Un grupo de investigadoras se encuentra analizando la relación entre violencia sexual, tortura y violación a los derechos humanos llevados a cabo durante la dictadura argentina. María Sonderéguer, de la Universidad Nacional de Quilmes, y Violeta Correa, de la Universidad Nacional de Lanús, explican los silencios y las palabras que surgen en los relatos de las víctimas de violación, palabra que durante mucho tiempo fue desdibujada dentro de la fórmula “tormentos”.
› Por Laura Rosso
Las violaciones sistemáticas a mujeres durante la dictadura militar de 1976 a 1983 es el eje para el trabajo “Violencia sexual y violencia de género en el Terrorismo de Estado. Análisis de la relación entre violencia sexual, tortura y violación a los derechos humanos”, que llevan adelante María Sonderéguer, de la Universidad Nacional de Quilmes, y Violeta Correa, de la Universidad Nacional de Lanús, junto con el equipo de investigadores de los centros de derechos humanos de ambas universidades.
Las violaciones a mujeres en sistemas represivos no fueron suficientemente visibilizadas en los análisis sobre violaciones a los derechos humanos, quedando muchas veces subsumidas bajo la figura de “tormentos”.
La importancia de este análisis radica en que no sólo se ancla en la memoria sino en el presente. El cuerpo de la mujer como territorio de pertenencia masculino existe hoy –aunque el tema no esté propiamente registrado– en la lógica de dominación en situaciones de encierro. Las cárceles de mujeres son un ejemplo donde ocurren violaciones sistemáticas a las mujeres detenidas.
A partir de esta reflexión, tanto Sonderéguer como Correa se proponen además pensar estrategias de intervención en la actualidad. “Pensar protocolos de interrogación para el trabajo de la Justicia con mujeres detenidas en comisarías y cárceles del conurbano bonaerense, es decir, las mujeres en situación de detención hoy, porque las violaciones sistemáticas son un problema también en la actualidad.”
M. S.: –No hablaría de un caso o de un hecho puntual. Pero sí destacaría la incidencia de la incorporación de la perspectiva de género en los desarrollos del derecho internacional de los derechos humanos, y otros debates actuales: las nuevas teorizaciones sobre el género, los movimientos sociales feministas, algunos temas clave como la trata y tráfico de personas para la explotación sexual. Cuando nos propusimos la investigación en la Universidad de Quilmes e invitamos a sumarse al equipo de la Universidad de Lanús, nos proponíamos indagar qué había sucedido con la violencia sexual y la violencia de género durante la última dictadura en la Argentina.
M. S.: –Al discutir el proyecto, tomamos como supuestos de análisis que las mujeres detenidas en los campos clandestinos sufrieron algún tipo de violencia sexual y que esta violencia fue invisibilizada en las indagaciones, en los testimonios y en las políticas reparatorias posteriores. Tuvimos en cuenta que, pese a los pocos testimonios que la mencionan, había un saber difuso, sesgado, que no siempre llegó a articularse en relatos pero que estaba presente. Al mismo tiempo, consideramos que esa violencia sexual ejercida contra las mujeres –y contra los varones– fue sistemática y constituyó un método de tortura basado en la estructura de poder entre los géneros.
M. S.: –Con la reapertura de los procesos penales luego de la declaración de inconstitucionalidad de las llamadas leyes de impunidad (ley de punto final y de obediencia debida y los indultos), algunas mujeres víctimas de violencia sexual han comenzado a testimoniar sobre las situaciones de violación. Es muy reciente, son pocos casos, pero es un debate que comienza en la Argentina. Por ejemplo, la Fiscalía Criminal y Correccional Federal que tramita la causa de Suárez Mason definió los delitos sexuales cometidos en el marco del terrorismo de Estado como parte de un plan sistemático, como crímenes de lesa humanidad. Entendemos que la violencia sexual ejercida durante la dictadura es una experiencia clave en la que podemos observar cómo la estructura de género reafirma el sistema hegemónico masculino. Esta hegemonía permite que permanezca invisibilizada muchos años después. En este sentido, seguimos las teorizaciones de la antropóloga Rita Segato cuando analiza cómo la violación sexual juega un papel –es un “acto necesario”– en la reproducción de la economía simbólica del poder marcada por el género.
V. C.: –Todavía no podemos decir que tuvimos momentos críticos. Durante este primer año nos abocamos a una recopilación de información. Pero también como siempre pasa, no puedo dejar de reconocer que revisar archivos y leer relatos que detallan el nivel de sufrimiento de tantas víctimas resulta muy movilizador y en algunos momentos puede volverse desmovilizador.
M. S.: –Quizás el momento crítico de la investigación es ahora, cuando esperamos producir nuevos testimonios. Hasta ahora trabajamos con los testimonios de Memoria Abierta y los editados en el Diario del Juicio, que son de consulta pública. Pero sí señalaría que, cuando empezamos a leerlos, nos dimos cuenta de que era necesario situar las condiciones de enunciación de estos testimonios, los distintos momentos históricos que habían permitido uno u otro tipo de narraciones. Y nos resultaron sugerentes los conceptos elaborados por Nora Rabotnikof, que define como memorias políticas las narraciones con las cuales los que fueron contemporáneos de una época construyen el recuerdo de ese pasado político y relatan sus experiencias –relacionando pasado, presente y futuro– y como políticas de la memoria las distintas maneras de lidiar con ese pasado a través de medidas de justicia, conmemoraciones, lugares. A partir de pensar cómo se articulan unas y otras se puede trazar una periodización de los recorridos de las memorias en los últimos años en la Argentina, en los que se inscriben los testimonios de mujeres que sufrieron violencia sexual durante la dictadura. Y esa contextualización es necesaria para poder realizar una lectura.
M. S.: –La invisibilización de la violencia sexual en los primeros años de la democracia, en los testimonios recogidos por la Conadep o brindados en el Juicio a las Juntas se relaciona tanto con su caracterización como violación sexual como con el reconocimiento de si hubo hechos de violación. Si bien los testimonios muchas veces son alusivos y no explícitos, en muchos se señalan prácticas de violencia sexual hacia las mujeres e incluso hacia los varones. En los testimonios de los años ‘80, en el Juicio, los testimonios hablan por sus silencios. El testimonio, pautado por el interrogatorio de los jueces, nos informa de un sujeto neutro, que es el ciudadano, el sujeto de derechos. En cambio, en los testimonios más recientes, en los relatos relevados en el archivo de Memoria Abierta, por ejemplo, se manifiesta la subjetividad de las mujeres. Y esto está relacionado con el contexto histórico, con cierta proliferación de testimonios en los ‘90 que recuperan y resignifican trayectorias e identidades políticas, y construyen diversos colectivos: héroes, mujeres guerrilleras, cazadores de utopías, etc. Sin embargo, cuando se testimonia la violencia sexual, la violencia para poder ser dicha se vale de algunas claves de legitimidad. Y esas claves pueden analizarse desde las estructuras de género. En esos testimonios, además de los silencios y los sobreentendidos, e incluso la culpabilización, cuando las vejaciones y violaciones sexuales son narradas lo hacen en clave de resistencia. Es decir, lo que legitima o autoriza el discurso y permite, abre la posibilidad de contar la violación o la vejación sexual son las estrategias que las mujeres construyeron para resistirse a ellas. La pregunta que ahí surge es ¿por qué para contar las violaciones sexuales es necesario destacar las estrategias de resistencia?
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