de los alucinógenos, la leyenda le atribuye a su mucama la difusión de la receta, quien a su vez la vendió a dos señoritas de apellido Henriod hasta que finalmente, en 1805, Henri-Louis Pernod inicia una de las primeras compañías de absenta, llamada Pernod-Fils, en Pontralier, Francia. Sin embargo los egipcios ya conocían los poderes de la planta madre, el ajenjo, ya que con sus ramas acompañaban a los sacerdotes de Isis; otra vez, diosa de la luna. Pero el uso de la absenta no se haría cotidiano hasta el final de la guerra de Argelia, en 1847, cuando los soldados volvieron sabiendo de su caricia para calmar el dolor y la fiebre. Para 1910, en Francia, se consumían cerca de 36 millones de litros de absenta, al mismo tiempo que su uso y su rápida prohibición prosperaban en Estados Unidos —esa fábrica de moralina— y después en Holanda, Bélgica, Brasil y otros países, lista de la que hasta el día de hoy se excluye España, donde se puede seguir disfrutando de la bebida, claro que sin los tremendamente dañinos influjos del alcohol que al principio se usaba para destilarlo.
El clásico ritual de su consumo, que incluía una cucharita de plata perforada en el fondo sostenida sobre el vaso y con un terrón de azúcar sobre ella para diluirlo lentamente con unas gotas de agua, colaboraba con el magnetismo de la bebida, que así y solo así mostraba su verdadero espíritu.
La publicidad de la época utilizó todos y cada uno de los encantos de la bebida pero sobre todo resaltó su alma femenina, asociando su consumo con el placer sexual. En Francia, de todos modos, las mujeres se apropiaron de su consumo e hicieron de la absenta un símbolo de liberación en plena era de la militancia sufragista. En el Barrio Latino, las estudiantes se jactaba de tomarla, independientes de los deseos masculinos. No en vano las caricaturas de la época retrataban a las feministas siempre con un cigarrillo a punto de llegar a la boca y un vaso de absenta frente a ellas.
Degas, Manet, Gougin, Toulose-Lautrec, Picasso, entre otros, la pusieron en el primer plano de obras míticas que llaman a inundar los ojos de verde y Rimbaud, Baudelaire, Verlaine, Oscar Wilde y Ernest Hemingway se rindieron a su influjo, le prestaron palabras y hasta dieron consejos para su uso. Wilde, por ejemplo, alentaba a dejarse llevar por ese sinuoso camino que la bebida prometía: “La primera etapa es ordinaria como cuando se bebe cualquier alcohol, la segunda es cuando comienzas a ver monstruos y cosas crueles; sin embargo, si estás en condiciones de perseverar entras en la tercera etapa, donde ves las cosas que quieres ver: maravillosas curiosidades”. A no desesperar, la empresa española Marí-Mayans todavía se dedica a embotellar al hada verde y desde la botella busca recuperar el símbolo de una época bohemia, perdida entre los vistosos olanes del cancan y los incrédulos rostros que protagonizaron la vida artística en Francia, a finales del siglo XIX y principios del XX. Sólo hay que tener cuidado de con quién se la toma. Dice la experiencia de esta cronista que el amor anida en su corazón esmeralda. Y para el amor, como se sabe, hay que estar preparada.
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