La baja en la edad de la imputabilidad de los menores vuelve a debatirse empujada por un crimen que generó eco –el de Daniel Capristo– y los pedidos (públicos y electorales) de bajar la inseguridad. Pero además del delito en la vía pública hay muchas otras muertes evitables e injustas de las que (casi) no se habla: los femicidios, los accidentes de tránsito, los efectos de la tenencia de armas, la mortalidad infantil, los fallecimientos por la clandestinidad del aborto y la exclusión fatal de la pobreza son gatillos que parecen invisibilizarse.
› Por Luciana Peker
“Esta muerte, la muerte de mi viejo, tiene que ser el punto final de la inseguridad, juntemos un millón de firmas para la ley penal juvenil”, pidió Facundo Capristo, hijo de Daniel Capristo, el chofer asesinado en Valentín Alsina el 15 de abril pasado que reavivó el clamor para bajar la inseguridad e, incluso, activó el debate legislativo sobre una nueva ley penal juvenil que podría bajar la edad de la imputabilidad a los 14 años.
Toda muerte es abismalmente dolorosa. Ningún familiar de una persona asesinada puede tener los labios sellados por la sobriedad, ni tiene por qué estar iluminado o enceguecido por la perdida y la herida. Cada uno/a tiene sus ideas (además de su dolor) y esas ideas pueden ser compartidas o no y seguidas, o no, por el resto de la sociedad, los legisladores, los medios, las campañas políticas: los ecos del dolor cuando el dolor es colectivo. Sin embargo, no todos los dolores encuentran micrófono, multiplican su repercusión y logran producir efectos sociales.
David tenía 13 años, Emanuel 11, Ezequiel 9, Jesús 7, Belén 4 y Celeste 18 meses. Los seis hermanitos murieron en un incendio en una casa de La Boca el 10 de febrero de este año. Los padres trabajaban de cartoneros y los chicos también cartoneaban. Vivían amontonados. La falta de viviendas no es siquiera un tema que se cuele de vez en cuando en los diarios. El fuego no es sólo un rayo caliente e injusto sobre la inseguridad de la pobreza. Según la Defensoría del Pueblo de la Ciudad de Buenos Aires en La Boca se producen 300 incendios por año. Nadie se alarma por esas llamas. Nadie pide un homenaje, un punto final para las muertes de David, Emmanuel, Ezequiel, Jesús, Belén y Celeste.
No es un arma, un cuchillo, un gatillo lo que dispara. Es la tos, el hambre, la desidia, la escarcha, la bronquiolitis, la falta de plata para ir al médico, las defensas bajas: la mayoría de las veces enfermedades evitables. La mortalidad infantil no sólo sigue palpitando entre bebés que nacen sin fuerza o que los supera el invierno. No sólo sigue, sino que crece. Pero la alarma sanitaria no tiene correlato con el crecimiento de las noticias. El aumento de la mortalidad infantil pasó –prácticamente– desapercibido, pero, según un informe del Consejo Federal de la Salud la mortalidad infantil subió un 0,4 por ciento el último año y la tasa actual es de 13,3 fallecimientos cada 1.000 nacimientos (en el 2006 era de 12,9), a pesar que el 60 por ciento de las muertes podría prevenirse con controles en el embarazo.
De la inseguridad se habla para decir que hay que armarse frente a la delincuencia, pero no se habla –o se habla como si se tratara de tiros al aire o de escapes azarosos de esas armas que, se supone, están para defender a la gente amenazada– de la inseguridad que producen las armas. Beatriz Almada es empleada doméstica. El 10 de abril fue a limpiar la casa de Aída Pfirter como lo hacía siempre, pero esta vez Aída no estaba –se había ido de viaje– y ella fue con sus dos hijas. Mientras Beatriz limpiaba la parte de abajo de la casa, sus hijas jugaban en el cuarto de la señora. Debajo de la cama había un rifle. La nena de 11 años disparó como un juego. Su hermana de 16 años murió desangrada. Los vecinos de Aída en Villa Concepción, San Martín, dicen que se arman por la inseguridad reinante. Beatriz había ido a trabajar para que no se notara que no había movimiento en la casa. La muerte de su hija no es una fatalidad. Se supone que hay 2.200.000 armas en la Argentina.
En el estudio “Femicidio e impunidad”, realizado por Susana Cisneros y Silvia Chejter, con datos suministrados por la Policía Bonaerense, se demostró que en el 70 por ciento de los 1284 crímenes hacia mujeres cometidos en la provincia de Buenos Aires, entre 1997 y el 2003, el asesino era la pareja, ex pareja, marido, novio o ex novio de la mujer asesinada. Y que en 669 de esos asesinatos las mujeres fallecieron cuando sus asesinos dispararon un arma. Mientras que en 191 de los crímenes las novias o esposas fueron apuñaladas con armas blancas.
La detención de José Arce –acusado de contratar a un sicario para que asesine a su ex esposa Rossana Galiano– se produce más de un año después del crimen –el 16 de enero del 2008– mientras él vivía en la casa en la que ella fue asesinada y criaba a sus dos hijos. Arce, además, se presentaba a los medios como una víctima de las infidelidades de la víctima y relataba que sus hijos no extrañaban a la mamá asesinada. La cobertura periodística de ese caso refleja la impunidad –en principio, mediática– con la que los femicidios son naturalizados por la sociedad.
“La inseguridad que no conmueve”, relató la periodista Mariana Carbajal otro femicidio –el de María Cristina Huber– ocurrido en el pueblo de San José cuando Raúl Peña, denunciado por violencia familiar, acusado de abusar de sus dos hijas y con una restricción de acercarse al hogar mató –presuntamente– a su ex exposa, el 16 de abril, dándole golpes con una plancha de hierro.
A pesar de que el año pasado los accidentes de tránsito tomaron protagonismo mediático, las cifras de personas que mueren atropellados o dentro de los autos sigue creciendo. Es el gran peligro social de la época. Pero marcha en cuatro ruedas. En el 2007, Argentina registró 28,5 víctimas fatales cada 100 mil habitantes, un 10 por ciento más que en el 2006, según el Instituto de Seguridad y Educación Vial (ISEV). En Brasil, Chile, Uruguay y Venezuela la tasa de muertos por accidentes de tránsito es mucho más baja. ¿Quién se acuerda de esas inseguridades invisibles? ¿O la mortalidad infantil, los incendios, los accidentes de tránsito y los femicidios también son culpa de los menores o son un problema mayor del que nadie quiere realmente ocuparse?
La inseguridad, producto en gran parte de la exclusión, la corrupción policial y la violencia urbana, seguramente, es una espiral que no se soluciona con ver sólo una parte de las muertes injustas y evitables.
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