URBANIDADES
› Por Marta Dillon
Es una voz infantil la que desafía desde la radio: “Vacunate si sos macho”, dice con ese tono que usan los niños pequeños –podría pensarse que el que habla no tiene más de siete– para invitar a un acto que requiere alguna valentía, dale, a ver si te animás.
En los afiches, en la campaña gráfica que todavía puede verse en diarios y revistas, la frase es la misma: “Vacunate si sos macho”. Está firmada por el Ministerio de Salud y la presidencia de la Nación, como corresponde a una campaña de bien público destinada a cubrir todo el territorio nacional con la necesaria intención de erradicar el virus de la rubeola del país, continuando con la campaña que se inició en 2006 vacunando gratuitamente a todas las mujeres entre 15 y 39 años. Esta iniciativa consiguió vacunar a casi siete millones de mujeres, lo que equivale a una cobertura administrativa del 98,8 por ciento, según el Ministerio de Salud. Entonces, la apelación era a pensar en los hijos por venir, sean propios o de otras mujeres, ya que cuando la rubeola afecta a las mujeres embarazadas durante el primer trimestre de la gestación produce alteraciones en el desarrollo, ocasionando graves malformaciones que van desde la sordera a la muerte, el retardo mental, fallas cardíacas y otras. Como el virus de la rubeola se aloja en la nariz y la garganta y puede transmitirse a través del aire, un estornudo bastaría para infectar a quien estuviera cerca ...y no se haya vacunado. Razones suficientes para tomar conciencia y acudir al centro vacunatorio más cercano. O, al menos, razones suficientes en el caso de las mujeres. Apelar a la maternidad –propia o ajena–, efectivamente a juzgar por los números de la campaña de vacunación, es suficiente para movilizar su responsabilidad social.
Ahora llegó el turno de los hombres, ¿o de los machos? ¿O son sinónimos hombre y macho? ¿O será que el Ministerio de Salud estaría convocando a los hombres que son machos –o que se consideran como tales– y no al resto? ¿O es un deber masculino ser o sentirse macho siempre y entonces ante el desafío se supone que todos correrán a vacunarse? ¿O será que ser macho es sinónimo de ser valiente y ese valor es tan inapelable que ningún varón –palabra utilizada por el MSN en el apartado “estrategia” referido a la erradicación de la rubeola– querrá ser sospechado de carecerlo?
Tal como está, la campaña delata cierta esquizofrenia en las comunicaciones del Estado; bien podría confundirse el afiche, tal cual está, con esa efímera campaña del Instituto Nacional contra la Discriminación sobre el potencial discriminador del lenguaje que exhibía afiches con frases de uso común como “No llores, maricón” o “Apurate, mogólica” –tema de otro debate–.
Es cierto que la campaña, se supone, busca generar un impacto liso y llano y sabido es también que las campañas de bien público, en busca de un objetivo mayor, apelan a sentimientos y sensaciones negativos, como el miedo. Pero aquí no sólo se está cargando de valor positivo una manera de experimentar la masculinidad que es fuente cotidiana de abusos y violencias que en el peor de los casos llegan a la muerte. A la muerte por violencia machista, justamente, que este año ya se cargó el doble de víctimas de las que se contaron durante el mismo período del año pasado. Además, como si no fuera suficiente, se está dejando afuera de la campaña de vacunación a buena parte de la población a la que se intenta llegar, por ejemplo, los varones que pretenden correrse de la construcción más burda y brutal de la masculinidad. Y a las personas travestis y trans, por ejemplo, que, huelga decirlo, también podrían transmitir el virus mediante un estornudo y que no viven únicamente en la zona roja y oscura a donde se pretende recluirlas –¿qué edad tendrá Florencia de la V?–. Nadie espera que el Estado, en campañas masivas como ésta, acuda a la corrección política que exige atajos difíciles como usar arrobas, equis o astericos en lugar de las vocales que determinan el género para nombrar la diversidad, pero sí es necesario demandar sensibilidad social en las comunicaciones tan valiosas como la que se necesita para erradicar un virus que puede resultar peligroso como el de la rubeola. Tal vez apelar a la solidaridad, esa remanida palabra, pueda resultar igualmente efectivo. O más. Llamar a quienes tengan entre 16 y 39 años y no fueron vacunados en 2006 podría ser una estrategia, aunque no es la intención hacer sugerencias que exceden esta columna. Lo que es seguro es que volver a poner en el podio de lo que necesita un varón para ser tal a la categoría de macho puede convocar a algunos a vacunarse y a otros a reafirmar esa jerarquía de género que suele traducirse en violencia.
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