Vie 03.07.2009
las12

CONTRAVALORES

El abuso

› Por Aurora Venturini

Me fui hasta el fondo de la Casa de Admisión de Menores en busca del niño remiso, que a pesar de los llamados no aparecía. El Instituto, emplazado en los alrededores del centro de la ciudad entronizaba un busto de Estada. Y en esa tarde el sol no alcanzaba a templar un raro ambiente de llanto que crecía. La quietud, estereotipada en el ambiente. Flotaba algo turbio. Estoy hablando desde la década del ‘40. Después las cosas mejorarían, pero la historia que cuento se repetiría por los siglos de los siglos. Aclaro que la tanda de jovencitos acababa de entrar, tenían que ser testeados y revisados por psicólogo y médicos. Y el niño no aparecía.

A un costado, el personal de personería y maestranza, susurraba. El señor director señor X medía a trancos marciales el embaldosado, disgustado por ciertos comentarios que no lo favorecían en cuanto al contacto con los varoncitos. Pisó más fuerte y juró vengarse. El señor XX, súper directivo, le dio carta blanca. El señor XX desempeñaba más cargos que sumaban más dineros a sus necesidades de ciudadano atildado. No era ajeno a nada y disfrutaba de lo escabroso. Otro empleado asistía a los espectáculos siniestros porque estaba preparando una novela y la deseaba patética, consagratoria. La tarde entera era espiada a su vez por el caserío pobre donde los menores fugados se refugiaban. Yo era la psicóloga de este circo, molestaba en extremo.

Esa tarde que fui a buscar al muchacho para hacerle el test, me lo encontré atado a una columna y cuando le pregunté por qué, contestó: “No me dejé”.

Escándalo. El paisaje crepitó porque prendieron fuego. Los directivos, acuñados por la política de turno fueron trasladados para desempeñar cargos en secciones cultas y sin mácula. ¿El niño? No tenía nombre.

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