Vie 05.12.2008
las12

MEMORIA

Orgullosamente Santucho

Sobreviviente de una familia que fue diezmada durante los años más oscuros de la Argentina y mirada con recelo durante los inicios de la democracia merced a la teoría de los dos demonios, Blanca Santucho ha reconstruido la saga de una familia de luchadores y luchadoras en un libro que acaba de reeditarse por tercera vez: Nosotros, los Santucho. Con casi 80 años, esta mujer coqueta que no abandona las iniciativas sociales se ha convertido en motor de la búsqueda del cuerpo de su hermano Mario Roberto, líder del Ejército Revolucionario del Pueblo asesinado en 1976.

› Por Verónica Engler

Todavía está conmocionada por su reciente visita a la Base Almirante Zar, en donde fue fusilada su cuñada Ana María Villarreal, esposa de Mario Roberto Santucho –el líder máximo del Ejército Revolucionario Revolucionario del Pueblo (ERP)–, el 22 de agosto de 1972, en lo que se conoció como la Masacre de Trelew. Blanca Santucho es la primera integrante de la familia que visitó ese lugar en el que anida una memoria de lo siniestro que comenzaba a insinuarse por entonces en la Argentina. “Para mí fue importante, tuve la oportunidad de ver la celda donde estuvo Sayo (diminutivo de Sayonara, como la apodaban cariñosamente a Ana María por sus rasgos orientales). Fue la primera muerte que se produjo (en la familia), la que más nos impactó, porque entonces era algo inusitado para nosotros”, cuenta con la cadencia típica de una santiagueña de pura cepa. Luego vendrían las muertes, los secuestros y las desapariciones durante la dictadura militar y antes, en épocas de la Triple A, que se cobraron la vida de diez familiares más: cinco hermanos (Carlos, Francisco, Omar, Oscar y Roberto), su única hermana (Manuela), dos cuñadas (además de Ana María Villarreal, Cristina Navajas y Liliana Delfino, la segunda esposa de Roberto) y dos sobrinas (María del Valle, hija de Carlos, y Mercedes, hija de Amílcar).

En su libro Nosotros, los Santucho, Blanca da cuenta de la forma en que vivieron tanto los que hoy no están como los que lograron sobrevivir al terrorismo de Estado. La idea de esta obra es que “se conozca a la familia, que no fueron delincuentes ni tirabombas, fue una familia de profesionales que quisieron mucho a su pueblo y no vacilaron en dar la vida”, cuenta ya cansada de que su apellido cargue con un estigma pergeñado durante los años de plomo y continuado luego en democracia al calor de la teoría de los dos demonios.

Esta mujer de 79 años, que en el exilio supo trajinar junto a sus padres por países de Europa y América para informar sobre el horror argentino, se dispuso hace poco más de un año a emigrar una vez más de su Santiago del Estero natal con la intención de afincarse en Buenos Aires. El objetivo de la mudanza es poder seguir de cerca las gestiones tendientes a encontrar el cuerpo de su hermano Mario Roberto (Roby), que se supone estaría enterrado en Campo de Mayo, donde se han realizado algunas excavaciones, pero sin resultados positivos. “Yo creo que hay un pacto de silencio entre ellos (los militares) contra el que se estrellan todos los esfuerzos que uno haga. Van a ocultar sobre todo el cuerpo de una persona que fue un líder, un símbolo de una época, que fue una figura emblemática de la familia. Pero yo tengo la ilusión de que todavía esté.”

EN TRANSITO

Coqueta pero de estilo sobrio, Blanca se preocupa porque su pelo no salga desprolijo en la foto, ya que intentó peinarlo con esmero, pero la humedad de los últimos días dificulta la tarea que emprendió con los ruleros.

Su departamento, emplazado en un complejo de viviendas sociales en la periferia capitalina, está plagado de fotos de su familia y también de recuerdos que trajo de sus años de exilio (desde 1976 a 1983), primero en Cuba y luego en Suiza.

Durante años Blanca vivió con su hermana Manuela, abogada (que hoy tendría 68 años), su compinche del alma, a quien adoraba y a quien por momentos evoca con cierto dejo de culpa. “Muchas veces me pregunto por qué no me han llevado a mí en lugar de a ella, que tiene su hijo.” Blanca no se casó ni tuvo hijos.

La labor realizada por esta mujer junto a sus padres en el exilio fue encomiable e, igualmente, por momentos ella todavía se pregunta si quedándose en la Argentina hubiera podido rescatar a alguno de sus seres queridos. Al momento de su partida –cuando ya varios de sus sobrinos se encontraban asilados en la Embajada de Cuba esperando poder salir del país, algo que finalmente lograron–, ya se habían librado dos pedidos de captura con su nombre, amén de las veces que apenas pudo salvar el pellejo de los allanamientos realizados en las casas por las que peregrinó (en Capital Federal y Gran Buenos Aires) antes de partir hacia el exilio.

Blanca no militaba en ningún partido ni movimiento político, pero jamás se le ocurrió cuestionar la decisión de sus seres queridos que sí lo hicieron, sino que por el contrario reivindica orgullosa esos ideales. “Se luchaba por una sociedad mejor, para que los niños tengan acceso a la educación, la salud y la vivienda, para que no tengamos que padecer un sistema injusto. El PRT se planteó la toma del poder para el pueblo, ese era el objetivo, y lucharon hasta el final, hasta que la muerte los alejó de aquí, pero ellos no claudicaron en su lucha”, reconoce con indignación ante la impunidad que, veinticinco años de democracia mediante, todavía deja que los asesinos y torturadores caminen libres por la calles o gocen de prisiones domiciliarias que parecen más un privilegio que un castigo.

En la dedicatoria de su libro se lee: “A mis inolvidables progenitores. A los Santucho caídos. A los sobrevivientes. A los que sufrieron carencias afectivas. A los que con su conducta militante o no, honran a quienes abrazaron una causa justa”. Blanca está en plena tratativa para realizar la tercera reedición de la obra. “Es la única arma que tengo para defenderme y llegar a los propósitos por los que he venido a Buenos Aires, que es la búsqueda del cuerpo de Mario Roberto y que se deje de demonizar a la familia.” Hace pocos meses la presentación de Nosotros, los Santucho llegó a la Legislatura porteña, por iniciativa de la diputada Diana Maffía –de la Coalición Cívica–, en donde se logró votar por unanimidad una declaración de apoyo a la búsqueda del cuerpo de Santucho y Urteaga. Un documento similar, presentado por la diputada Fernanda Gil Lozano (también de la CC), fue aprobado en la Comisión de Derechos Humanos de la Cámara de Diputados de la Nación y espera tratamiento en el recinto parlamentario.

Blanca habla con una parsimonia que al instante contrasta con los bocinazos y los ruidos urbanos que se escuchan en pleno microcentro capitalino, en donde pronto tendrá su lugar una asociación que ha pergeñado junto a sus compañeros y compañeras de ruta, que llevará el mismo nombre del libro: Nosotros, los Santucho. La idea, según cuenta, es “hacer algo por los niños de Santiago que están en situación de riesgo y no tienen asistencia médica, servir de vehículo para que sean atendidos acá, darles hospedaje o lo que necesiten si, por ejemplo, tienen que hacer algún tratamiento en un hospital”. Porque asegura que hay más santiagueñas y santiagueños dispersos por el país que viviendo en su provincia.

Las más bellas postales que Blanca guarda en el arcón de sus recuerdos son las de los tiempos en Santiago del Estero, cuando se armaban las grandes reuniones familiares, que podían empezar con un almuerzo y prolongarse hasta el día siguiente. “Roby tenía una barra de la facultad, venían, se alternaba, se comía –memora con una sonrisa–. El Roby y la Sayo bailaban la cueca y había sobrinos que tocaban la guitarra y cantaban.” A Roby lo recuerda como uno de los más cariñosos de la familia, “siempre preocupado por los papis”.

Cuenta que las compañeras de su hermana y de sus sobrinas le reseñan los años de militancia como los mejores de sus vidas. Ella, a pesar de que no militó, también recuerda esos años vertiginosos plenos de una felicidad intensa. “Nos perseguían y teníamos que mudarnos todo el tiempo, pero andábamos todos juntos de aquí para allá, añoro eso, las discusiones que compartíamos.”

A pesar de que hay momentos en los que se “bajonea”, reconoce el apoyo solidario que ha recibido de unas muchas personas (funcionarios del gobierno, legisladores, militantes de organizaciones sociales, compañeros de militancia de sus familiares), algo que la ayuda a continuar trabajando. Blanca tiene esperanzas de poder hallar el cuerpo de Mario Roberto para llevarlo a Santiago del Estero, al panteón familiar, y darle “cristiana sepultura”.

Cada mañana, esta menuda mujer de cutis muy terso se levanta para insistir en la búsqueda de la verdad y difundir la historia de su familia, “continuar esta lucha y no abandonar, porque eso es lo más triste”.

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