TEATRO
Como pequeñas y conflictivas bios, los monólogos de “Ya no pienso en matambre ni le temo al vacío”, la obra de Patricio Abadi, retratan un patetismo crónico donde la bandera existencialista se vuelve... una tira de asado.
› Por Guadalupe Treibel
Puede ser cualquier lugar: todos y ninguno. Un antro nacional, de pecho criollo, saluda con cartelito de neón. “CarneVil”, dice y se vuelve cabaret, un tugurio casi lyncheano, surrealista pero posible, que sirve de contenedor para ocho personajes/fichas del rompecabezas existencialista. En ese marco, la obra del actor, dramaturgo y director Patricio Abadi describe ocho maneras de soledad y de amor, de violencia y tristeza, pero lo hace en minúscula y, sin sermonear, es capaz de mostrar las situaciones más difíciles, escatológicas y brutales desde el delirio a conciencia, que (tras)pasa cualquier línea (por suerte).
¿Cómo? En parte, retomando la abandonada tradición del juego con palabras (el título es ejemplar). En parte, con personajes recortables, acompañados de buenas y mejores actuaciones. En parte, resolviendo con estrellitas de colores la unión entre el romanticismo y lo visceral, con coreografías a punto caramelo y canciones trash: porque a la zamba, la sigue Gilda o un tema de Erausure. O “Eye of the Tiger”, del soundtrack de Rocky. Todo, como forma y fondo de una temática que cruza a todos: el desamor y la tristeza. Y no es que el humor de Abadi arrase con todo. Simplemente elige desacartonar para zambullirse en cada bio, demostrando que la risa no siempre es alegría. Y es en esa línea donde pisan fuerte las historias de las cuatro mujeres del show...
La chica del delivery Palomita (Cecilia Layus) con su agudísima voz de niña, imposible de catalogar, dice que le teme al suicidio; la muerte autoinfligida se le hace una pulsión imparable. Pechito (Natalia Farano) quiere que la amen, dormir acucharada y “jugar el mismo juego al mismo tiempo” hasta “pelearse a fondo, cagarse bien a trompadas”. Algo arrasador, donde no se disipe la energía o la pasión. “El himen fue mi primera pérdida”, recapitula y cierra la idea: el sexo y las relaciones siempre le significaron un vacío. Chiquizuela (Umbra Colombo) es “bailarina exótica” y, cada vez que puede, sale en la tele: quiere que la vea el amor de su vida, un alumnito de 6to. grado que tuvo cuando fue maestra rural.
Y está también la inocente criollita Marucha (en cuerpo y trenzas de la genial Eugenia Iturbe, actriz de Open House y Mujeres en el baño) que, con la guitarra a cuestas y una erre que no sale, es chica de provincia, capaz de tararearte a los ojos y despertar catorce sonrisas, todas juntas. Capaz de escribir una canción sobre su novio de lengua filosa, llamada “El paralítico es la relación”, ironizando situaciones impensables: “Tus ojos reflejaban el camino no andado, tus piernas anestesiadas / Son la atrofia de este amor.../ El paralítico es la relación oh, oh, oh, oh”, entona la actriz maravilla.
Desde la primera oración, cada monólogo define su línea. Aún los personajes masculinos, donde destaca Marcelo Frasca, como un cuadro parlanchín y oscurísimo: El Grito, de Munch. Acompaña (bien) Sergio Barattucci (relatando un encuentro sexual poco convencional con una mujer 40 años mayor), Junior Lareo (como Menudo, un violento que, desde el texto, necesitaría profundización porque pareciera encaminarse hacia el lugar común del golpeador) y el mismo Abadi, como Seso, un carnicero que ve la vida a lo vacuno y larga la sentencia final que cierra la obra: “Qué débil es la carne. Cómo tira, cómo tira. Pero después hay que comerse el vacío y, ojo, yo no te pido un lomo de primera. No. Un pechito, un pedazo de nalga... De corazón... ¿Es mucho pedir?”. La pregunta se formula en el marco de un país ganadero, así que es de esperar que no sea mucho pedir.
Ya no pienso en matambre ni le temo al vacío: los viernes a las 21 en Teatro La Clac, Avenida de Mayo 1156. Reservas al 4382-6529 o 4115-3511. Entradas $ 20.
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