Vie 10.07.2009
las12

INTERNACIONALES

Cubrir o no cubrir, esa es la cuestion

Parecía saldado desde 2004, cuando Francia prohibió el velo en las escuelas públicas, pero el debate sobre el Islam y la feminidad volvió a ser noticia. Sarkozy quiere prohibir la burka, vestido que tapa de pies a cabeza a las musulmanas, al que considera discriminatorio. Algunos apoyan la medida en defensa de los valores laicos, otros reprochan un gesto etnocentrista que alimenta el racismo.

› Por Milagros Belgrano Rawson

Parecía un chiste: los presidentes de Estados Unidos y Francia fijaron por estos días sus diferencias respecto de un tema femenino. En un discurso, Nicolas Sarkozy condenó el uso de la burka, el vestido que en los sectores radicales del Islam cubre a una mujer de pies a cabeza, que para él constituye una forma de esclavitud. Ante el parlamento, prometió prohibir su uso en la República. Por su parte, de gira por Egipto, Barack Obama pidió a Occidente “que evite dictar qué ropa deben usar las musulmanas”. Para el presidente norteamericano, disfrazadas con “pretensiones de progresismo”, estas prescripciones son una muestra de “hostilidad” hacia la religión. Pero la guerra de los trapos no terminó ahí: cuando ambos jerarcas se reunieron en junio en Normandía para conmemorar el 65 aniversario del desembarco de las tropas aliadas, Obama repitió que “Estados Unidos no va a decirle a la gente qué ropa tiene que ponerse”. “Una mujer puede usar un velo siempre y cuando tome esa decisión libremente”, retrucó Sarkozy. Fácil de decir, casi imposible de comprobar, el uso libre o forzado de esta prenda femenina se convirtió en el centro de un debate que parecía saldado con la ley que desde 2004 prohíbe en los establecimientos educativos públicos de Francia el uso de signos religiosos “ostentatorios” –léase velo islámico para las mujeres–. Una normativa que en su momento provocó encendidos debates y que ahora vuelve a ser noticia.

En junio, una cincuentena de diputados –siete socialistas, tres comunistas y 43 parlamentarios del partido de Sarkozy– reclamó la creación de una comisión parlamentaria que defina antes de noviembre “las propuestas para luchar contra esta afrenta a las libertades individuales sobre el territorio francés”. Concretamente, buscan prohibir lo que el diputado comunista André Gérin describe como “prendas degradantes”, la burka y el nikab, la porción de tela que cubre casi todo el rostro de las musulmanas. En una entrevista al diario Libération, Gérin indicaba horrorizado que “Cada día se ven más burkas”. “¿Cómo sabe que hay más? ¿Hay cifras?”, preguntó la periodista del matutino fundado por Jean-Paul Sartre. Gérin no pudo responder, lo cual no es un mero detalle. En Francia viven cinco millones de musulmanes, lo que convierte a este país en la mayor comunidad islámica de Europa occidental. Sin embargo, un parisino o un marsellés pueden pasar toda una vida sin cruzarse jamás con una mujer con burka –en cambio, el velo o pañuelo en la cabeza que usan muchas mujeres fuera de los establecimientos escolares sí forma parte del paisaje cotidiano–. “¿Dónde están las burkas?”, se preguntaba el sitio francés Rue89, cuya cronista, en una recorrida por los barrios árabes de París, no sólo no logró dar con una sola mujer envuelta en este atuendo sino que se entrevistó con varios vecinos que no podían recordar cuándo había sido la última vez que la habían visto. El artículo muestra la ignorancia de la dirigencia política francesa. “Vendo hijas –el velo islámico– a tres euros, nikab también, pero son las musulmanas del Golfo las que la usan. En cuanto a la burka, es una prenda afgana, nada que ver con los árabes”, declaraba un vendedor. Es cierto: árabe no es sinónimo de musulmán y así se han encargado de explicitarlo las iraníes, que profesan la religión de Mahoma pero tienen una lengua y cultura que poco tiene que ver con el imaginario del sheik que nada en petrodólares. Pero, en este tema, la prensa también reveló su ignorancia. En vez de dirigirse a las barriadas árabes, los periodistas que buscan burkas deberían visitar en cambio el opulento distrito 15, donde hay una gran comunidad iraní y donde sí pueden verse siluetas femeninas de negro y sin rostro que se desplazan con un silencio casi fantasmagórico. Por otro lado, en boca de los políticos, el término “burka” no es nada inocente. Cualquier árabe que haya sido demorado en un aeropuerto europeo por su aspecto sabe muy bien que el significante “burka” remite lisa y llanamente a “terrorismo”. Un souvenir de la administración Bush, que desde el 11 de septiembre de 2001 exacerbó, entre otras cosas, el racismo hacia los musulmanes.

A todo esto, no todos los franceses de origen musulmán están en contra de la propuesta parlamentaria. La fundadora del movimiento Ni Putas Ni Sumisas y actual funcionaria de Sarkozy, Fadela Amara, se pronunció a favor de la prohibición. Cuando aún presidía este movimiento nacido en el conflictivo conurbano parisino, la ahora secretaria de Estado para la ciudad de París decía a Las 12: “Las chicas que usan velo no lo hacen por razones religiosas: son activistas reclutadas por imanes que pregonan un proyecto de sociedad que nada tiene que ver con los principios republicanos. Y estas organizaciones tienen éxito porque muchos de estos chicos se sienten rechazados por la sociedad francesa”. En el mismo reportaje, Amara denunciaba el relativismo cultural de algunos intelectuales que no se inmiscuyen en “una cultura arcaica que oprime a las mujeres”. Cierto, pero también se argumenta que la misoginia existe en todas las religiones y que es un gesto etnocentrista afirmar que sólo los musulmanes someten a las mujeres. Por otro lado, conscientes de la discriminación que sufre esta comunidad, algunos intelectuales de izquierda abandonan todo espíritu crítico por miedo a ser acusados de islamofobia o racismo. A todo esto, nadie se ha molestado en estudiar las consecuencias de la prohibición del velo en las escuelas. Desde el 2004, las familias integristas retiraron a sus hijas de los establecimientos públicos franceses. Algunas dejaron de estudiar, otras se educan en sus casas y otras han entrado a escuelas católicas que no les prohíben el velo. En nombre de la defensa de los principios laicos y republicanos, no sólo no se ha salvado a estas chicas de la discriminación sexista, sino que se las ha obligado a encerrarse aún más dentro de su rígida comunidad. Peor aún, en nombre de un supuesto empoderamiento, se las ha excluido de un derecho básico como la educación pública. Parecía saldado, pero el absurdo debate recién comienza.

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