Vie 13.11.2009
las12

INTERNACIONALES

Promesas desde el Este

Alemania festeja 20 años sin el Muro y Angela Merkel, un “producto” de la ex RDA, estrena segundo mandato como la mujer más poderosa del mundo. Un buen momento para reflexionar sobre estas primeras dos décadas sin comunismo en Europa y un pasado que ya no volverá y que, sin embargo, muchas europeas añoran.

› Por Milagros Belgrano Rawson

Mientras se festeja el vigésimo aniversario de la caída del Muro, y comienza el segundo mandato en el Bundestag de la alemana que más alto llegó, la canciller Angela Merkel, criada y formada en la ex Alemania del Este, vale la pena reflexionar sobre lo que estas dos décadas han significado para las mujeres del poscomunismo. Tanto para las ciudadanas de la ex República Democrática Alemana como para las del resto de los países del bloque del Este y también para sus hijas, nacidas en la era capitalista y con familias que, en muchos casos, no han podido adaptarse a una sociedad donde el Estado ya no se ocupa de todo. “Nadie dijo que el comunismo fue mejor, pero en comparación, la tan esperada libertad es bastante floja”, decía recientemente una lectora polaca en el sitio web del diario británico The Times que, a principios de este mes, publicó un excelente artículo sobre las mujeres del Este luego de la caída del Muro. “En Polonia tenemos acceso a todo el conocimiento, libros y marcas de Occidente, pero no podemos pagarlos. Sólo el alquiler nos cuesta el 70 por ciento de nuestro salario. No creo que en un futuro cercano podamos vivir decentemente”, contaba esta lectora. Claro que trasladar este diagnóstico a todas las mujeres de los países del Pacto de Varsovia sería un reduccionismo. “El comunismo fue diferente en cada uno de estos países y con salidas distintas luego de la caída del Muro”, indica a Las12 la socióloga búlgara Savina Sharkova. “Decir ‘el Este’ es utilizar una noción que ignora la diversidad. No fue lo mismo el comunismo en Bulgaria que en Rumania”, ejemplifica. Y, ciertamente, no es lo mismo haber sido mujer en Alemania del Este, en Polonia o Bulgaria, donde desde los inicios del régimen socialista el aborto fue legalizado –y alentado por la Unión Soviética–, a serlo en la Rumania de Ceausescu, donde la política natalista del dictador prohibió la interrupción voluntaria del embarazo. (Así se gestó una de las políticas más siniestras de los países de la Cortina de Hierro y cuyo producto fueron los “decretei”, como se conoce a los niños rumanos nacidos entre los años ’60 y ’70 y que fueron abandonados en orfanatos atestados.)

En líneas generales, se puede decir que en la mayoría de los países del Bloque las mujeres conocían el feminismo aún antes de saber de qué se trataba. “Bulgaria tenía la tasa de natalidad más baja de Europa. El 90 por ciento de las mujeres adultas trabajaba y la mitad de la mano de obra de todo el país era de sexo femenino”, indica Sharkova. Para esta investigadora radicada en París, en la Bulgaria comunista la igualdad de género nunca existió, “ni en el Partido ni en el trabajo, pero las mujeres se beneficiaron de muchas políticas. Había una discriminación positiva. En el Parlamento había un sistema de cupos, con lugares asignados a las legisladoras mujeres. Cuando terminaba sus estudios, cada una tenía un puesto en el Partido esperándola. Una sabía dónde iba a trabajar. Luego, con la lógica capitalista, es el mercado el que dirige”. Un análisis similar esbozaba en el artículo de The Times Christine Bergmann, nacida en Alemania del Este y que en la Alemania reunificada sería ministra de la Familia y la Mujer. “Durante mucho tiempo no entendimos lo que las feministas occidentales estaban tratando de decir: nosotras ya teníamos igualdad de oportunidades, al menos hasta cierto punto. Nuestro techo de cristal era fijado por la afiliación al Partido Comunista, no por el género”, indicaba la ex funcionaria. Como para tantas otras mujeres que fueron jóvenes durante el comunismo, para Bergmann el viejo sistema tenía sus ventajas. Con la caída del Muro, fueron ellas las primeras damnificadas. “A pesar de que eran más numerosas que los hombres en el acceso a los estudios superiores, en Bulgaria las mujeres eran las peor pagadas y las que tenían los empleos menos calificados. Por supuesto, fueron las primeras en sufrir la crisis económica desatada justo después del fin del régimen, en los años ’90”, afirma Sharkova.

En el resto de los países del Este ocurriría algo parecido. Un par de meses después de la caída del Muro, el 21 por ciento de las alemanas del Este había perdido su empleo, lo que significó que miles de ellas migraran de forma masiva hacia el Oeste en busca de trabajo. Las cifras de divorcio se dispararon exponencialmente, mientras se registraba una caída espectacular en la tasa de fertilidad de las alemanas. Eso sin contar los retrocesos en conquistas ya adquiridas, como en el caso de Polonia, que luego de casi 40 años de aborto legal y gratuito, a mediados de los ’90 y gracias a la presión de la resucitada Iglesia Católica, lo prohibió en casi todas sus formas (salvo en caso de violación, malformación del feto o peligro para la salud de la madre, pero en la mayoría de los casos los médicos se niegan a realizarlo por temor a represalias). A la distancia, es fácil entender la melancolía de muchos y muchas por un pasado que ya no existe, aquel donde el ala protectora del Estado proporcionaba vivienda de por vida, empleo para todos, una jubilación decorosa y guarderías gratuitas para todas las madres que trabajaban. Un modelo plagado de errores, autoritarismo e injusticias pero que comparado con el capitalismo salvaje de la actualidad, y sobre todo en el caso de aquellos países donde el régimen fue mucho más flexible y tolerante, no parece tan malo. Como la madre del personaje central del film Good-bye Lenin!, quien lleva a cabo una agotadora farsa para que su progenitora, convaleciente de un coma, no se entere de que cayó el Muro, muchas mujeres del poscomunismo añoran ese marido con el que siempre podían contar: el Estado socialista.

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