TEATRO
Desde un caso real, desde una historia personal documentada, Un judío polaco se proyecta hacia lo universal, refrenda la vigencia del Holocausto como una manera de hacer justicia poética, desde el teatro políticamente más comprometido. Una obra de Alejandro Mateo que puede figurar honorablemente entre lo mejor que se ha visto en escena este año, aunque no haya sido nominada en ningún rubro, ni para los ACE ni para el Premio Teatro del Mundo 2008.
› Por Moira Soto
“En Rivadavia y San José te tomás el 105 que te deja en avenida San Martín y Donato Alvarez, caminás por esta calle a tu izquierda, la primera callecita que aparece es San Blas, hacés una cuadra y te encontrás con Trelles al 2000. Parece Singapur pero no es tan lejos ni hace falta pasaporte...” Valió absolutamente la pena seguir las instrucciones del dramaturgo, escenógrafo, vestuarista y director Alejandro Mateo para asistir a la función de Un judío polaco, obra que memora el Holocausto con nobles recursos allí, en esa tranquila calle arbolada, en ese departamento de planta baja que antes de ser copado por la actividad teatral era la casa de uno de los actores, Héctor Segura.
Como director, Alejandro Mateo también está presentando actualmente la pieza Dios confunde todo, interpretada por Lisandro Berenguer y Nadia Isasa. “En realidad, es un proyecto que les pertenece a los actores, muy de ellos. Un collage que incluye textos de Susana Thénon, Marosa di Giorgio... Buscaban un director y les propuse ensayar, ser como el ojo extranjero que mira y apunta. Ellos generosamente me pusieron como director. La verdad es que este año pensaba poner un solo espectáculo y terminé dirigiendo tres, porque también hice una versión de Puesta en claro, de Griselda Gambaro, en el Taller del Angel”, dice Mateo en compañía de dos de los intérpretes de Un judío polaco: Nicolás Mateo, que además es su hijo, y Héctor Segura.
Nicolás estuvo este año en Vidas robadas haciendo a Norman, el genio loco de las computadoras que ayudaba a los buenos. En la tele también pasó por Historias de sexo de gente común, por Los simuladores... En cine se lo vio en Nadar solo (2003) de Ezequiel Acuña, Agua (2006) de Verónica Chen y en 2008 hizo Luego, de Carola Gliksberg. En teatro trabaja desde chico, en dos oportunidades dirigido por su padre: Nadar en tierra (2001) y Partir de la Odisea (2000). Antes de entregarse a full al teatro, Héctor Segura obtuvo el título de técnico superior en control automático y sistemas digitales y cursó hasta el tercer año de Ingeniería Naval. El CV de Segura demuestra que nada de lo escénico le es ajeno: mucho entrenamiento vocal y corporal, danza, trabajo con niños en situación de riesgo, docencia, dramaturgia (Retame Zarate, 1996, coautor, además de intérprete y director). Walter Rosenwit, por su lado, es actor, docente, dramaturgo y asimismo artista plástico que ha expuesto en muestras conjuntas e individuales. En estos momentos dirige Acompañados, Cuando el amor duele, en la sala Templun, y dicta cursos.
Alejandro Mateo estudió pintura en Bellas Artes, es diseñador de títeres, escenografía y vestuario, también docente. Ha dirigido, entre otras obras, Locas por Manuel (1991), con dramaturgia propia sobre textos de y reportajes a Puig, Té negro (2002), Matria (2006). Entre sus escenografías y vestuarios recientes figuran los de La música, dirigida por Dora Milea, hasta hace poco en cartel.
A.M.: –En los tempranos ‘90 yo era muy joven y bastante hippie. Las cosas que no he hecho: íbamos a un laboratorio de terapia gestáltica que estaba ahí, en Sargento Cabral. Entonces yo subo al tren en Chacarita, veo a este flaco, pienso eso, sigo en la mía, llegamos a la estación, bajamos, caminamos en la misma dirección, él adelante, llegamos a la misma puerta... Después nos hicimos muy amigos con Claudio Frydman. Un día nos encontramos y me dijo: “Che, finalmente mi viejo pudo contar su historia y fue grabada”. Esta entrevista se la hizo a Berek Frydman un médico que juntaba testimonios, como un documento de archivo. El interrogatorio es muy largo y está llevado de una manera rara. Cuando vi el video, me conmovió mucho la entereza de este hombre contando esa experiencia tremenda durante el nazismo. Conocí poco al padre de Claudio, apenas me lo cruzaba en su casa, nos saludábamos. Supe que en algún momento tenía que hacer algo con ese testimonio, tuve conmigo ese VHS durante años.
A.M.: –Me importaba, me inquietaba. Algo semejante a lo que me pasa con el Proceso: ¿dónde está la explicación de que el ser humano llegue a sistematizar tanta atrocidad? ¿Por qué no aprendemos de este tipo de experiencias aunque las repudiemos? Por eso pongo en la obra esos chistes antisemitas que no deberían existir por la mentalidad que denotan y alimentan, porque son peligrosos.
A.M.: –El quería escribir una novela, relatar la historia de su padre, hasta que un día me dijo: “Creo que no voy a poder. Si vos querés hacer algo, hacelo”. Ahí empecé a trabajar la idea de una obra, Claudio me acompañó mucho en el proceso de la escritura, me prestó personajes que tenía para la novela. En ese camino me ocurrieron cosas sorprendentes, como encontrarme por la calle un montón de libros sobre el nazismo. Por supuesto, miré documentales, leí mucha literatura judía, busqué documentación. Terminé el primer texto, pretexto. Claudio estaba muy contento, supongo que sigue estándolo porque lo he perdido de vista. Sabe que estrenamos, me mandó mucha mierda, pero nunca vio la obra, no sé dónde está, le mando mails pero es como si se hubiera esfumado del planeta. Claudio hace esas cosas...
N.M.: –Mi viejo me pasó el texto por mail, la leí rápidamente, supe que estaba bien y dije: yo me tiro acá. No conocía la historia del padre de Claudio, papa me la contó antes de darme la obra. Creo que mi viejo vio en mí algunas cosas parecidas a su amigo, que también toca la guitarra, con él comparto cierto grado de dispersión. El tema de Holocausto estaba presente para mí de alguna forma, por mi abuelo. Había cierto amor por esa religión del lado de mi madre. Por momentos, la obra me recordaba la relación que tuve con mi abuelo, incluso tiene referencias para mí directas: a Berek le gustaba la timba, las cartas. Mi abuelo era así. En la obra, por momentos no sé bien si estoy hablando de mi padre como personaje, de mi abuelo en la vida real, se me mezclan en algún plano. A esta obra la voy entendiendo cada vez más con el tiempo, es muy compleja y profunda. Trabajamos mucho, me daba un poco daban un poco de miedo esos parlamentos largos... Son como regalos dosificados que mi viejo me va haciendo. Me va dando personajes más complejos, a veces se los peleo.
A.M.: –Esto fue buscado, quería darle ese tratamiento. En el testimonio completo de Berek, me asombró la fortaleza de este hombre: hay un solo momento donde se quiebra y llora, cuando cuenta la primera muerte de un sobrinito. Era una escena muy potente pero decidí no ponerla, que lo contara algún personaje.
A.M.: –Fue una necesidad. Esos chistes circulan y no son inocentes, como no es cierta manera hipócrita de referirse al Holocausto. Quería cruzar estas dos realidades: la historia terrible de Berek y la expresión de esta mentalidad del animador, de los chistes que sin salir del tema, mandan información de otro lado. Siempre pensé en Héctor para este personaje, desde la escritura. El papel del padre lo iba a hacer otro actor, Néstor Ducó, pero no pudo. Había que estrenar la obra en el ciclo y lo llamé a Walter Rosenwit: “Salvame, por favor”. A él le pareció mucho texto. Le dije: “Te invento algo para que puedas hacerlo”. Y aparecieron los cuadernos, porque en un principio Walter necesitaba ese apoyo. Ahora ya no.
H.S.: –Venía de hacer mucho teatro físico, poca palabra, y me mató, sí. Alejandro me dice que escribió un personaje para mí. Me resistí un poco, pero me convenció, por suerte. Y me pasó lo mismo que a Nico: en un primer momento no entendía un carajo. Me acuerdo que durante los ensayos nos desorientábamos y le preguntábamos a Alejandro ¿pero dónde estamos ahora?, ¿en qué lugar, en qué época? El nos decía que sí a todo, que siguiéramos con la escena. No me acuerdo cuándo fue que me cayó la ficha. Yo soy judío. Recuerdo a mi abuelo que se murió cuando yo tenía 12, no lo traté mucho porque vivía en Entre Rios. De todos modos, ellos venían de Turquía. Mis hermanos fueron a Israel y yo, la oveja negra, no. Ellos traían fotos tremendas que me parecían de una puesta en escena: camiones cargados de huesos humanos. Tenía 15 y no me lo podía terminar de creer. Después, tuve la información que le llegó a todo el mundo, pero me volví a enfrentar con este tema cuando Alejandro me propuso hacer Un judío polaco. Obviamente, de chico sufrí los típicos chistes contra los judíos cuando iba a la escuela pública. Por eso entendí de entrada la presencia de los chistes en la obra, me sentía con autoridad para poder decirlos, soy judío de pura cepa. Para mí fue un reencuentro con mi identidad que va más allá de la parte religiosa.
H.S.: –Por supuesto. Acá están puestos para mostrar esa carga negativa.
A.M.: –Y van apareciendo de manera progresiva: al principio son más livianos y tradicionales, sobre la guita, ese estigma de la judeidad, después van tomando un carisma cada vez más racista. En algunas funciones, quizás con público menos enterado sobre el contenido de la pieza, había algunas risas que se iban ralentando hasta enmudecer.
H.S.: –Cuando digo que me mató, lo digo bien. Porque aparte del comediante tenía todos los otros personajes satélites. En los primeros tiempos, temía que se mezclaran, sobre todo el conductor TV pelotudo y que representa bastante a cierta manera de enfocar temas graves en la televisión local, con el tipo que cuenta los chistes.
A.M.: –Me parece que tiene esto que también se da en el uso del espacio: permite ir abriendo varias capas, rumiarla un poco. Se habla de Holocausto pero, por otro lado, es una pieza sobre la relación de un padre y un hijo. Ese planteo es universal: ¿qué nos pasa a nosotros como hijos con nuestros padres? ¿Qué hacer con la herencia que te dejan? ¿Qué cosas tomar y qué cosas dejar? En lo personal, esta obra tiene que ver con un diálogo interno con mi padre, fue como un reencuentro con él. Porque mis textos anteriores tenían mucho que ver con el mundo femenino, y aquí las mujeres están, pero fuera de campo.
Un judío polaco, sábados 22 y 29 de noviembre, a $ 20, en Espacio TBK, Trelles 2033, 4586-2971. Dios confunde todo, los domingos a las 20.30 en Apacheta, Pasco 623, 4941-5669.
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