Pronto se reeditarán todos los libros de Herta Müller que hoy resultan tan difíciles de hallar en librerías. Para entretener la espera, dos libros que las autoridades del Nobel consideraron clave a la hora de otorgarle el premio.
› Por Liliana Viola
En tierras bajas
Editorial Siruela
182 páginas
En la contratapa y en cada reseña anuncian que este libro, el primero que publicó Herta Müller, que le valió su primera fama y también su primera censura, consiste en una serie de quince relatos breves. No diremos que no, pero sí que admite y hasta parece suplicar ser leído como novela, fragmentos de una trama que dejará espacios en blanco de manera deliberada. Alguien va a crecer, alguien va a alejarse, alguien tiene que hablar de lo que pasa en las cuatro paredes de una casa perdida en Rumania. Novela de la desazón narrada por una misma voz ante la cual una pequeña comunidad de ascendencia suaba transmite sus miserias y sus peculiaridades de pueblo abandonado. La protagonista, que muta su perplejidad en relato, es una niña. ¿Será siempre la misma niña, cuánto tiempo podrá seguir siéndolo? Müller elige la perspectiva de una infancia que, como la de ella, transcurre a mediados del siglo XX cuando aún la autoridad paterna, los secretos de los mayores y los fantasmas no dejan resquicio, se apoderan como lo hacen sólo los ogros de días y noches. Cada episodio transcurre entre sueños, pesadillas, mandatos de mayores, viendo lo que no tiene que ver, escuchando e interpretando las atrocidades más adultas. Presenta a su familia a medida que cada uno va aportando algún horror o al menos alguna peculiaridad. Una madre ajada, envejecida; un padre siempre borracho con mucho cabello pero pocas luces; una abuela, el hermanito, la amiga, el chico un poco más grande, el sexo que ronda siempre. En el relato que abre la serie y que es sin dudas la presentación más refinada del estilo de esta autora, están enterrando al padre. Queda solita la niña erguida ante la tumba para recibir los reproches de todos los que le han conocido su pasado de bestia nazi, de bestia violadora y prepotente. El relato termina al despertar de un sueño, como los malos cuentos, y deja de pie al padre para los relatos que siguen, cuando ya no sabremos qué es cierto y qué es peor. El pueblo aparece suspendido en la superstición, en la falta de lógica que impone el lenguaje elegido por Müller también para otras de sus novelas, como El hombre es un faisán.... Repite los sujetos de sus oraciones, elabora frases cortas, se niega a la subordinación de ideas porque todo tiene el mismo grado de relevancia, repite nombres y circula por los mismas palabras, emulando los relatos orales. Aquí todo es leyenda, parece afirmar. Tardó años en convencer a alguien de que publicaran su libro, que finalmente vio la luz en 1982 aunque recortado por los censores que de todos modos impidieron que circulase por Rumania. La versión íntegra apareció dos años después en Alemania y las autoridades rumanas le prohibieron publicar en su país. Niederungen, que así suena el título en el original, le valió el premio alemán Aspekte al mejor debut en lengua alemana del año. Y es una de las razones que esgrimieron los señores y señoras del Nobel para señalarla ante el mundo con tan discutible y añorada distinción.
El hombre es un gran faisán en el mundo
Siruela
198 páginas
La han comparado con el Rulfo de Pedro Páramo. Habría que agregar las afiebradas y alucinadas visiones de Marosa Di Giorgio y también la poesía de Olga Orozco cuando se dispone a recuperar su infancia en formato de cuento. El tono aquí es el mismo que en su primer libro. En realidad, cada nueva propuesta de esta autora parece agregar un bloque a un proyecto mayor, una gran novela que se va completando por entregas. Si cambia protagonista o punto de vista de su narrador, Müller se ocupa de que nunca se pierda ese lenguaje propio, insoportable por su letanía, distinguido por la irrupción de imágenes bestiales. Otra vez la familia está en el centro de las exageraciones en esta novela dividida también en pequeños relatos: escenas de la vida cotidiana de un grupo de alemanes desclasados que esperan con ansiedad la autorización para abandonar Rumania. Fin de la guerra, disolución de todo futuro, lo único que queda es evacuarse. Los que consiguen mejores cartas ya se están yendo, los que tienen algo bueno para vender lo venden. A la familia del protagonista, el molinero Windisch, a quien veremos deambular como zombi, o mejor dicho, como un gran faisán por el pueblo muerto, le queda la hija joven. El hombre es un gran faisán... abunda en reflexiones machistas sobre el destino que merecen las mujeres, la importancia de su virginidad, la traición a la que son proclives y la justificación del alcoholismo en los jefes del hogar. Comienza con una cita de Ingeborg Bachmann que funciona como advertencia sobre lo que vendrá: “La hendidura palpebral entre Este y Oeste muestra el blanco del ojo. La pupila no puede verse”. Visión macabra aunque minimalista del destino de toda una zona olvidada por la guerra. El monumento a los caídos donde han crecido las rosas, el molino que ahora ha enmudecido y la presencia de los animales agoreros dan el tono. O morir o escapar. Perdonar las infidelidades de las mujeres o molerlas a palos. Ente la bestialidad y la impotencia, los personajes de Muller nunca avanzan. Esta vez elige la tercera persona, que se entromete en conversaciones, pensamientos y en la murmuración o el sobreentendido, que todo lo apaña.
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