Vie 03.07.2009
las12

PERSONAJES

Pina Bausch, una mujer inolvidable

La figura más destacada de la danza internacional contemporánea que nunca fue indiscreta, que se murió en siete fulgurantes días, que hizo bailar a los muertos.

› Por Pacha Brandolino

La muerte por cáncer produce dolor. Y produce una clase de agonía impiadosa y obscena. Sobre todo si el que agoniza conserva la lucidez hasta el último momento. Entonces puede dar cuenta de su propia muerte, de la devastación y de lo cansados que están los demás. Claro, la muerte también produce cansancio. En el que muere y en los demás. Tanto es así, que se puede llegar a pensar en el asesinato, o a desearle la muerte al que agoniza, que es lo mismo. Difícil de explicar. Sobre todo a los más íntimos, curiosamente.

Pina no se ahorró el dolor, ni la impiedad ni mucho menos la lucidez. Nos ahorró a nosotros una muerte larga, deshilachada y quieta. Nos ahorró la desazón y la impudicia de su repliegue terrible. Otros gallos hubieran cantado si le hubiesen gustado las luminarias y las primeras páginas. Tan expresionista, ella. Veloz y precisa, se extinguió en una semana.

Igual, parece que el último tiempo estaba en otra, Tenía tanto por contar que se había desligado de los rigores del vacío y de la inquietud del existencialismo para embarcarse en las inmensidades de la revisión de su propia obra: el año pasado estrenó, al interior de su refugio del valle de Essen, una revisión de Kontakthof del ’79, pero con adolescentes. Por la pregunta posmoderna acerca de la desaparición de los bordes, quizás, se estaba aproximando al mestizaje con lenguajes digitales y a la belleza increíblemente horrible del Butoh en su última pieza. Tan dragona, ella, que se reciclaba permanentemente.

El último gran festín del expresionismo puro y crudo se lo hizo con la Vollmonddel 2000, pletórico de mujeres de largo, desquiciadas, y de hombres exasperados y exasperantes por la repetición del gesto pequeño y el exabrupto enorme, cabalgando al BalanescuQuartett, o a Tom Waits. Veintiocho años después del increíblemente bello y triste Café Müller, la única obra suya que bailó, quién sabe si no fuera porque hizo convivir Bach con algunos camisones y el desorden de un bar abandonado. A Pedro Almodóvar no le pasó inadvertido esto ¿se acuerdan de Hable con ella?

Pina decía que luego de sus viajes nada era igual. Esto es, luego de su vida misma durante su vida misma. El viaje a la India fue revelador, ¿nos habremos enterado qué y qué tanto se le reveló? Porque todos fueron reveladores: Buenos Aires le dio Bandoneón (1980) o al revés, da igual; Italia le dio Palermo, Palermo (1989). Madrid le resultó en Tanzabend II (1991) y Turquía dejó su huella con Nefés (2003); Oriente le engendró Ten Chi (2004), y hasta Murakami no le pasó inadvertido con Bamboo blues (2007). Ya en el ‘82 se permitió el humor escalofriante y la sorna desafiante en Nelken (Claveles) con Dominique Mercy bailando con un tutú largo, desabrochado y a grito pelado, haciendo en el proscenio de un escenario gigante todas las cabriolas del ballet, que la crítica le reclamaba faltantes a su pieza en los diarios de la mañana.

Nunca quedaba inerme ante nada. Ni nada quedaba intacto después de su paso. Se me ocurre una imagen que usó una amiga muy querida, hablando de otro espíritu del mismo limbo: “Una mano que pasa las hojas de papel de arroz de un libro antiguo, muy delicadamente”.

Nunca supimos de sus amores o desamores, sino por su obra. Nunca fue indiscreta, ni consigo ni con nadie. Nunca dejó de trabajar y trabajar. Acababa de estrenar el 12 de junio en la Wuppertaler-Opernhaus EinStückvon Pina Bausch (Una pieza de Pina Bausch). Uno podría pensar que ya ni siquiera bautizaba a sus piezas. Pero no, porque otro tanto ocurrió en 1980 con 1980 - EinStückvon Pina Bausch y con Wiesenland-EinStückvon Pina Bausch en el 2000. Cada vez que andaba por el mundo, investigando y preguntando, ocurría lo mismo. Como si necesitase volver a casa y decirnos que estaba estrenando algo, que seguía trabajando y que en ese viaje había gestado. Porque, en realidad, nunca se fue de Wuppertal-Essen, aunque hubiera dado la vuelta al mundo en más de ochenta teatros.

Como pocas veces ocurre, esa enorme belleza austera y descarnada de su cara, de su cuello largo y de sus brazos perfectos y de la imposible línea de sus hombros, lejos de ser la constitución leve de una bailarina ligera y frágil era el disfraz de un atlas que sostenía el enorme e inacabado concepto del Tanz-theater. Quizás también imposible, como ella misma supo decir: “...lo lamento: me es insuficiente el lenguaje de la danza para hablar del mundo”. Y con ese único gesto lingüístico la emprendió, solita su alma y su genio y su mucho, mucho, mucho trabajo contra la imbecilidad humana.

Declaradas, unas cuarenta y cinco piezas, entre ellas hasta una película. Se suponen muchas más.

Seguramente habrá olido a claveles, habrá estado escuchando La Pasión según San Mateo y habrá imaginado a Dios vestido de organdí o de tuxedo, depende el caso, esperándola, cigarrillo en mano ella, para sentarse a discutir del mundo y sus alrededores.

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