El Same, ese sistema de atención médica público conocido por actuar con celeridad en emergencias, no sólo no acude cuando lo llaman desde alguna villa porteña sino que justifica este destrato por el tema de la inseguridad.
› Por Roxana Sandá
El dato es provocador por lo salvaje: el Same (Sistema de Atención Médica de Emergencia) no entra en las villas de la ciudad. Aduce razones de inseguridad, y hasta expone una teoría propia que suele remitir cuando se le presentan pedidos de informes por el incumplimiento de sus obligaciones. Un documento elevado a la Defensoría porteña y que rubrica el director general del Sistema, Alberto Crescenti, fundamenta la decisión de no asistir a las zonas más carenciadas por “su contexto de inseguridad”, pero también por lo que califica como “un procedimiento internacional en las emergencias. Cuando se debe auxiliar a una víctima, el equipo de salud no debe ser la próxima”.
En esta defensa encarnizada de la seguridad de médicos, enfermeros y choferes de ambulancias que componen ese servicio comunitario, desde hace tiempo subyace lo que podría entenderse como una ideología del abandono de los cuerpos más vulnerables de esta sociedad. Son las pieles pobres el objeto de la desidia institucional porteña. Sucedió el 18 de agosto, cuando una ambulancia del Same se negó a trasladar los cuerpos baleados de Mabel Guerra y Marisol Lobos, dos chicas de la Villa 31 víctimas de gatillo fácil a manos de un integrante de la Prefectura Nacional.
Johanna, una de las amigas de Mabel, quien falleció en el acto tras recibir dos impactos de bala en el pecho, recuerda a vecinos y amigos pidiendo a gritos una ambulancia que nunca llegó y la indiferencia del patrullero, cuyos efectivos respondieron que “ni en pedo” iban a mover y mucho menos subir al móvil dos cuerpos ensangrentados.
Los principales representantes del gremio docente UTE-Ctera se reunieron días atrás con el ministro de Educación de la ciudad, Mariano Narodowski, con su par de Salud, Jorge Lemus, y con Crescenti, para hacerles entender que los docentes de la Villa 2124 del barrio de Barracas no pueden correr el riesgo de que alumnas y alumnos se les mueran en los brazos porque “la ambulancia no quiere entrar”.
El argumento no peca de exagerado: cuando se lo convoca de urgencia desde algún barrio periférico, el Same ofrece asistencia en centros de salud u otras postas en un radio de entre siete y diez cuadras de distancia, considerada por sus voceros como “prudencial”. Sucedió el 5 de mayo, cuando se accidentó una niña que cursa el tercer grado de la Escuela Nº12 Distrito Escolar 5º, en Iriarte y Montesquieu. Por toda alternativa, el Sistema de Atención Médica ofreció a las autoridades del establecimiento que trasladara a la alumna hasta la esquina de Perito Moreno y Amancio Alcorta.
El segundo episodio, que involucró a otra alumna de 12 años que asiste al séptimo grado del mismo polo educativo, fue el más grave y el que llevó a un estado de alerta permanente a los habitantes de la villa, unas 40.000 personas distribuidas en 70 hectáreas. La niña presentó un cuadro de asma severo con apneas respiratorias, que requería un traslado de urgencia, pero debió ser atendida por sus maestras y los profesionales del Centro de Salud Nº 35. “Si no es trasladada ahora, no sobrevive”, sentenció una médica. Sin vehículos del Same a la vista, sin siquiera un amague de mediación de ese servicio, un tablón hizo las veces de camilla, un auto particular se convirtió en ambulancia y un grupo de maestros tan desesperados como la comunidad que educan se convirtieron en una especie de armada brancaleone con final más angelado y destino último en el Hospital Penna, donde lograron estabilizar a la paciente.
No es la primera vez –algo dice que de seguro no será la última– que niñas, niños y adolescentes sufren el desinterés nacido de un tributo feroz a la seguridad que agitan los funcionarios comunales. Por caso, durante las reuniones sucesivas que el gremio mantuvo con los representantes de Educación y Salud, Crescenti llegó a proponer cursos de capacitación en resucitación cardiológica para los docentes. Porque la verdad aún no revelada es que el Same no movió ni un ápice sus reales del quietismo geográfico que milita con pasión. Al día de hoy, el servicio de ambulancias no está dispuesto a ingresar siquiera en las calles principales de las villas porteñas.
El secretario general adjunto de UTE-Ctera, Alejandro Demichelis, presente en las entrevistas con Narodowski y Lemus, consideró “una barbaridad que servicios públicos de atención a la salud sean cercenados cuando se trata de lugares habitados por los villeros. Y para la escuela fue un hecho conmocionante, porque si los maestros se ajustaban al reglamento escolar, que sólo permite sacar a los alumnos de los establecimientos educativos bajo asistencia médica y en ambulancias, la niña que sufrió el ataque de asma hoy estaría muerta. El gobierno de Mauricio Macri debería implementar cualquier tipo de sistema para que el Same ingrese a estos barrios, pero ante todo tiene que garantizar la salud de los habitantes. Y no lo está haciendo”.
Las casualidades no existen. No fue azar que un representante de los vecinos y delegado en nombre del sacerdote José María Di Paola, el Padre Pepe, de la Iglesia Virgen de Caacupé, acercara la solución. “Para garantizar la entrada de las ambulancias al barrio, se aceptó la iniciativa de Filomeno Girón, que propuso a diez referentes barriales para acompañar el ingreso del Same”, explicó la titular del Distrito Escolar 5º, Alejandra Bonato, que integra la comisión directiva de UTE.
“Los encuentros con Narodowski y Lemus fueron durísimos, porque siempre se priorizó la seguridad de los médicos. ¿Y qué pasa con la seguridad de los docentes? Nosotros jamás aconsejamos a maestras y maestros que no asistan a sus puestos de trabajo, aunque se asienten en barrios considerados de riesgo y aun cuando los docentes del Polo Educativo de la villa no cobran sus sueldos hace seis meses.”
Bonato lamentó que las autoridades del Same “no sepan ni dónde queda la Escuela Nº12. En cambio, sí entienden del abandono de personas en zonas de alta vulnerabilidad”. Advirtió que allí donde la escuela pública tapa los agujeros de una pobreza que molesta, “no hay sistemas de emergencia porque está claro que lo público no es la prioridad y, mucho menos, lo que les suceda a las niñas que habitan los márgenes. Desgraciadamente, ni la escuela ni la salud ocupan un lugar en la agenda pública de la ciudad”.
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