HASTA LAS URNAS
El complicado tablero político electoral volvió a poner en primer plano un mecanismo vetusto que no se advertía desde los primeros tiempos de vigencia de la ley de cupo: usar a las mujeres en su papel de esposas o hijas –apenas portadoras de apellido–, más allá de la propia trayectoria política.
› Por Veronica Gago
La imagen de lo testimonial ha estado siempre vinculada a lo minoritario. Se da testimonio cuando no hay otra prueba que la propia voz. Lo testimonial, usado como adjetivo, tiene así una connotación que es a la vez elogiosa y despectiva: es común escuchar decir que una lucha es testimonial cuando es elocuente, pero sólo sirve como ejemplo aislado, sin capacidad de trascender más allá de sí misma. En los últimos días, la noción de “testimonial” adosada a las candidaturas ad hoc para las elecciones del próximo 28 de junio ha tenido otra deriva. Ahora refiere a que el apellido se ofrece, más allá de la ocupación efectiva del cargo, como prueba de una fidelidad política. Buena parte de estas candidaturas testimoniales serán posiblemente ocupadas por mujeres: sobre todo, esposas de políticos que darán testimonio de su linaje, que pondrán a rodar su apellido de casadas como capital político. ¿Una versión del cupo femenino de nuevo tipo? ¿O un pseudocupo que hace del lazo matrimonial un valor? ¿Una remake de una vieja práctica? ¿O una prueba más de la crisis de representación del sistema político que, cada vez, debe acudir a nuevas modalidades de supervivencia?
Lo irónico es que ante la proclama de que en estas elecciones hacía falta “poner el cuerpo” (originariamente dicho por el gobierno a sus aliados políticos), a muchos –oficialistas y opositores– se les ocurrió poner a sus esposas.
Esposa de
En el pingpong de definición de candidaturas, varios intendentes están evaluando la performance que podrían tener sus mujeres blandiendo los apellidos de ellos, sus maridos, como testimonio suficiente para conservar sus ventajas electorales. Hugo Curto (Tres de Febrero) evalúa a su esposa Marta Burgos para primera candidata a concejal. Alberto Descalzo (Ituzaingó) también sondea la eventualidad de que Marta Pérez, su mujer, sea candidata. Malena Galmarini, esposa del jefe de Gabinete Sergio Massa, puede también presentarse si no lo hace el propio Massa. El gobernador de Tucumán, José Alperovich, hará que su mujer Beatriz Rojkés encabece la lista de senadores.
Algunas de ellas ya desempeñan funciones o cargos políticos desde hace tiempo. Sólo que ahora esas trayectorias se convalidarán en la medida que estampen en la boleta el apellido de sus maridos. En este tipo de candidaturas las mujeres jugarán un rol específico: serán prenda del compromiso político de sus cónyuges. Algunos prestan sus apellidos, otros también prestarán a “sus” mujeres.
Quien lo dijo sin ambigüedades fue el gobernador de Córdoba, Juan Schiaretti, sin utilizar el término testimonial, ahora reservado al oficialismo. Lo hizo al anunciar la candidatura de su esposa Alejandra Vigo, puntualizó en declaraciones a medios de su provincia que “no ocupará un lugar expectable” de la lista de diputados y que sólo será incorporada “para traccionar votos”. Schiaretti ofreció además un lugar en sus listas a Olga Ruitort, más conocida como ex esposa de José Manuel de la Sota.
En la ambigüedad entre ser testimonial y dar testimonio se inscribe también, aunque en otra saga, la candidatura de la actriz Claudia Rucci –hija del ex jefe de la CGT José Ignacio Rucci– por las listas del peronismo disidente. Sus declaraciones testimonian sobre todo una disputa política al interior del peronismo. Donde el apellido mismo “tracciona” a ciertos sectores. Como Claudia Rucci misma dijo: “No se puede compatibilizar el peronismo de mi padre con Kirchner”. ¿Qué pensará ella?
Lazos de familia
Dora Barrancos, directora del Instituto Interdisciplinario de Estudios de Género (IIEG) de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, sostiene al respecto: “Suena a una franca utilización de la condición de sus parejas, esposas y compañeras. Es cierto que la manipulación se puede dar tanto con varones como con mujeres. Históricamente los varones han manipulado como quisieron a otros varones a través de líneas de sucesión según afinidades congruentes y para determinadas finalidades políticas. Sin embargo, aquí lo que impacta es la maniobra al descubierto con que se usa el cupo femenino: es decir, el cinismo de la designación directa en función del lazo familiar, del lazo afectivo”.
¿Puede pensarse que se plasma una idea “invertida” de cupo femenino?
Siempre ha existido la posibilidad de impugnar la idea misma de cupo por esta razón. Pero esta práctica en concreto demerita la idea del cupo. Ahora creo que habría que distinguir que en algunos casos hay trayectorias políticas que son reconocidas con estas candidaturas, donde existe una habilitación previa. Pero, en el caso de quienes no la tienen, este paso no significa un reconocimiento a un trayecto político, sino a un trayecto familiar, lo que lo hace impugnable. Y, en este sentido, creo que el feminismo, sobre todo el que tiene fuerte articulación con la política, debería denunciarlo como fórmula completamente condenable. Si es condenable esta operación de la denominada testimonialidad, más severa es la cuestión de servirse de las mujeres para consagrarla.
Creo que es también signo de que el sistema político está pasando por una de sus crisis mayores, deshaciéndose de las ideas políticas mismas.
¿Qué connotación adquiere lo testimonial en este sentido?
Lo testimonial tenía que ver con una cuestión fuertemente ideológica, y no estaba vinculado con la treta política. Lo testimonial era la capacidad que todavía existía para erigir ciertos horizontes utópicos. Ahora lo que vemos es un vicio de la testimonialidad, como residuo de la vocación utópica. Además, creo que en el caso de las mujeres esta maniobra es casi como el ejercicio de la dote. Funciona como si fuera una contribución a un régimen puramente objetal.
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