VISTO Y LEíDO
Mujeres... ¿por qué será que las queremos tanto?, es el título del nuevo libro de Daniel Dátola que –en clave humorística– expone su indeclinable y anticuado antifeminismo sin privarse de describir la tiranía ovular de las mujeres, quienes, según parece, no sólo consiguieron la igualdad, sino que optaron por el revanchismo.
› Por Guadalupe Treibel
La vieja estirpe misógina de macho recalcitrante, de fácil catalogador que hace de “minita” o “puto” una agresión sentida, que se deshace en halagos a “botineras” y chicas de calendario, le ha dado el pase de gol a una nueva generación de hombre argentino. ¿Soplan vientos de cambio? Ni una leve brisa, si se tiene en cuenta el volumen titulado Mujeres... ¿por qué será que las queremos tanto?
“Sin entrar en la estúpida y anacrónica confrontación entre machismo y feminismo, los hombres hoy debemos levantar la mano, pedir la palabra y decirles (a las mujeres) que, sencillamente, se han ido al carajo”, avisa con democrática fineza su autor, Daniel Dátola.
En su opinión, la mujer no sólo pisa terreno firme en lo que a igualdad se refiere; sin más, ha comenzado una suerte de tiranía ovular. “Se acabó el juego. Aquí ya no son el sexo débil, ni hay batalla que ganar”, asegura el literato, convencido de que el sexo femenino ha quedado preso de las teorías feministas. Tremenda cárcel, ¿verdad?
Pero hay alguien que, seguramente sin saberlo, ya le está contestando al pensador Dátola desde las tablas: la joven actriz, dramaturga y directora Mariela Asensio, en su rol autobiográfico de Auténtico, la obra en cartel de José María Muscari. “Me pudre que cuando digo que soy feminista, la gente me mire como cansada de antemano de un tema del que no saben ni mierda...”, se impacienta ella sobre el escenario. Un rotundo llamado de atención destinado a hombres y mujeres que eligen mirar para otro lado. Pero hacerse el sota no arregla nada: el machismo no se acabó, aunque Dátola use el humor para tallar en 170 páginas una realidad que no da en la tecla.
“Escondidas detrás de la pésima imagen del macho castrador, se fue gestando un nuevo modelo de mujer que pasó de largo los saludables límites de la justicia para disfrutar de una sensación muy parecida a la venganza...”, dictamina el nuevo material de editorial Vergara. Tras la farsa del humor –que últimamente justifica todo–, el también panelista del televisivo Mañaneras describe –capítulo a capítulo– un tipo de mujer obsesionada con su físico, incapaz de tener una amistad saludable con otras mujeres (“la palabra Código pertenece al universo masculino”), violenta, histérica, que no acepta a su pareja tal cual es (sí o sí quiere cambiarlo). Discurso conocido, si lo será.
“Todos los hombres somos unos pollerudos y las mujeres son y serán, por siempre, unas rompebolas inclaudicables”, define con obvio preconcepto el que fuera productor y guionista de El Show de Videomatch. Con el dogma naturalista como leitmotiv, avanza Mujeres... ¿por qué será que las queremos tanto?, un libro que supone un hombre Caperucita frente a la mujer-lobo 2.0. Mucha película hollywoodense... “Como las mujeres han copiado lo peor del hombre, terminan convirtiéndose en un mal remedio para una enfermedad que ya no existe”, asegura crípticamente un Dátola que propone revisar lo que está ocurriendo.
Pero lo que el periodista no dice (quizá no lo sepa) es que la “toma del poder masculino” es una máxima del feminismo de otrora que, ahora, revisita su propia teoría y propone un empoderamiento con nombre propio. No se trata de “derrocar al dictador”, como expresa quien alguna vez fuera productor general del “Canal de la Mujer”. Se trata de asumir que la igualdad todavía está verde, que hay misoginia hasta en la sopa, que intentar cambiar las cosas es una forma de evolucionar. Y una obligación.
Decir que el arma letal de la mujer es el llanto, preguntarse “¿y a los hombres, quién nos defiende?”, pedir por el Día Internacional del Hombre, dar por hecho que las barbaridades del macho son de los antepasados, suponer que todo espécimen femenino es comesoja o fanático de ir de shopping o consumista de cuanto Coelho, Osho y Bucay haya en la estantería, es prejuicioso y reduccionista. Generalizar aleatoriamente sin transpirar (aun en aras del humor) y dar por sentada la diferencia a partir de “aspectos genéticos” es, a esta altura de los tiempos, reaccionario.
Definirse antifeminista, como lo hace Dátola, no es declararse pro igualdad. Es probar, una vez más, que a la conciencia hay que despertarla, que muchas cabezas todavía duermen la siesta, tienen pesadillas donde las mujeres que quieren la equidad los aterran. Mirar para otro lado no mejora nada; en todo caso perpetúa la ilusión. Y ya es hora de que los espejitos de colores pasen de moda.
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