PERFILES
Sin experiencia en finanzas, la mexicana Alicia Bárcena fue la encargada de manejar el monstruoso presupuesto de la ONU. Desde el 2008, dirige la Cepal, organismo encargado de promover el desarrollo económico en Latinoamérica. Según ella, el Estado debería reconocer el trabajo no remunerado de las mujeres que sin recursos propios cuidan a niños y ancianos malogrando así sus chances de acceder a un empleo calificado.
› Por Milagros Belgrano Rawson
Es bióloga, pero más allá de un posgrado en administración pública que hizo en Harvard, nunca estudió economía. Sin embargo, en el 2007 Alicia Bárcena fue elegida por el secretario general de la ONU, Ban Kin-Moon, para ocuparse de los números de las Naciones Unidas, quizá el cargo más ingrato dentro de las altas esferas de este gigantesco organismo multilateral. Como subsecretaria general de Administración, esta mexicana de 57 años debía manejar monstruosos presupuestos –para dar una idea, sólo el presupuesto de 2007 destinado a las fuerzas de paz fue de 2500 millones de dólares–, además de dirigir la compleja y millonaria renovación de la sede del organismo en Nueva York. Un año más tarde, cuando aún resonaban los cuestionamientos de la prensa sobre su falta de credenciales en gestión, la latinoamericana que más alto ha llegado en la estructura de la ONU dejaba este cargo para convertirse en la primera mujer en dirigir la Comisión Económica para América Latina (Cepal), entidad que se encarga de promover el desarrollo económico y social de la región. Sin vínculos importantes con el feminismo, Bárcena ha aprovechado el más alto cargo en la Cepal para denunciar el trabajo no remunerado de millones de latinoamericanas y exigir políticas laborales que las beneficien. Por estos días, afirmó que en Latinoamérica, el 81 por ciento de las mujeres sin ingresos propios trabaja gratis cuidando a hijos y ancianos, lo que termina perjudicando su acceso al empleo calificado.
Radicada en Santiago de Chile, donde está la sede principal del organismo que lidera, Bárcena regresó hace unos días a su ciudad natal, México D.F., para inaugurar un seminario dedicado a la reflexión sobre el impacto de la crisis económica sobre la pobreza y el trabajo de las mujeres, organizado por el Instituto Nacional de las Mujeres de México y la Cepal. En su discurso inaugural, esta mujer casada, con hijos y nietos, llamó la atención sobre un fenómeno demasiado frecuente y con importantes implicancias en la economía de los países latinoamericanos y del que, sin embargo, pocos funcionarios hablan. En Latinoamérica y el Caribe, el 81 por ciento de las mujeres cuida a niños, enfermos y ancianos sin recibir un dólar a cambio de estas prestaciones, haciéndose cargo así de la producción de servicios que de otro modo tendrían que ser provistos y remunerados por el mercado o el Estado.
Originalmente acuñada por los antropólogos para designar un reparto “complementario” de tareas entre los hombres y las mujeres de las sociedades que estudiaban, la noción de división sexual del trabajo esconde, sin embargo, una relación de poder que en la mayoría de los casos se inclina a favor de los hombres. En este contexto, la “economía del cuidado”, como las ciencias sociales han empezado a llamar a la asistencia –remunerada o no– a niños y enfermos en el espacio doméstico constituye una pieza imprescindible en la maquinaria capitalista. En otras palabras, con su trabajo gratuito, cada día, millones de latinoamericanas subsidian la oferta de fuerza laboral de sus países, un mercado del que irónicamente se hallan excluidas. Entretanto, ante una situación de desempleo global, se agrava la brecha entre aquellas que se quedan en casa cuidando a sus hijos y familiares y aquellos que trabajan fuera percibiendo un salario. Según Bárcena, los países latinoamericanos deben aumentar los incentivos al empleo de las mujeres, mientras que las empresas deberían asumir los costos del trabajo femenino calificado. Para la funcionaria, el Estado debería prever pensiones para aquellas que dedicaron su vida al trabajo doméstico no remunerado sin acceder a mecanismos formales de protección social. De esta manera, se quebraría “el circulo vicioso del cuidado, que incide directamente sobre la calidad del empleo femenino”, indicó por estos días la secretaria ejecutiva de Cepal, quien desde el año pasado reemplaza en este puesto al ex ministro de Economía argentino José Luis Machinea. No era la primera vez que Bárcena trabajaba en este organismo. Antes de ejercer como jefa de gabinete del predecesor de Ki-Moon, el ghanés Kofi Annan, con quien trabajó dos años, la mexicana se había desempeñado en la Cepal en la creación de políticas públicas para el desarrollo sustentable y el cuidado del medio ambiente. Docente en botánica y ecología en la Universidad Autónoma de México, Bárcena fue a mediados de los ‘90 la fundadora del Consejo de la Tierra, ONG con sede en Costa Rica, encargada del seguimiento de los acuerdos firmados en la Conferencia de la ONU sobre Medio Ambiente celebrada en Río de Janeiro.
Los que la han criticado por acceder a altos puestos con una mínima o inexistente experiencia en finanzas no pueden ignorar que Bárcena es una enérgica promotora de políticas que apuntan a la equidad social y a la protección de las mujeres, a las que considera más vulnerables. “La mujer se agiganta en la crisis”, escribía en una columna publicada en los principales diarios sudamericanos y donde pedía el compromiso de los estados para evitar que el actual contexto económico sea una excusa para detener el avance femenino. “No podemos continuar viviendo con los patrones de consumo y desperdicio actuales, debemos pasar a una economía más eficiente y en ello las mujeres tenemos un rol histórico que jugar.”
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