El juicio a Julio César Grassi no es el único caso que involucra a la Iglesia. El recuerdo de dos causas abiertas en colegios dependientes del Arzobispado de Mar del Plata reflejan el problema global de la actitud eclesiástica frente a las denuncias por abuso sexual en sus instituciones. Sacar del aislamiento las historias particulares ayuda a pensar en nuevas estrategias y a rescatar a las víctimas, incluso, más allá de los veredictos procesales.
› Por Luciana Peker
El sacerdote Julio César Grassi está acusado de corrupción de menores y abuso sexual agravado. Aunque todavía se espera el fallo del Tribunal Número 1 de Morón –que Grassi ya adelantó que apelará– los abusos sexuales que implican a la Iglesia Católica no se acaban en la figura de Grassi. Ya hace tres años que fue absuelto –en marzo del 2006– el profesor de educación física Fernando Melo Pacheco, del colegio religioso Nuestra Señora del Camino, que fue denunciado judicialmente por el abuso de 21 niños en el 2002.
El caso es tomado como paradigmático de una tendencia que obstruye las denuncias por abuso y que desconfía de la palabra de los niños dando por cierto que son inducidos por sus madres o padres cuando relatan que fueron víctimas de abuso. “Todos iniciaron un juicio civil al Obispado. Ahí empecé a entender por qué actúan los padres así. Evidentemente, aquí hay una instigación de terceros para sacar rédito económico de todo esto”, declaró al canal Todo Noticias el profesor exculpado. Los argumentos no pertenecen sólo a ese caso, como tampoco la actitud del Arzobispado de Mar del Plata (del cual dependía el colegio Nuestra Señora del Camino) que volvió a estar implicado en un nivel similar de responsabilidad, en junio del 2008, ante la denuncia de alrededor de 20 casos de abusos sexuales (de niños y niñas de entre 3 y 5 años) en el jardín de infantes del Instituto Ana Botgger, de Villa Gesell, también dependiente de ese Arzobispado, en el que –por ahora– hay seis personas investigadas.
Los efectos de la falta de confianza en las instituciones los sufre Agustín, que con 4 años se quedó sin ir al jardín. En Villa Gesell no hay un gran abanico de posibilidades y uno de los problemas de la denuncia contra el Instituto Botgger es que faltaban colegios alternativos. Ahora él se queda en su casa con su mamá en vez de prepararse para el preescolar. “En Villa Gesell están todos los jardines saturados, pero prefiero tenerlo conmigo, porque el Instituto me genera mucha desconfianza. ¿Cómo puede ser que nadie vio nada?”, se pregunta su mamá que pide anonimato.
Luis tiene 11 años, vive en Mar del Plata y todavía le dice a su mamá “¿te acordás eso que me pasó?” en alusión al abuso. Fue uno de los chicos –Luis no es su nombre real para proteger su identidad– que prestaron declaración con tan sólo 4 años y que apenas pudo recuperar el sueño, pero no entender la realidad. “Desde los 4 a los 9 años él no logró dormir bien. Ahora por suerte sí, aunque le quedan resquemores: le cuesta adaptarse a nuevos grupos y tiene miedo de preguntarle cualquier cosa a sus profesores, pero por suerte yo siempre le creí y eso lo ayudó a salir adelante”, cuenta su mamá que no quiere exponerse más para preservar el desarrollo de su hijo.
Pero ella también carga con una mochila de desilusión frente a las instituciones en las que confiaba. “Me siento frustrada como mamá, muy frustrada. Nosotros sabíamos que la Iglesia no estaba de nuestra parte, pero escuchar que 40 papás confabularon contra una persona o la institución es muy terrible. ¿Quién va a poner a su hijo en pos de algo que no es verdad? Mi hijo pasó por la revictimización en vano. Yo le decía “gracias a que vos hablaste el que te hizo daño va a quedar preso”, pero eso no sucedió y ahí le puse punto final a la lucha judicial e intenté llevar una vida normal y que sea lo que dios quiera”. ¿Y qué quiso la Iglesia? “Me quedé con la sensación de que quiso cubrir todo.”
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