EXPERIENCIAS
Una neonatóloga del Hospital Municipal de Morón advirtió que muchas madres no tenían mantas para sus hijos. Y se puso a tejer. Cuando sus agujas no dieron abasto, decidió convocar a otras tejedoras. Lleva recolectados más de 22.000 cuadraditos de lana, unidos en frazadas tamaño incubadora para hospitales bonaerenses y salteños.
› Por Luciana Rosende
Noche de sábado en el Hospital Municipal de Morón. Suena el teléfono en el servicio de neonatología: se solicita la presencia de un responsable del sector en vigilancia. Karina Rodríguez, médica neonatóloga, está de guardia. Cuando se acerca a seguridad, encuentra a una mujer llorando. La pescaron robándose una manta. La necesita para cubrir al bebé que acaba de tener. La médica dice que la dejen ir, que ella repondrá la manta. Al lunes siguiente vuelve a recibir un llamado: de la dirección del hospital. Esta vez, el reto es para ella. El episodio ocurrió hace una década. A Karina le quedó claro que no tenía permitido andar regalando mantas del hospital (“se armó todo un cachengue en torno del trapo, porque además eran trapos grises, horribles”). Lo que sí podía era ponerse a hacer mantas para esos bebés prematuros y desabrigados que llegaban a su sala. Y se puso a tejer.
La primera compañera de tejido que buscó fue Olga, su madrina. Le propuso que, cada vez que se juntaran a matear, tejieran cuadraditos de diez centímetros de lado. Cuando sumaran 36, tendrían la primera manta. Las mateadas con cuadraditos duraron años. La producción era lenta, pero alcanzaba para fabricar algunas mantas para el Hospital de Morón y permitir que las mamás con menos recursos se las llevaran a su casa. “Las enfermeras se daban cuenta cuando una mamá no tenía ropa, nos avisaban y la invitábamos a llevarse la manta. Después, cuando los bebés crecían, algunas venían a devolverlas”, cuenta la neonatóloga.
La situación cambió este año. Karina estaba de vacaciones cuando se produjeron las inundaciones en Tartagal. Y volvió con la idea de que se necesitaban más y más mantas, no sólo en Morón. Entonces le propuso a su compañera de tejido hacer algo más masivo. “Armamos una cadena de mails, sin muchas expectativas. Y un grupo en Facebook. Como teníamos que ponerle un nombre que despertara curiosidad, elegimos Tejiendo por un Sueño”, cuenta como para justificar la denominación tinellesca.
De repente, “la cadena se transformó en algo descomunal y el grupo tiene más de 1100 miembros”. Karina tuvo que dejar de hacer cuadraditos y ocuparse exclusivamente de los bordes, uniendo con crochet las 36 piezas que forman cada manta. La cadena adquirió vida propia y se sumaron tejedoras de distintos barrios porteños, de varias provincias e incluso del exterior: hoy llegan cuadraditos de España y Estados Unidos y hay agujas activas en Venezuela.
“Contagia. Persona a la que se lo comento, se suma”, asegura Silvia Orzejovsky, tejedora y recolectora de cuadraditos en la zona de Villa Crespo. “Entro al edificio y tres mujeres me dan cuadraditos, subo a la combi y me dan cuadraditos, visito a una amiga y el marido me dice que va a conseguir lana.” Por estos días, las mantas no sólo llegan a la sala de neonatología del Hospital Municipal de Morón. También abrigan en los hospitales Belgrano, Carrillo, González Catán y en la Casa Cuna y el Hospital de Seclantas, de Salta. Entre los tejedores hay clubes de jubilados y escuelas. El centro de jubilados El Rincón de los Abuelos, de Ciudad Oculta, ya aportó 800 cuadraditos.
Los fines de semana, la neonatóloga se encarga de actualizar el ranking de tejedoras (el primer puesto lo ostenta Silvia Schiaffi, referente barrial en Núñez, con 1830 cuadraditos), para que cada una de las casi 150 tejedoras esté al tanto de las dimensiones del tejido. Entre ellas hay mamás de bebés internados en el Hospital Municipal de Morón, donde se echó a rodar el primer ovillo. “Vinieron a decir que querían participar pero no sabían tejer –cuenta la médica–, entonces les enseñamos y les dimos las agujas.”
Cuando Karina presionó enviar en el primer mail (su correo es [email protected]), pensaba que si reunía 2000 cuadraditos estaría contenta. Desde entonces, la cuenta de cuadraditos de lana superó los 22.000. Entre ellos están los 231 de Ana Jacobovich, una abuela de 83 años. “Ahora estoy ocupando el puesto número 20, adelanté mucho en el último tiempo”, relata, orgullosa de su lugar en el ranking. Ya usó toda la lana que tenía en su casa y tuvo que salir a comprar madejas. “Por los niños hay que hacer de todo. Y como no puedo hacer otra cosa, tejo.”
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