ARTE
La artista plástica Rosita Fumagalli expone en la galería Elsi del Río su muestra “Un espejo en la pared opuesta”: fotografías intervenidas y fragmentadas en las que el cuerpo femenino dice algo más sobre lo que es, necesita o desea.
› Por Soledad Vallejos
Lo de Rosita Fumagalli parece haber sido tomar por asalto las paredes blancas de la galería Elsi del Río para (re)construir infinitas posibilidades de recorridos silenciosos que deriven en susurros delicados y provocadores. “Seducción” y “lo íntimo” son las palabras claves cuando habla de Un espejo en la pared opuesta, la muestra que se anuncia como de fotografía pero es, en realidad, el resultado de un cruce de lenguajes y elementos: fotografía, experimentos cromáticos con la pintura, intervenciones sobre imágenes, juegos formales y un armado que obliga a la interacción. Dice “por ahí es algo personal, mío”, alega cierto temor a sentirse limitada por el uso de un solo medio, y reivindica la mixtura experimental como esencia de una obra que parece regida por la necesidad de encontrar en las sutilezas los fundamentos de todo registro.
Reflejos
Los espejos pueden
definirse como superficies que mienten ser aquello que reflejan, que juegan
con la exactitud de la imagen para perder a alguien, por ejemplo, en medio de
un laberinto. Pero también hay otra versión, con menos necesidad
de realismo y anclaje en alguna realidad materialmente concreta: alguna vez,
para alguien, un espejo era eso que robaba el alma, que podía abstraer
la esencia de un cuerpo para, basándose en él, exponerla con despojo
y cierta brutalidad. Exceptuando el aspecto brutal, eso mismo parece haber hecho
esta artista plástica con tantos años de docencia como de obra
propia que, formada en todos y cada uno de los ámbitos institucionales,
reniega de representaciones clásicas. Montadas en distintos bloques que
conforman pequeñas series, las obras se agrupan siguiendo criterios de
colores, repeticiones e imágenes fotográficas: entre tonalidades
amarillas, verdes, grises o salmones, distintas tomas de torsos desnudos, vientres
velados por encajes negros, o colas bordeadas por sombras. Tal vez, la fuerza
de cada una de esas imágenes circulares (casi ventanas redondas a las
que asomarse) destacadas sobre bastidores cuadrados resida en la fragmentación:
no hay ni un cuerpo entero en toda la serie, de los cuerpos que alguna vez posaron
para la cámara de Rosita sólo han sido rescatados ciertos encuadres,
ciertos fragmentos, apenas los necesarios para sugerir aquello que un despliegue
de grandes dimensiones no permitiría recuperar jamás.
–Esos fragmentos son más sensuales que la imagen entera, es como
un pedacito que se muestra, y que se combina con los colores, que también
resultan sensuales. Pero necesitaba ponerlos en un bastidor, que es mi referente
a la pintura. Es como que me costaba desprenderme de eso.
Sentencia Rosita sin intenciones de renegar de esos orígenes plásticos
que, disfrazados de intervenciones, invaden las fotografías para integrarlas
en una dimensión alejada de lo material. Casi como pequeñas estelas
de otro mundo, esas pinceladas pueden recorrer los contornos de lafoto, pero
también trazar directamente sobre ellas ornamentos que las completan.
–La foto me da lo que no me da la pintura: la calidez de la piel, la textura,
esa cosa cálida que tal vez la pintura te pueda dar pero no de la misma
manera, porque el registro no es el mismo. Ya había trabajado antes con
la piel, después dejé para retomar pintura y dibujo, pero cuando
vi las fotos reveladas me di cuenta de que necesitaba hacer algo con esto. Me
interesaba trabajar con la sutileza, y en especial con la sutileza del color,
por eso entre un verde y otro, por ejemplo, no hay un cambio abrupto sino una
diferencia muy sutil.
“Silencios”, dice que son esos respiros de puro color (sólo
telas de diferentes colores) que se intercalan, bordean, acompañan los
bastidores con fotografías.
–Son seductores, y el color los acompaña. En una tela lisa, lo sensual
es el color. Además, me parecía que todas las imágenes,
que solamente ver imágenes, era algo muy agobiante. El silencio tenía
que estar como para encontrar: no tenía que estar todo dicho, sino que
hay que buscar la imagen, ésa era mi idea. Y si sólo tenés
las fotos, y están todas juntitas, todo queda como demasiado presentado.
Así, en cambio, hay que buscarlo. Entonces, el silencio obliga a hacer
un recorrido. Esos bloques, además, tienen que ver con lo lúdico
y el juego, porque el mismo armado de la muestra es muy loco, lo podés
variar, que fue lo que pasó cuando la montamos. Yo me la pasé
haciendo cuadraditos de colores para poder hacer distintos juegos, y podés
agregar miles, por acá, por allá, seguir a lo largo, bajar, subir...
Mientras iba pensando en Un espejo..., Rosita hacía algo más que
experimentar con luces y sesiones de foto con modelo. Necesitaba alguna cosa,
algún texto que le despertara nuevas preguntas, quizás obsesiones
desconocidas, palabras que abrieran otras puertas al mundo de la sensualidad
íntima y la seducción. Haciendo ese camino fue que redescubrió,
por ejemplo, clásicos como Baudrillard, Barthes, y distintas versiones
sobre la seducción del poder.
–¿Cómo sentís que esas lecturas te van ayudando al
hacer la obra, en qué te modifican?
–Creo que colaboran en la madurez de la obra. El arte es un hacer continuo
y, en la medida que vas trabajando, vas encontrando muchas cosas, muchas las
desechás y otras vuelven. Buscar ciertos textos me ayuda para que la
obra crezca y vaya diciendo lo que yo quiero decir, con los elementos que voy
eligiendo. En mi trabajo anterior había puesto flores, plumas, lentejuelas,
me deliré con toda la parte del adorno y el ritual. Porque todos tenemos
rituales, pero los de las mujeres se pueden relacionar especialmente con el
adorno. Pero después esto se fue limpiando. La obra tiene que ver conmigo,
pero tuve que elegir, y me pareció que esto era más noble, la
foto y la imagen. Es como que, dentro de lo femenino que siempre trabajo, se
me fue abriendo el camino.
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