Vie 03.07.2009
las12

Las capas cómicas sí eran las de antes

La actriz y narradora oral Ana María Bovo presenta en el Teatro Maipo un homenaje a las pioneras en hacer humor en la Argentina. A través del personaje de la vestuarista Olinda Petrungaro, ella recorre la comicidad de Olinda Bozán, Niní Marshall, Tita Merello, Susana Brunetti, Pierina Dalessi y Pepita Muñoz, que desafiaron los casilleros sociales que sólo les daban lugar a las mujeres como vedettes o amas de casa.

› Por Sonia Jaroslavsky

Con una voz cálida como pocas, esta mujer de mirada atenta realizó un largo recorrido artístico para posicionarse en el medio teatral con su profesión de narradora oral. Maní con chocolate, Hasta que me llames, Relatos y Humor Bovo son algunos de los espectáculos donde supo conjugar su labor de dramaturga y actriz, además de su rol como directora en su versión de Emma Bovary. También como escritora acaba de reeditar su última novela Rosas colombianas mientras se sumerge en el proceso de escritura de una segunda ficción.

Así da gusto es el último trabajo de Ana María Bovo, que se presenta en días y horarios inusuales, los domingos a la hora del té y los martes por la noche, en el segundo piso del Teatro Maipo. En este espectáculo se da el gusto de rendirles homenaje a las grandes cómicas argentinas desde el lugar de una asistente de vestuario que conoce el sinuoso camino de las bambalinas. El personaje de Olinda Petrungaro ha mamado los aires de un ambiente rodeado de artistas, plumas y trajes de vedette, acomodadores y productores de teatro porque su madre y su abuela trabajaron como jefas de vestuario del glamoroso Maipo. De este modo, Bovo cuenta la historia de estas tres generaciones de mujeres entremezcladas con los pasillos y el universo de las cómicas de la historia argentina. Olinda Bozán, Niní Marshall, Tita Merello, Susana Brunetti, Pierina Dalessi, Pepita Muñoz, Margarita Padín, entre muchas otras, se ponen su mejor atuendo para ser resignificadas de la mano de la actriz en su veta más humorística.

Olinda Petrungaro se para en escena y dice: “Yo estoy acá arriba ahora por un capricho que tengo: irme de viaje. Visitar un volcán en erupción. No quisiera morirme sin ver eso. Es un berretín... Dice mi mamá que una mujer que no se casa es un volcán apagado”. Y éste es el motivo por el cual para ganarse unas horas extras, a esta asistenta de vestuario no le queda otra que ponerse a hablar y coquetear con sus espectadores. Se vislumbran dos paradigmas de mujer –la vedette y la casamentera– que Bovo quiere sacar de sus casilleros. “En el cine argentino de los años ‘40 y ‘50 se mostraban dos estilos de mujer: la ama de casa y, en contraposición, la actriz-cantante-prostituta. Pero las cómicas argentinas lograron hacer una mediación entre aquellos opuestos e instalaron otro prototipo de mujer.”

–¿Por qué decidiste rendirles tributo a las grandes cómicas argentinas?

–Quería jugar con mi propia comicidad e investigar sobre mi capacidad de hacer reír, de generar alegría desde el escenario. Tenía pendiente sacar a la luz un personaje que se sostuviera a lo largo del espectáculo con un sentido del humor bastante personal que tiene el personaje a pesar de sí mismo, porque Olinda Petrungaro no se sabe cómica hasta que el público se lo demuestra. Para esta tarea realicé una investigación informal donde junté datos biográficos y ficcionales. También me sirvió un documental muy valioso que realizó la directora Clara Zappettini en su ciclo “Historias con aplausos” donde rescató especialmente la figura de Olinda Bozán. Ella fue una cómica valorada en su momento aunque actualmente no se la tenga muy en cuenta como una referente de la comicidad. Era muy difícil para una mujer ganarse el respeto de los cómicos varones. Se agregaba a la vedette para jerarquizar el número del cómico, pero el cómico la tomaba como pie de los chistes machistas.

–¿Cómo hacía reír Olinda Bozán?

–Olinda irrumpía en escena de un modo desafiante y cuando un hombre la llamaba entraba preguntando: “¿Qué se te frunce?”. Luego instauraba una figura propia que no era sostén de un varón sino que tenía una comicidad personal. También me conmovió que, a pesar que tuvo una vida muy dura, era una mujer genuinamente alegre o que, al menos, procuraba dar alegría desde el ámbito del hogar donde crió a las hijas de su hermana. En el espectáculo cuento que a tantos garrotes que arremetieron sobre su vida, ellas les oponía la alegría de un garrotín. Es por esto que me interesó la autonomía de su comicidad y su capacidad de improvisación en escena. Olinda tuvo que hacer un gran esfuerzo por hacerse su lugar y ser respetada, ya que fue menospreciada por el público elitista masculino y femenino, pero fue una gran cómica popular así como Niní Marshall.

–¿Niní Marshall fue tan amada como criticada por los diferentes sectores sociales que retrataba?

–Lo que pudo ser criticado fue su audacia para retratar a las Catitas (hijas de inmigrantes italianos) con la perfección de un estudioso de la lengua y, también, satirizar a una aristócrata con su personaje de Mónica Bedoya Hueyo. Ella tomó una galería de personajes muy amplios, desde la fonética, el armado de las frases y la sintaxis. Hacía retratos y los defendía a muerte con sus rasgos positivos y negativos, pero nunca se burlaba de sus personajes. Despertó un gran amor popular, pero los que más se vieron afectados fueron los aristócratas que se veían retratados en aquellos personajes. Las mujeres trabajadoras la terminaron amando.

–¿Niní Marshall fue a ver un espectáculo tuyo?

–En el ’96, ella tenía por lo menos noventa años, y la trajo su hija porque vivía en la misma cuadra del café concert donde yo trabajaba. Su hija había venido varias veces a verme y pensó que a su madre le iba a gustar. Cuando supe que Niní Marshall estaba entre los espectadores decidí reunir dentro de mi antología de cuentos los relatos más humorísticos. Fue muy hermoso sentir en ella la receptividad inmediata del humor, cruzarnos las miradas y verla sacudirse de la risa.

–¿Quiénes son las otras cómicas que homenajeás y resultan menos conocidas?

–Por ejemplo, Susana Brunetti fue una artista muy completa porque además de vedette era muy buena comediante. También nombro en el espectáculo a Pierina Dalessi, Pepita Muñoz y Margarita Padín. Fueron muy valientes y desarrollaron una gran resistencia a la adversidad para hacerse un lugar en el medio. Una vez una mujer me contó que cuando era chica y volvía con sus compañeras del colegio en tranvía les habían pedido que giraran la cabeza en Corrientes y Maipú para no mirar los carteles del teatro de revistas. En medio de esos prejuicios, estas artistas lograron inscribirse en la historia de la comicidad argentina.

–¿Por qué te interesó el abordaje del detrás de escena del Teatro Maipo?

–En general, miro siempre a los extras en las películas o al llamado chorus line. También me encanta observar a los personajes que salen de fondo en las fotos. Por eso cuento la historia de una vedette que tuvo un pico de gloria y está olvidada. En el espectáculo elegí a una vestuarista porque el contacto con el cuerpo de los otros es de una gran intimidad y, a la vez, casi no tiene entidad. Cuando ves en una película una escena donde visten a una estrella, la asistenta ocupa un lugar silencioso. Por eso, me pareció oportuno llevar estos personajes a escena y hacerlos hablar a partir de tres generaciones de vestuaristas que acompañan la biografía del teatro. Ellas no han vivido un gran amor sino que han tenido amores imposibles. Están atravesadas por el romanticismo, la soledad y una interesante vida propia.

–¿Algo de lo que han padecido estas cómicas fue similar a tu lenta inserción en el medio para hacerte un lugar como narradora oral?

–Sí, fue una lenta y ardua inserción en el medio teatral, porque si bien tengo una formación actoral sólida y detrás de mi trabajo de narradora siempre estuvo la actriz, decidí forjar en el escenario un modelo estético que es el de las mujeres que narran espontáneamente. Esa supuesta espontaneidad estaba muy trabajada desde lo actoral, pero se producía la confusión de creer que esa sencillez se alcanza subiendo a contar como se cuenta en la vida cotidiana. En cierto modo el objetivo estético estaba cumplido, pero encubría la teatralidad de mi trabajo. Me llevó cinco años que un crítico viniera a verme y captar a un público más numeroso con el que nos fuimos cautivando y armando un romance a largo plazo que ya lleva veintidós años. Me encantó poder inventarme esta profesión en medio de una ciudad que aparentemente no escuchaba. Y, por suerte, creo que he logrado una escucha muy atenta.¤

Así da gusto se da los domingos, a las 17, y los martes, a las 21, en el Maipo Club. Esmeralda 449, segundo piso.

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