Vie 13.03.2009
las12

DERECHOS

Para que las mujeres dejen de ser un trofeo de guerra

Monika Hauser es una ginecóloga suizo-italiana que desde hace 15 años dirige la organización Medica Mondiale, que ya atendió a más de 70 mil mujeres que sufrieron violencia sexual durante la guerra en Bosnia. Ella ganó el Premio Right Livelihood –considerado el Nobel Alternativo– y convoca a las organizaciones internacionales a atender a las mujeres que vivieron violaciones durante conflictos bélicos y a los gobiernos a tener decisión política para terminar con la impunidad de los agresores. Ella valoriza la resolución de la ONU de enfrentar estos delitos y los avances que llevaron a Bosnia a garantizar la atención, la vivienda y una pensión a las víctimas.

› Por Verónica Engler

Sólo en 1992 veinte mil mujeres musulmanas fueron violadas en Bosnia durante la Guerra de los Balcanes. Cien mil mujeres sufrieron esa misma vejación en Berlín en las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial. Y hoy, todavía, en la República Democrática del Congo las mujeres son sometidas sexualmente por los bandos que se disputan la zona para extraer diamantes, oro y coltan (un elemento utilizado para la fabricación de teléfonos celulares) de sus minas. Ya nadie puede considerar la agresión sexual contra las mujeres durante conflictos bélicos como un “exceso”. El año pasado, Naciones Unidas adoptó la resolución 1820 para que se considere a la violencia sexual como un crimen que debe ser juzgado. “El credo patriarcal sostiene que el cuerpo de las mujeres es propiedad de los hombres. De esta manera, un ataque a una mujer se convierte en un ataque a la propiedad y el honor de los hombres”, denunciaba hace tres meses la ginecóloga suizo-italiana Monika Hauser al recibir en el Parlamento sueco, en Estocolmo, uno de los cuatro premios Right Livelihood –considerado como el Nobel Alternativo– por su labor al frente de Medica Mondiale (MM), una organización que, desde 1993, atendió a más de 70 mil mujeres que sufrieron violencia sexual durante conflictos bélicos.

“Existe violencia sexual contra las mujeres y las niñas en todo el mundo y no sólo en áreas de guerra. En Alemania, más del cuarenta por ciento de las mujeres ha sufrido algún tipo de violencia sexual durante sus vidas. No es sólo un problema en Afganistán o en el Congo. Por supuesto que en áreas en guerra podemos encontrar un porcentaje mucho más alto de este tipo de violencia contra las mujeres”, aclara Monika Hauser en diálogo telefónico con Las 12 desde Colonia, Alemania, donde tiene su sede central MM.

Hauser es hija de italianos que tuvieron que huir del fascismo hacia Suiza, tiene 49 años y un hijo de 12. Y es, para muchos, un hueso duro de roer. Hace una década y media, a poco de fundar MM, rechazó una cuantiosa subvención de Caritas porque la organización católica se oponía a la realización de abortos en casos de violación, una práctica que ella ofrecía a las mujeres que acudían al centro Medica Zenica, en Bosnia. Unos años después, Hauser se dio el lujo de negarse a recibir la Cruz Federal del Mérito en Alemania, porque el gobierno había amenazado con deportar a miles de refugiados bosnios.

¿De qué manera los estereotipos de género están ligados a la violencia sexual durante conflictos bélicos?

–La violencia es la herramienta perfecta para aterrorizar. Un hombre del bando vencedor le puede mostrar a su enemigo que él no puede proteger a sus mujeres. Cuando el enemigo viola a su hija o su esposa los hombres consideran que su honor es destruido. Por supuesto que, como feministas, nunca conectaríamos la violación de las mujeres con el honor de otros. Pero estas mujeres, que están viviendo en estas sociedades patriarcales, creen que ellas tienen que avergonzarse y no que el violador es el que debe sentir vergüenza. De esta manera, resulta muy fácil para los perpetradores violar mujeres y estar seguros de que ellas no hablarán.

Y esta estructura tiene su correlato en tiempos de paz....

–Sí, exactamente. En Alemania, en donde mucha gente tiene una actitud negativa hacia la inmigración, muchas chicas de origen turco están sometidas a preceptos familiares restrictivos y muy rígidos que principalmente conciernen a la “buena” conducta y, por ejemplo, se tienen que casar con un hombre elegido por sus padres. Si no lo hacen, insultan y dañan el “honor” y el “orgullo” del padre y de la familia. En relación a esta situación, se cometieron algunos asesinatos por el “honor” en Alemania. Pero la sociedad alemana está sobreactuando este problema. Estos casos son tomados de manera muy sensacionalista por los medios y por los políticos de derecha que nunca pensaron en los derechos de las mujeres. Yo creo que se trata de racismo para alimentar una postura en contra de los inmigrantes turcos que viven en Alemania. Porque puede haber en Alemania uno o dos casos de estos por año, pero yo leo todas las semanas en los diarios que una mujer alemana fue asesinada por un marido o novio celoso. Y los medios alemanes llaman a eso “crímenes pasionales” y es el mismo tipo de asesinato de “honor” que se denuncia en el caso de las mujeres de origen turco.

¿De qué manera el poder de las estructuras patriarcales son reproducidas por la institución médica?

–En el norte de Italia, donde hice mi primera residencia en una clínica rural, me di cuenta de que las mujeres estaban expuestas a mucha violencia de parte de sus maridos y ninguno de los médicos que me dirigían quisieron entender lo que les decía. Luego fui a Alemania y las mujeres me contaban sus experiencias violentas. Y se trataba de mujeres de todas las clases sociales. Me di cuenta de que no dependía de la clase, la etnia o la formación profesional, sino que era un problema estructural que era sistemáticamente ignorado por mis profesores en el hospital, por mis jefes, por mis colegas varones y, lamentablemente, también por mis colegas mujeres. Después de un tiempo dije: “No quiero obedecer a este sistema, voy a hacer algo por mi misma”.

¿Y entonces se decidió a crear Medica Mondiale?

–Entonces comenzó la guerra en Bosnia, en 1992, y todo cerró cuando mi madre me contó su historia de la Segunda Guerra Mundial, a la que ella había sobrevivido cuando era una niña. Y luego mi abuela y tías abuelas en Italia me contaron de sus experiencias de guerra y todas habían sufrido algún tipo de violencia sexual. Por eso cuando escuché acerca de todas las violaciones que se estaban cometiendo en Bosnia empecé a trabajar en una ONG internacional, pero me decían: “No podes ayudar a estas mujeres, son mujeres musulmanas violadas, es imposible”. Y eso me enojó mucho y significó el comienzo de mis actividades.

¿Cuáles son los cambios que pudo observar en estos más de 15 años de trabajo?

–Quince años es mucho tiempo y estoy muy feliz de que el centro todavía exista. Lamentablemente todavía hay mucho trabajo por hacer. Por un lado, las mujeres que sobrevivieron a la violencia de la guerra, vienen porque antes habían sido amenazadas y ahora comienzan a poder pedir ayuda. Por otra parte, hay un altísimo nivel de violencia doméstica. Después de la guerra, la gente permanece en estado de pobreza, los hombres no tienen trabajo, nunca hablaron de sus propias experiencias violentas en la guerra y comienzan a beber. Y además hay un alto nivel de tráfico de mujeres para prostitución de Serbia, Bosnia y otras partes del Este de Europa como Rusia, Ucrania y Moldavia. Hay mujeres muy pobres que quieren ir a Europa occidental para trabajar y enviar dinero a sus hogares, pero quedan varadas en países como Bosnia, donde hay una estructura mafiosa muy importante que organiza burdeles en los que tienen que trabajar bajo condiciones de esclavitud. Los problemas siguen pero las organizaciones internacionales cortaron el financiamiento.

¿Por qué las organizaciones internacionales cortan el financiamiento?

–Porque se fueron a la próxima zona de guerra, ahora trabajan en Afganistán o en Irak y tenemos que explicarles que el trabajo en derechos humanos requiere dinero por, al menos, una generación, para que no sea una ayuda solamente cosmética para las estadísticas de la Comisión Europea. Queremos darle soporte también a la paz entre los géneros. En Argentina ustedes tienen problemas similares por lo que sucedía con las mujeres en los centros de tortura durante la dictadura. Para superar este ciclo de violencia necesitamos enfocar el tema de manera colectiva y a largo plazo.

Desde Medica Mondiale también impulsaron la creación de la Corte Penal Internacional y el reconocimiento explícito de la violencia sexual como un crimen de guerra.

–Es especialmente dignificante para las mujeres que sobrevivieron a la violencia sexual porque en sus sociedades ellas son estigmatizadas y no los agresores. Por lo tanto, es muy importante que los perpetradores estén en el banquillo de los acusados, frente a un tribunal, para que esas mujeres puedan sentir un poco de justicia. Pero todavía hay problemas y eso nos enoja. El 26 de enero comenzó el juicio contra (Thomas) Lubanga, un criminal de guerra de la República Democrática del Congo y los testigos terminan siendo manipulados y retraumatizados. La resolución 1820 podría haberse aplicado en el Congo en el último medio año, donde muchas mujeres y niñas son violadas. Pero nada ha sucedido. ¿Dónde está la voluntad política para hacerlo?

¿La ausencia de mujeres involucradas en los procesos de paz es parte del problema?

–Sí, por supuesto. Ahora tenemos una negociación de paz en Nairobi, de la República Democrática del Congo, donde las mujeres no están representadas. No pienso que las mujeres sean mejores seres humanos, pero creo que por las duras experiencias que tuvieron que atravesar tienen competencias que son ideales para las negociaciones. Sin mujeres no tenemos paz y es imposible un comienzo para una nueva democratización.

¿Cuál fue el éxito más significativo en la lucha en contra de la violencia sexual?

–Un estatus especial en Bosnia para las mujeres violadas, como el que tienen los veteranos de guerra, fue revolucionario. Ahora las mujeres que sufrieron violencia sexual tienen el derecho legal para recibir asistencia médica y psicológica, una buena vivienda, ayuda en el cuidado y educación de los hijos y una pequeña pensión.

¿De qué manera es posible prevenir la violencia sexual contra las mujeres?

–Tenemos que fortalecer y empoderar a las mujeres y educar y sensibilizar a los hombres. Por otra parte, cuando tuvimos éxito en Kandahar, en el sur de Afganistán, en procesar a un hombre que casi había asesinado a su esposa a golpes, ése fue un gran mensaje para las mujeres y para la población en general porque veían la impunidad como una norma. Terminar con la impunidad es algo realmente importante que va de la mano con la educación de hombres y mujeres.

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