CRóNICAS
› Por Juana Menna
Ese no fue un día de trabajo sencillo. Pero Luciana, que desde hace dos años es empleada en una juguetería de Palermo, ya sabe cómo se complican las cosas en vísperas del Día de Niños y Niñas. Además, esta vez se sumaron las vacaciones de invierno prolongadas por gripe A, donde madres/padres no tenían mejor idea que depositar a sus hijitos en esas dos plantas constreñidas en vidrios blindex como si el local fuera un parque de diversiones amurallado contra virus. Así que respiró profundo y se sumergió en un mundo de Barbies y robots Transformers con la resignación de lo inevitable.
Cuando no hay mucha gente, ella se dedica a reparar juguetes: cables que no hacen contacto, luces que no se encienden, sonidos que enmudecen dentro de cáscaras de plástico. En eso estaba, cuando la llamó la encargada y le plantó enfrente una madre que sentenció: “Dame algo para sacar a mi hija de la computadora”. La típica, pensó Luciana, gente que te viene a pedir recetas mágicas. Ella le enseñó juegos de mesa pero la mujer dijo que prefería “algo con personajes de la tele”. Es extraño, pero los juguetes que vende Lu dejan cada vez menos espacio para el anonimato: hay muñecos/as de Ben 10, de Casi Angeles, de Kung Fu Panda, de Backyardigans, de Bee Movie, de Pucca, de Toy Story, de Bob Esponja, de Kitty, de Sweet Pony. Pero hay pocos/as que sean sólo eso, muñecos/as, y que dejen que su dueño/a los/as bautice como quiera.
Además, cuenta Luciana, los/as muñecos/as y peluches “deben” hacer algo: reír, sonrojarse, sacudirse, ser bilingües, hacerse pis, bailar. Nada de juguete estático que cobre vida por obra de la imaginación. La señora de la niñaaferradaala compu se rió de un juego donde la idea era apilar pingüinitos para luego derribarlos con una pelota. “Hay que enseñarles de chicos a los pibes a derribar pingüinos”, opinó la señora. Y Lu decidió que esa mujer era un caso perdido. Y tenebroso.
Enseguida llegó un abuelo con cara de mufa. “Tenté a mi nieta con un disfraz de Princesa Disney pero nada, ella quiere un autito”, dijo. Y los autitos son cosas de varones. Así que cedió a medias: se llevó una camionetita china sin gracia “para que la nena no se apasione demasiado”. Más complicado estaba el nene que se paró frente al guardia de seguridad y le pidió: “Señor, no le diga a mi papá que mi mami y yo estamos acá”. Luciana preguntó por qué. La mujer le explicó que el nene deseaba jugar con unos panchos y hamburguesas de goma en miniatura y que el padre se oponía “porque los varones no juegan a las comiditas”. De todos modos, los más escandalosos fueron una pareja que, a la tardecita, se puso a discutir a los gritos en la zona de cajas. “No, no y no”, vociferaba papá mientras mamá y nenito se acercaban con una cocinita de plástico.
Por suerte, no toda la gente es igual. Algunas personas aún apagan el celular y se pasean con sus hijos/as de la mano, preguntándoles qué juguetes les gustan, tomándose tiempo para elegir y decidiendo que el juguete más caro no siempre será el que haga más feliz a un/a chico/a. Es común, de todos modos, que los/as hijos/as se fascinen con chiches que cuestan dos mil pesos. Como la nena de botitas rosas que se pasó una hora bajando y subiendo las escaleras de un castillito Little Tikes. Era hora de cerrar la juguetería y ella seguía ahí. Su padre intentó convencerla de que ya estaba bien pero no hubo caso, así que se la calzó upa mientras la nena salía del local pateando con sus botitas el sólido pecho paterno. “Yo no me voy, yo soy la reina”, proclamaba entre llantos mientras la noche indicaba que, por suerte, una jornada laboral más había terminado.
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