MúSICA
Como front-woman de un género poco visitado en la Argentina
(el trip hop), Natalie Naveira pone su voz para al reclamo social y la defensa de los derechos humanos.
› Por Guadalupe Treibel
Los labios bien rojos hacen de marco para una voz que juega al desencanto, mientras los ojos grandes, atentos, disparan miradas que ven-más-allá, que se cruzan entre realidades para tomar la música electrónica downtempo por los cables e inaugurar la tradición local de un género poco visitado: trip hop al servicio del mensaje, en resumidas cuentas. Así, desde cierta forma sonora de poesía social, Natalie Naveira compone y cumple su rol de frontwoman de Lêndi Vexer, el electro dúo que –junto a su coequiper y marido, Diego Guiñazu– se enoja, lucha y milita, mientras canta cómo el proceso de desilusión ya tiene forma ¿revolución musical?
Como un susurro final, el tema que da nombre a su primer disco, The Process of Disillusion (2007), cierra con el grito ahogado de una Naveira enfurecida: “No puedo creer en nada porque los torturadores son perdonados por las manos de intermediarios, ¿por qué sucumbir al medio y la ignorancia? ¿Pueden sentir la desilusión también? Entonces El proceso ha empezado”.
“Tengo una mirada realista pero positiva. Las cosas pueden cambiar pero tarda muchísimo. Mentiría si dijese que nunca me desanimé. Sentís impotencia, llorás y tenés miedo. Por eso, en la música paso mi parte pesimista. Aunque ¡tampoco quiero que la gente me escuche y se suicide!”, bromea y explica Naveira que, además de hacer canción, forma parte de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos.
Con participación activa desde hace cuatro años, interviene en talleres educativos para la concientización de educadores con un objetivo base: “cortar con la ignorancia”. “Hay que enseñar a mujeres, niños, pueblos originarios cuáles son sus derechos. Leer y aprender significa abrir el panorama, aprender a defenderse”, asegura. Y ahí se mezcla lo musical, como hace pocas semanas, cuando presentó tema nuevo, “Septiembre”, sobre la desaparición de Julio López. O cuando canta temas no tan nuevos, como “11 de octubre”, sobre el último día de libertad antes de la ocupación española. En palabras de la artista: “Se trata del último momento de libertad de los incas; es el grito de no estar –aún– bajo ninguna forma de dominio”.
El interés, lisa y llanamente humanístico, le nació de pequeña: “De chiquita juntaba recortes, leía, reflexionaba. No fue un impulso motivado por mi familia. Quizás, en parte, lo inspiró mi abuelo, que escapó de la España franquista y perdió muchos compañeros en la lucha. Pero no se podía hablar mucho, no le hacía bien. Con mi papá, en cambio, tuve una relación de abandono. Era alcohólico y generaba una situación de violencia emocional fuerte en casa. Mientras, yo escribía poesía. Cuando cumplí 11 años, mi abuela me compró una guitarra a escondidas: una criolla con la que todavía compongo la mayoría de los temas”, recuerda.
Por esas ironías de la vida, aunque el contenido de la banda viene cargadito, la mayoría de las letras del dúo está compuesta en inglés. ¿Límites al acceso? Natalie defiende la elección: “Es una manera de que se entienda en otros países lo que ocurre en América latina, en Argentina. Igual, en vivo y en la web, traducimos mucho al castellano. Además, va mejor con el estilo musical”. Es que el grupo –que, formado en 2000, visita un género que tuvo alcance “global” gracias a bandas como Portishead, Massive Attack o Tricky– suma llegada internacional: en Australia, Reino Unidos, Brasil, Estados Unidos y otros rincones se escuchan sus temas, se consigue su material.
Con todo, para evitar limitaciones artísticas (en los lyrics, en la melodía), Guiñazu y Naveira lanzaron su material por sello propio. Naveira, que además enseña violín y audio-percepción a personas de 6 a 60 años, no sólo pone la cabeza (y la voz) en el próximo disco de Lêndi Vexer”. También sueña con su proyecto solista paralelo: “Es otra parte mía, más folk, con banjo y mucha mezcla”. Con temas compuestos, el proyecto más “acústico” no tardará en llegar.
Mientras, vive –con Diego– en su estudio de grabación. “Entrás y está la cocina pero no hay mesa. Directamente armamos cabina de grabación con variedad de instrumentos. Y una cama, claro. Así es nuestra vida. Me levanto, me siento frente a la ventana y me pongo a tocar.”
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