VISTO Y LEíDO
La revista Esquire en su número aniversario propone alumbrar a lectores y lectoras con la lista de todo lo que tiene que ser un hombre ideal. La curiosa lista parece tomada del juego de los siete errores. Con modelos así, mejor quedarse con lo que hay en casa.
› Por Natali Schejtman
Esquire podría tener algo de reverso masculino de la Chick Lit. Pero es mucho, mucho más que eso. Con un formato perfectamente aceitado y un lector tallado con gubias filosas, Esquire sabe mezclar reflexión honda de género, consumo bacán y vidriera banal sin que nadie resulte herido ni indignado, sino todo lo contrario. Su tono es compinche, duro pero amigable. No se parece a, por ejemplo, nuestra revista Hombre (“¿tragás o escupís?” es una pregunta que apareció mucho más que varias veces en sus reportajes), pero en sus líneas se cuela cierto arraigado espíritu de cuerpo nada militoide.
Para su número especial, fragmentación de la imagen mediante (Esquire existe desde 1933), la tapa ofrece no sólo una cabezota masculina al natu, sino tres, cada una en otra hoja, cortadas en tres filetes, cosa de poder jugar un poco y armar la cara tripartita: los ojos de Obama, los labios de Clooney, la nariz de Justin Timberlake. O todo al revés, claro.
La mezcla se acerca más al ideal, ésa podría ser la cuestión. La vocación reflexiva –adjudicada generalmente a las mujeres– es una marca sutil de la revista. Sin ir más lejos, Francis Scott Fitzgerald o Ernest Hemingway, cada uno representante de un modelo muy diferente de hombre y dedicados en más de una oportunidad a esa cuestión (por poner un ejemplo rimbombante, Ernest narró en su libro París era una fiesta las preocupaciones de Scott por el tamaño de su miembro y la relación que eso podría llegar a tener con los orgasmos de su desencajada esposa), escribieron en las páginas de Esquire. Scott Fitzgerald, de hecho, publicó allí su memorable “Crack up”, intenso relato de su desmoronamiento.
Ahora, en el marco de esa inquietud, nos regalaron bajo esta tapa patchwork un dossier dedicado a cómo ser un hombre, qué es ser un hombre y varios demases: cómo comportarse, qué objetos no pueden faltarle, qué libros debe leer, qué discos escuchar, qué cosas hacer. ¿Y qué hay de nuevo?
Este hombre, de características ideales, es jugoso y complejo: emprendedor, apacible, gran escucha, amoroso con sus hijos, curiosos con pareja (mujer), solitario... y más. Autómata y correcto en lo relativo a su puesto de trabajo (es decir al cumplir su horario, etcétera), completo y acaso algo soft.
Esta imagen ideal aprovecha algunos de sus errores, otros prefiere guardarlos bajo la alfombra y, atención, no anda refregando en la cara de otros que lavó los platos... le parece algo natural. Además, típico de Esquire, algunas de las reflexiones “hondas” se engarzan naturalmente con elecciones de vino (“nunca sauvignon blanc”, ¡por favor!) y la importancia del estilo.
Este hombre no puede acordar con liberales (no depende de la disección racional de todo cuanto ve) ni con conservadores (suele revisar sus creencias). Maneja las herramientas que necesita, conoce los usos básicos de para qué sirve cada cosa, pero no es un fanático.
Libre y cautivo a la vez, por momentos, comprensivo y reflexivo, incierto en su edad y algo más, el ensayo se detiene en sus aristas solitarias, hedonistas e individualistas.
Es curioso: el texto sobre cómo ser un hombre parece haber sido escrito pensando en las más típicas críticas que hombres y mujeres hacen respecto de... hombres y mujeres. El mundo relacional de ambos géneros se pone en juego para definir al hombre a secas. Será que lo híbrido puede llegar a ser lo más certero que podemos imaginar de ese hombre ideal, para mirar y admirar.
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