Debates Ricky Martin comunicó al mundo su deseo y en comunicación directa con el genio de la ciencia –y el capital– lo hizo realidad: fue padre (biológico) de gemelos, a quienes dedicará por completo su próximo año. La noticia da cuenta, entre otras cosas, de la naturalización de la paternidad/maternidad como proyecto individual, del borramiento del vínculo entre sexualidad y reproducción y también de la apertura de un mercado: el de los cuerpos –o fragmentos de– con capacidades reproductivas. ¿Se abren las fronteras para pensar a la familia o sólo se refuerza el mandato de tener hijos como forma de realización a través de las nuevas tecnologías?
› Por Veronica Gago
¿Paternidades y maternidades prêt-à-porter gracias al avance tecnológico? ¿A qué se debe el boom de ser padres como fenómeno tecno-espectacular? ¿La fantasía narcisística de una completitud a toda costa? ¿La proyección egocéntrica de uno/a mismo/a, más allá de la pareja o del drama conyugal que parece anacrónico, incómodo o imposible? ¿La necesidad de una posesión de la propia carne? ¿La utopía de que la paternidad/maternidad no tiene ya ninguna restricción concreta –ni corporal, ni afectiva, ni de tiempo– si se tienen los medios económicos para encararla como empresa personal? ¿Es parte de la proliferación de nuevas imágenes de la paternidad/maternidad frente al declive de la hegemonía de la familia tipo y, por tanto, un desafío a las tradiciones? Este fenómeno tiene como síntoma su propio personaje bizarro: Ricky Martin anunciando por sus voceros que ha subrogado un vientre, comprado óvulos anónimos y que, por fin, es padre primerizo de dos varones gemelos. Algunos medios de su Puerto Rico natal dicen que más allá de la polémica por definir si es gay o no, lo importante es que participa en proyectos humanitarios y es embajador de buena voluntad de Unicef, lo cual certifica su amor por la infancia (antes había declarado que iba a adoptar cinco chicos, uno de cada continente en una muestra acabada de autenticidad multicultural, pero parece que finalmente se decidió por reproducir los genes propios). Tenemos una posible versión local: el conductor Marley la misma semana que Ricky conquistó su descendencia dijo que aun siendo soltero sería un buen padre de muchos hijos propios o adoptados, aunque –aclaró– “quizá tendría que buscar niñeras que me ayudaran. Pero quiero ser padre y lo seré”. La mezcla de espectáculo y biotecnología, paternidades/maternidades post-conyugales y el repudio de la Iglesia (uno de sus representantes dijo que la paternidad de Ricky “es como si estuvieran haciendo ganado”), vuelve a poner en debate esa frontera entre reproducción y sexualidad. Una frontera política que se conquistó hace algunas décadas gracias a la lucha feminista por el control del propio cuerpo y la liberación de las sexualidades y que hoy se expande en forma de dispositivos tecnológicos capaces de crear vida y soñar con prescindir del cuerpo femenino mismo.
En la telenovela de la paternidad híper mediática del cantante pop, las mujeres se han invisibilizado. O, mejor dicho, se han descompuesto en una serie de piezas. Como han analizado algunas teóricas feministas, un efecto de las nuevas tecnologías es que la maternidad hoy esté fragmentada en tres momentos: ovular, uterino y social. En el caso de Ricky no se sabe quién puso los óvulos, tampoco a quién se le alquiló el vientre (algunas versiones periodísticas dicen que fue una prima que le cobró bastante pero con la que se lleva bien). Por suerte el portorriqueño puede hacer lo que no muchas, ya que declaró que no trabajará artísticamente por un año para dedicárselo entero a sus hijos (es decir, no más Livin’ la vida loca). Sin embargo, podemos suponer que deberá pagar a unas cuantas niñeras a partir de ahora. Así, gracias a un montaje de varias mujeres, de partes de sus cuerpos y cuidados como servicios, Ricky realizó su sueño de paternidad autogestionada.
“Creo que lo que cada vez es más importante es el feto y no el cuerpo de la mujer. Nunca como ahora se fragmentariza la maternidad. Como dice la antropóloga Emily Martin, ‘ya no puede seguir asumiéndose la unidad orgánica del feto y su madre’. La dispersión de los diferentes aspectos de la procreación hace que, por ejemplo, la madre gestacional no tenga ninguna relación con las sustancias biogenéticas que produjeron la fecundación. Toda esa parafernalia tecnológica puesta en juego para que las mujeres sigan teniendo hijos no hace más que reforzar el estereotipo ‘mujer es igual a ser madre’ y coloca a la biología en un lugar muy relevante en nuestra concepción del parentesco, en vez de situar el interés en los lazos sociales, que son los que realmente importan”, analiza la antropóloga Mónica Tarducci (UBA), compiladora del reciente libro Maternidades del siglo XXI (Editorial Espacio).
¿Hay una fantasía masculina de dar vida que ahora encuentra ciertas posibilidades en la tecnociencia? ¿Cómo es reformulada la maternidad por estas nuevas imágenes de la procreación? “Hay que pensar que la filosofía, los mitos, la literatura, el cine, la pintura, incluso el psicoanálisis han desarrollado y desplegado de infinitas maneras que la maternidad representaba un verdadero enigma, un mundo de sombras insondables; pero absolutamente deseado. No sólo las mujeres querían ser madres, aunque ese deseo estuviera contaminado por otros deseos vecinos como el de dar hijos a un hombre, construir un ciudadano, forjar héroes. Los hombres padecieron la falta de útero y la imposibilidad de dar vida a través del cuerpo y se inventaron a lo largo de las épocas ficciones de autogeneración. Lo que se llamó formas de partenogénesis. Recordemos que el dios Zeus hace nacer a Atenea de su cráneo”, explica Nora Domínguez, secretaria académica del Instituto Interdisciplinario de Género de la Facultad de Filosofía y Letras (UBA) y autora de De dónde vienen los niños. Maternidad y escritura en la cultura argentina (Viterbo Editora).
Este deseo de ser padre no es algo nuevo sino que se remonta a la adopción, dice Carlos Figari, sociólogo doctorado en Brasil y coautor del libro Todo sexo es político (Del Zorzal): “Esta modalidad privilegiaba ya el querer ser padres por sobre los vínculos biológicos. Ser padre adquiría una dimensión en cuanto función y no en cuanto transmisión cromosomática o dada por el hecho de parir. Tampoco para adoptar era necesario ser dos, sino que basta que un hombre o una mujer quiera hacerlo. Por eso les resulta tan incómodo hoy a los sectores más conservadores sostener el carácter ‘natural’ de la paternidad/maternidad, pues esto ya fue deconstruido con la adopción. En verdad lo que se visibiliza cuando argumentan en contra de las nuevas filiaciones son prejuicios lisa y llanamente homo y lesbofóbicos”.
Las maternidades/paternidades de nuevo tipo han sido inventadas y/o anticipadas primero como territorios ficcionales. Y puede buscarse en ellas una mezcla de componentes que hoy son también dimensiones del debate público sobre estos temas: imaginación política, teoría feminista, discusión antropológica y científica y fantasías personales y colectivas. Un clásico de este género que pone en cuestión a los géneros mismos es el libro La mano izquierda de la oscuridad, de la estadounidense Ursula K. LeGuin, escrito a fines de los años 60, cuando “yo era una de aquellas feministas primerizas que trataban de romper las fronteras de género convencionales”, según las palabras de la autora. Allí, la fábula cuenta de un planeta llamado Invierno, habitado por seres bisexuales o hermafroditas a quienes sólo en el acto sexual se les define uno de los sexos, que no siempre es el mismo, por lo cual cada quien puede ser padre o madre en diferentes momentos de su vida (según el sexo que haya tenido en el momento de la concepción). También en la literatura de la feminista estadounidense Octavia Butler y su serie Xenogénesis se fusionan máquinas, monstruos, catástrofes y reproducción humana atravesada por el comercio de genes; su objetivo es narrar la idea de que más que una reproducción de lo mismo, se trata de imaginar metamorfosis que tienen un origen para siempre perdido, imposible de rastrear. Estas ficciones feministas fueron algunas de las primeras en inaugurar toda una mitología científica posgénero y contemporáneas a la lucha de las mujeres por desnaturalizar su función materna.
Ahora, ¿es casual que la apropiación de la reproducción por parte de las biotecnologías se dé justo luego de que las mujeres hayan peleado por el control de sus cuerpos y sexualidades? Dice Domínguez a Las/12: “Creo que es ciertamente un efecto de la reformulación que produjo el feminismo sobre la idea de maternidad. Al tratar de desmontar los significados que produjeron la esencialización de las mujeres como madres y la consecuente naturalización de las prácticas de cuidado y maternaje de los hijos, el imaginario de la maternidad se abrió hacia límites insospechados. Quiero decir, al abandonarse la idea de que se trataba de un estado únicamente asociado a la biología, al deseo y al amor y se comenzó a pensarla como una relación social que puede involucrar a diferentes actores pero también como una construcción, localizada en clases sociales, discursos, relatos, vínculos, etc. el espacio de la maternidad se abre”. Para Figari, no es casual el papel histórico de las biotecnologías, pero tampoco es la lucha feminista la única causa de su funcionamiento: “Por un lado, la adopción de hecho ya modificó las pautas de la reproducción biológica. Y, por otro, fueron fundamentales las demandas de reconocimiento a la paternidad/maternidad de las parejas gay y lesbianas, implementadas de hecho hoy por las mujeres lesbianas”.
La maquinaria biotecnológica se hace cargo del fin de las familias nucleares, constituidas, estables. Y permite la maternidad/paternidad más allá de los esquemas filiales clásicos. Sin embargo, Tarducci desconfía de la idea de novedad sin más: “No creo que sea una ‘nueva’ modalidad de ser madres y padres; es la tradicional, con la parafernalia tecnológica, con una extrema extensión de la planificación de la reproducción presente en nuestra sociedad. Lo verdaderamente nuevo es que las tecnologías separan la concepción del acto sexual. En ese sentido es importante para las determinadas personas que no cumplen con las normas establecidas de la sociedad, pero también para las parejas no convencionales que se hacen aceptables a través de la maternidad y paternidad. Se encarrila a la diversidad hacia el modelo dominante”.
Puede decirse que estas tecnologías alientan otro tipo de fantasía: la de construir un hijo de la propia carne, a imagen y semejanza, aun cuando ese objetivo se lo confíe menos a la carne que a los avances científicos. De hecho, las mayores preferencias por la vía tecnológica más que por la adopción reinstalan y refuerzan la idea misma que la biología tiene preeminencia por sobre otras modalidades del vínculo. Eso sí: una biología no sólo naturalista, sino completamente tecnologizada. “La nueva genética nos hace volver a formas tradicionales de familia e implica una abierta comercialización de la capacidad reproductiva de los seres humanos. Se pone en el mercado lo que antes no era una mercancía. Y se teme el uso eugenésico potencial de las tecnologías reproductivas; por ejemplo, los casos de los test prenatales sirven para descartar los fetos femeninos. Las tecnologías en manos del mercado capitalista no hacen más que favorecer a quienes pueden pagarlas. El factor de clase está siempre presente”, señala Tarducci.
La paradoja entonces es este reforzamiento de la biología junto a modalidades inéditas de familias, si es que vale la pena seguir llamándoselas así: “Es verdad que la posibilidad de utilizar técnicas biotecnológicas abre un campo infinito de posibilidades donde incluso genéticamente se violan todos los tabúes que conforman la familia occidental judeo-cristiana, incluido el incesto. Esto es lo que suscita quizá mayor repugnancia entre quienes fueron socializados en el molde familiar tradicional y que tampoco –obviamente– pueden reflexionar sobre el carácter histórico de la institución familiar tal cual la conocemos. En tanto eso no suceda se intentará dogmáticamente mantener lo que suponen es ‘natural’. En verdad aquí, como en muchos otros temas, hay una verdadera discusión sobre el pluralismo en democracia que muchos sectores conservadores, de raigambre sobre todo católica, aún insisten en negar. Los medios económicos no deberían ser una restricción si el Estado implementara políticas reproductivas como políticas públicas brindando posibilidades de acceso a la bioteconología a toda la población”, dice Figari.
“Lo que parece haber cambiado rotundamente hoy es que ese deseo asociado al poder económico, al poder que da el dinero genera situaciones de maternidad/paternidad en hombres que si bien tienen todo el derecho a convertirse en padres, no sólo imaginan hacerlo sino que pueden concretar su fantasía eliminando todas las marcas biológicas y subjetivas que ofrece el pasaje por un cuerpo de mujer. La consigna parece ser tener un hijo propio a cualquier precio y el precio, en este caso, no cuenta. Usar óvulos anónimos o alquilar un vientre de mujer borra el nombre de la madre y su historia, incluso su historia en relación con ser madre. Y aquí lo que importa será ese futuro niña-o y cómo se las arreglará con esos restos de historias no contadas o con estos relatos diferentes que conformarán la propia”, explica Domínguez.
En este sentido, el contrato de subrogación de vientre ha sido analizado desde ciertas perspectivas feministas como una nueva vuelta de tuerca patriarcal. Por un lado, asegura que el niño/a es del padre, es decir, del propietario de la esperma; dando certeza al varón de algo que clásicamente era un dato más bien resbaladizo, siempre posible de ser sometido a duda (¡justamente sobre ese hueco de incerteza masculina en contraposición a la idea de que la mujer siempre sabe de quién está embarazada descansan las mayorías de las telenovelas!). Por otro, en el contrato de alquiler de vientre, el útero se presenta como algo que simplemente aloja la esperma, dando lugar a una nueva versión de los relatos clásicos que concebían al vientre femenino como vasija vacía, sólo vitalizada por el principio activo masculino.
Entonces, si cuando se alquila un vientre se simula alquilar una parte aislada del cuerpo femenino, en verdad lo que se está contratando es la capacidad emocional, fisiológica y creativa del cuerpo de la mujer. Este es el último escalón que la fantasía biotecnológica pretende superar por medio del útero artificial. Un útero aislado, como órgano particular que pretende pasar por ser el todo del cuerpo femenino. Su producción artificial es la imagen del triunfo final sobre una idea que hasta ahora parecía puramente de la ciencia ficción: la prescindencia del cuerpo femenino para la concepción.
Para Tarducci, estos nuevos dilemas de la procreación nunca pueden leerse como puramente científicos, ya que “el tema de la biotecnología en el campo del parentesco ha traído importantes desafíos tanto en la vida cotidiana de las personas como en los estudios antropológicos. Es un debate no sin contradicciones, porque por un lado amplían la capacidad reproductiva de las mujeres, pero por otro significa la hipermedicalización de esa capacidad, dándole un poder a la corporación médica, que no debería tener”.
Que el deseo de maternidad/paternidad es reconfigurado por la tecnología, no hay dudas. Que encuentra nuevos territorios a partir de la ficción, también. Sin embargo, la mercantilización de lo vital, o la determinación socioeconómica de quien accede a la tecnología, por un lado, y quien, por otro, debe alquilarse o venderse para hacer posibles las innovaciones científicas no puede dejarse de lado, como pretenden ciertos enfoques mediáticos: “En la cultura actual todo se ve, se mide, se ausculta, se refleja, se reproduce en incontables imágenes; nos creemos poderosos porque captamos y reproducimos la vida, es decir, las imágenes de la vida. La maternidad dejó de ser ese enigma y también una experiencia que se vive en sucesivas etapas; ahora se trata de una experiencia apropiada tanto por varones o mujeres que pueden sortear algunos de sus pasos: el coito, la concepción, el embarazo que lleva adelante otro cuerpo...”, argumenta Domínguez. Sin embargo, agrega, “el deseo de ser madre o padre es absolutamente genuino. Cuánto de que ese deseo se convierta en un verdadero vínculo amoroso y de reconocimiento entre dos personas (madre/padre, heterosexuales/homosexuales, y los hijos-as) que produzca subjetividades plenas y libres es otra cosa y también es posible”. En todo caso, también será territorio de ficciones venideras, de luchas sociales y de nuevos usos de la tecnología.
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