ENTREVISTA
Patricia Kolesnicov convivió a lo largo de 20 años con dos amigas imaginarias: los personajes de su primera novela, No es amor (Suma de Letras), quienes, a pesar de la sentencia del título, transitan a través de dos épocas bien distintas una historia demasiado parecida al amor. O al desamor, esa experiencia tan fácil de reconocer en la propia vida.
› Por Paula Jiménez
–Contra la idea que uno podría tener de que una relación lésbica es una relación en espejo, yo pienso que no es así. No hay espejo. Son personas distintas. En este sentido, el primer texto funciona como clave de lectura: aparece una foto supersimétrica y yo digo: mentira, mentira, mentira. Lo que es mentira ahí es la simetría. Y me interesa mucho este tema en las relaciones. No hay simetría: hay diferentes maneras de amar, diferentes maneras de coger. No se es simétrica ni en la cama.
–Para defenderse de la pasión. Enseguida queda claro que las protagonistas no son amigas, pero, sin embargo, buena parte del libro oscila entre la situación de ser amantes o la de volver a la relación amistosa. Al principio hay un vínculo político importante entre ellas, entonces la primera vez que se dice esto es porque hay un negocio en común, un proyecto, y es como una manera de decir: “Acá no hay nada personal”. Después una de las dos, María, trata de dejarle claro a la otra, Florencia, que lo que las une no es amor. Este es su dolor: “Vos no querés que sea amor y entonces yo me la banco”. Se trata de algo que no cuaja. En ese vínculo no hay espacio para un derrape pasional.
–Sí, tendría que ser una concordancia perfecta, pero no lo es. Y me sorprende la reacción de quienes leyeron la novela ante estos personajes. Yo pensé que muchas más se identificarían con la enamorada, pero bastante gente conocida mía se identifica con el personaje de la que se deja amar... Ahora estoy pensando que las que me dijeron eso son heterosexuales...
–Me parece que aquél era un momento de cambio para las relaciones homosexuales. Todavía no estaba el tema tan institucionalizado como en este momento. Ahora ya pasamos por la etapa del ciudadano gay y existe la unión civil, y todo eso, pero en aquellos años, por lo menos en los ámbitos en que yo me movía, no había un marco para este tipo de vínculos. Hoy está el tema en la calle, existen cosas como el suplemento Soy, se pueden discutir temas como la adopción, hay mucho más en circulación en la sociedad y no es que tu abuela te va a decir “¿qué es esto?”, porque lo sabe. En los ’80 estaba un poco más velado. La actuación política del movimiento gay durante la democracia fue muy importante. Cuando yo era chica hacer política era militar en un partido y hubo un momento, después de que asumió Alfonsín, en que, de repente, hacer política se convirtió también en dedicarse a la ecología, al género, a los derechos civiles. Es decir, causas políticas distintas de las tradicionales. El desarrollo de todo eso devino en una realidad diferente, que es la actual, con más visibilidad y donde es políticamente incorrecto ser antigay, algo que no existía hace 30 años.
–Exacto. Y yo no sabía a dónde iba a parar la historia. Después me di cuenta de lo que tenía en mano, quiénes eran esos personajes y cómo iba a continuar. Esta perspectiva le dio un giro muy importante a la novela. Casi desde el principio el tema de quién era quién políticamente funcionó, pero con el tiempo, además, me quedó clarísimo. Todo el proceso que yo describo en la novela, el de vender y morir, el de la venta de empresas nacionales, yo lo vi en editoriales. Editoriales que se vendieron a grandes grupos, editoriales familiares que cambiaron de manos. Después parecía que aquello había puesto al comienzo hubiera estado escrito para eso, para lo que sucedió más tarde, parecía el devenir natural.
–Absolutamente. Elegí ese período para situar la historia por eso mismo. Era el momento de las ilusiones de la salida de la dictadura: sentíamos que el mundo era nuestro y una chica de clase media de pueblo podía aspirar a tener poder político y llegar a pensar que con la fuerza de la democracia podía cambiarlo todo. Después vino el encuentro con el liberalismo, la concentración de capitales, el proceso de desnacionalización, y esta chica se tuvo que convertir en sirviente fino de las clases altas o si no irse al carajo. Sufrimos una gran desilusión como generación en ese entonces, teníamos 20 años, eran los comienzos de la democracia y pensábamos que había llegado nuestro momento. De pronto ese sueño terminó en la nueva Shell de la esquina. Y yo creo que el vínculo entre los personajes está super imbuido de todo esto. Algo que deslumbra al personaje de María es la búsqueda de poder de la Florencia de los ’80 y a medida que eso se va desmoronando, también se desmorona el vínculo. El primer teclado de computadora que aparece en la novela es al final, ya en el ’90, y coincide también con la aparición de la merca, que me parece que es la droga perfecta para calmar el dolor. Ella necesita algo para dejar de sentir y por eso puede tener una reacción tan fría: porque está dura.
–Por supuesto que la época es verídica y hay un montón de anécdotas que también lo son. Por ejemplo, una amiga, artista plástica, me enseñó a usar una remachadora para arreglar una heladera y me pareció que estaba bueno para incorporarlo a la historia. Y hay millones de esas cosas. Yo estuve en la facultad, conozco los centros de estudiantes y todo eso. Pero respecto de la historia amorosa en sí te diría que todos los sentimientos son verdaderos y todas las anécdotas son falsas. Por otra parte, son sentimientos con los que cualquiera se puede identificar: todos conocemos esa pasión y también conocemos esa distancia.
–Yo siento que tengo un amigo invisible, de hecho, me cuesta mucho largarlas. No escribí todos los días durante estos veinte años, pero todos los días tuve y tengo a esos personajes en la cabeza. Para mí eran una presencia. Y sé cómo sigue esta historia. Quizá continúe escribiéndola, sé cómo empezaría el próximo libro, por ahora. Pero no cómo sigue.
–Claro. Es un poco lo que te decía, esta novela siempre estaba presente, en cambio el otro libro fue completamente distinto. En aquel momento me fui al Tigre, acompañada por mi suegra y por todo mi mundo afectivo, incluidas Florencia y María, y allí escribí la mayor parte del texto en una semana. Sabía todo lo que iba a poner. Fue mucho más fácil.
–Sí, y a mí me pareció que ése no era el cambio de vida, que el cambio de vida de aquel momento era el cáncer. De todos modos, en Biografía... mi sexualidad aparecía como algo explícito, pero el tema era otro. Mucha gente me dijo que el hecho de que mencionara a mi compañera se mostraba como algo natural, como al pasar, y era exactamente lo que yo quería hacer. En No es amor, en cambio, no está nada naturalizado, al contrario, está enfocado: es el tema mismo.
–No tengo la menor idea. Quizá porque yo trabajo en la sección cultura del diario, donde uno puede hacer, más o menos, lo que quiere. A menos que sea una escritura muy formal y no tengas otra más que respetar ciertos límites. Pero a mí me parece que los recursos son muchos y están ahí para usarlos. Y en cuanto a no ocupar en este caso el rol del periodista sino quedar del otro lado, para mí es raro. Siento que puedo hacer algo interesante de cualquier cosa que un entrevistado me diga, pero no estoy segura de poder dar cuenta de lo que hice y me parece que lo que todo el mundo quiere saber no lo voy a contestar.
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