MONDO FISHON
› Por Victoria Lescano
Octava edición del ciclo de moda y beneficencia “Six o’clock tea”, ideado circa 2004 por Carminne Dodero con la premisa de rescatar la modalidad de desfiles de antaño alrededor de la mesa de té y de difundir nuevos nombres del diseño local ante una audiencia acostumbrada a la alta costura y a domicilio. Fue en los jardines de la embajada británica y a beneficio de la Fundación Dr. Thomas Elkins. Pero las reglas de esa cofradía parecen haber cambiado tanto como los tiempos: mientras que el fenómeno de moda de autor lucha por sobrevivir ante los embates del mercado y la clase media muy alta y alta que paga alrededor de trescientos pesos por una jornada de té con masitas y sandwiches es casi una especie en extinción, los hombres y los paparazzi que por cuestiones de etiqueta tuvieron antes la entrada prohibida, ahora son bienvenidos al santuario del earl grey y el corte al bies. Y la afirmación que muchos mascullaban entre uno y otro bocado, que si bien las propuestas de pasarela alrededor de las mesas suelen ser atractivas, los estilos más cautivantes suelen ser los que ponen las asistentes al té cuando sacan los tesoros de su placard, se hizo vox populi en la reciente edición cuando se otorgó un premio al Mejor Look, motivo por el cual María Teresa Biase y su atuendo Pucci vintage fueron galardonados con un maletín xl con forma de Kelly Bag atiborrado de maquillajes Lancôme.
El staff de diseñadores invitados admitió a la colección “Lalique” de Fabián Zitta, los vestidos shift, la sastrería y los trench coats con predominio de negro y blanco de Hieber ornamentados con las joyas de Naye Quirós, los visos y capitas vintage resignificadas por Catalina Rautenberg; la colección “Mensajes” de Cecilia Gadea, los vestidos con abundancia de lazos anclados en cuentos de hadas de María Lizaso; los sombreros de Laura Noettinger; la colección de Mariano Toledo inspirada en la arquitectura actual y en su formación de arquitecto.
Lo inédito fue la presentación de la colección del diseñador inglés Matthew Williamson, un referente de la nueva escena inglesa y las adoradoras del folk con matices modernos que veneran Jade Jagger. Williamson envió la ropa y también a su socio, pero no se apersonó en Buenos Aires argumentando una laringitis. Su pasada en Buenos Aires exaltó su gusto por el fucsia y los bordados con brillos, ya en trajes de pantalón y chaqueta muy ceñidos, minifalda baloon o vestidos largos en lamé, drapeados y bordados en glitter aplicado y chalecos que citan los bordados de las fiestas populares mexicanas. Los llevaban con plataformas coloridas, estilismo de pelo largo y lacio, maxi vestidos con batiks muy elaborados. Luego de renunciar a la labor de diseñador avant garde en la célebre firma Pucci, hace algunas semanas, Williamson está abocado al relanzamiento de su marca.
Del lado de los diseñadores locales, fue muy atractiva la colección de Mariano Toledo con contrapuntos de colores y geometrías.
La colección de Cecilia Gadea simuló encajes tipográficos, que evocan bordados y monogramas de antaño en vestidos de línea A con espaldas escotadas y versiones románticas de la chaqueta hiphopera.
Las prendas de María Lizaso hablan de un mundo de desarrollos a medida que conoció en la infancia, cada vez que para asistir a galas diplomáticas su abuela encargaba vestidos con telas compradas en París, el Líbano, Guatemala o Yugoslavia a una modista llamada Herminia. Su colección se tituló “Fairy Ribbons Tales” y admitió vestidos con lazos, abundancia de organzas, gasas de seda natural, plisados en gris y beige, y pequeños vestidos ídem para niñas de un cortejo.
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