TEATRO
masculino / femenino
Que paren los relojes es una obra en la que los personajes sólo habitan en los discursos. Cuatro mujeres, vestidas como tales, asumen las palabras que el escritor Andrés Rivera puso en la boca de cuatro hombres de la historia: un sindicalista, un juez, Rosas y Castelli. El resultado, inquietante.
Por Moira Soto
Cuatro mujeres con ropas femeninas (tres que evocan el siglo XIX, una el XX) ocupan distintos espacios en la escena. Cada una de ellas, a su turno, dice, sin impostar, con gestos neutros y mínimos, un discurso masculino. De manera no realista, desusada, extraña para los ojos y los oídos del público, las actrices están representando a hombres conocidos (Rosas, Castelli), menos conocidos (el sindicalista Guido Fioravanti), de ficción (el juez Saúl Bedoya, presunto amigo de Rosas). O acaso ellas sólo están hablando en representación de ellos: difícil precisarlo porque el hecho artístico que resulta de esta mudanza al lenguaje teatral de textos de varias novelas de Andrés Rivera destila un misterio que zafa de definiciones netas, tajantes. El subversivo espectáculo se llama Que paren los relojes y se ofrece en el Sportivo Teatral, Thames 1426, los viernes a las 22, a $ 8 (con descuentos a estudiantes y jubilados).
Julia Catalá (Noches polacas, 2001), Gabriela Ditisheim (Orsay, 2002), María Inés Sancerni (La escala humana, 2001/2) y Mirta Bogdasarian (Barrocos retratos de una papa, 2002) son las intérpretes que prestan, pero no entregan, su voz y su cuerpo a, respectivamente, Bedoya, Rosas Fioravanti, Castelli. Nadie podría negar que estas chicas –que han compartido maestros como Ricardo Bartís, Antonio Celico, Pompeyo Audivert– tienen agallas: las cuatro se lanzaron sin red a esta singular aventura. En un principio fue Mirta, quien partiendo de una sugerencia de Bartís, empezó a trabajar con La revolución es un sueño eterno, luego se sumó Gabriela con El farmer bajo el brazo. Ambas actrices se fueron envalentonando con esta idea de decir sobre la escena textos literarios que tanto les gustaban. Tanto que quisieron compartir el placer: “Llamemos a más mujeres”, propuso Bogdasarian. “Elijamos más material, metámonos a fondo con Rivera...” Entonces se sumó Julia, resuelta a trabajar con La sierva y El amigo de Baudelaire, dos novelas de las que saca el personaje de Bedoya. Sólo les faltaba un rol ligado a movimientos de masas, por lo que llaman a María Inés y le insinúan “¿Por qué no tratás de encontrar algo sobre un sindicalista?” Así fue que el cuarteto se leyó todo Andrés Rivera en busca de papeles representativos del poder (masculino y patriarcal, obviamente) y con gran empeño y no sin dificultades, eligieron fragmentos, los editaron y llamaron al admirado escritor.
–¿Cuál fue la primera reacción de Rivera cuando supo que sus personajes masculinos iban a estar en manos de mujeres vestidas de mujeres?
Julia Catalá: –El primer impacto, al recibir la carpeta con el trabajo sobre sus textos, fue positivo. Se mostró muy interesado, siempre fue realmente generoso con nosotras, con una actitud muy abierta. Cuando nos vio por fin en escena, se sintió muy conmovido, no cuestionó más la idea de que actrices se hicieran cargo de esos personajes, detalle que en un primer momento le provocó comprensible inquietud...
Gabriela Ditisheim:- Seguro que inicialmente tuvo sus reparos, pero después del primer encuentro en un bar, se relajó mucho. Se dio cuenta de nuestro intento de comprender profundamente sus textos, del respeto por su escritura con que trabajamos.
María Inés Sancerni: –Bueno, debo reconocer que a mí, que fui la última en llegar, si bien me parecía atractiva, la propuesta no dejaba de inquietarme... Ellas ya la tenían más clara. Algo que se decantó en nosotras fue la idea de que esos textos en primera persona masculina, dichos por mujeres, atemperaban lo que podía resultar solemne teatralmente si apareciese, por ejemplo, un actor caracterizado de Rosas, de Castelli, del sindicalista o de Bedoya, en una puesta más literal.
J.C.: –Inclusive permitía otra conexión con el contenido de lo que se decía. El que fuésemos mujeres facilitaba, provocaba un acercamientodiferente, ponía de manifiesto ciertas zonas del discurso. Esa fue nuestro planteo básico: que la actuación no distrajera, que acompañase.
G.D.: –A la vez, lo que hacemos nos da la oportunidad de estar en un lugar más difuso de actuación en relación a no encarnar a esos personajes, y a la vez asumir su palabra. Creemos que esta forma de ponerlo en escena, protege al mismo material, lo valoriza.
Mirta Bogdasarian: –La verdad es que simplemente teníamos ganas de decir estos textos. Desde el vamos supimos que no nos íbamos a vestir de hombres. Ni lo pensamos: seríamos mujeres sin hacernos cargo de lo masculino.
–Convengamos en que ustedes desde el gesto, la impostación de la voz, se sitúan en un lugar intermedio, equidistante, que desconcierta al público, lo saca de convenciones más o menos previsibles. ¿Cómo llegan a esa interpretación que no implica una composición en el sentido tradicional, aunque queda claro que cada una hace personajes bien diferentes?
J.C.: –En principio, no existió la voluntad de resaltar nada de lo masculino en lo gestual.
G.D.: –Pero tampoco lo femenino...
M.B.: –Incluso hubo alguna discusión con la vestuarista que quería incluir algún vestuario masculino. Y no, porque precisamente siempre nos pareció muy provocativo el cruce de ver a una mujer sin ninguna pretensión de remedar una imagen masculina. En todo caso, lo que se comparte de los géneros son las energías. Es decir, energías masculinas que pueden estar perfectamente en cuerpos femeninos.
J.C.: –Notamos que de esta forma se potenciaba el contenido, Hay textos que resultan más terribles, que adquieren otro relieve dichos por una mujer.
G.D.: –Se genera así otra manera de escuchar en el público.
–Ustedes actúan en una frontera imprecisa, en la que si bien no componen personajes de varones, asumen su palabra. Siempre hay una ambigüedad que no termina de despejarse.
M.I.S.: –Sí, justamente, en esa ambigüedad que mencionás nos parecía que se alojaba la teatralidad del trabajo. Porque si no, claro, habrían sido cuatro actrices, con sus correspondientes atriles leyendo los textos. Pero esa ambigüedad debía estar acotada, para no distraer respecto del discurso.
–¿Cómo encuentran el tono de cada una, establecen la diversidad, logran no salirse de esos lugares inciertos?
M.B.: –Fue durísimo, había serios riesgos.
M.I.S.: –Todavía los hay. Pero quizás sea lo más apasionante de esta interpretación ubicada en este territorio difuso.
J.C.: –Por otra parte, se trata de textos literarios, poéticos, rigurosos, en los que no da los mismo cambiar una palabra. Todas tienen su peso, su musicalidad. Por eso el trabajo de mesa fue tan fuerte.
M.I.S.: –Estábamos en eso cuando los sucesos de diciembre de 2001, y la vigencia del material, que ya veníamos asociando con la actualidad, pareció multiplicarse.
M.B.: –Sí, es impresionante: se habla de hechos de 1850 y te espanta pensar que pasaron siglo y medio... Estamos igual, las mismas lacras. Pensá en Castelli cuando se pregunta qué juraron el 25 de mayo en el Cabildo: es imposible que no se te aparezcan los políticos de hoy. Todavía no había nacido el país y ya había conspiraciones, ya había uno que juraban una cosa y otros que juraban otra, en la misma ceremonia. En un punto, Castelli tenía algo heroico, alimentaba ideales.
M.I.S.: –Fue todo un cuestionamiento de trabajo esto de no acentuar los aspectos positivos o negativos, no poner en ellos nuestras antipatías o simpatías personales. Porque en algún momento, tuvimos esa tentación.
–Vos, Mirta, como directora, ¿te propusiste concretamente evitar el énfasis, recurrir a movimientos mínimos, mantener cierta contención? Da la sensación de que fueron puliendo, quitando cosas hasta llegar a lo esencial.
M.B.: –Sí, tal cual, Probamos en algún momento música y la erradicamos. Había que abrir el camino al protagonismo que los textos requerían.
–¿Al trabajar sobre estos personajes les surgió la necesidad de investigar sobre nuestra historia?
M.I.S.: –Por supuesto. Y sentimos enorme tristeza al comprobar la refrescar de errores. Reapareció la pregunta de siempre: ¿cómo es que este país no puede salir adelante? Hace mucho que pasan las mismas cosas, es terrible. La primera vez que vio una función con público, Andrés Rivera nos comentó: .Vi a cuatro actrices y a un grupo de gente resistiendo.. Para nosotras es una forma de decir: hablemos de esto, repasemos las cosas, recordemos estos antecedentes. No estamos maditos, hicimos las cosas muy mal desde hace mucho, devastando un potencial enorme.
–A través de los distintos discursos aparecen rasgos que se consolidan en gobiernos posteriores: el autoritarismo, la demagogia, la corrupción, la influencia asfixiante de la Iglesia oficial...
G.D.: –Sin duda. Es que nos faltaron políticos de raza, como algunos de aquellos que quisieron realmente el bien del país...
M.I.S.: –Marcelo Mariño nos dio algunas clases de historia, de apoyo, nos amplió el horizonte. De este modo pudimos ver que los “buenos” no eran tan puros y trasparentes, que los “malos” no habían elegido totalmente su destino. Así como Gabriela descubrió una humanidad lejos del estereotipo en Rosas, en el sindicalista se me apareció esta tendencia a la violencia, muy cuestionable.
G.D.: –La asociación con el presente aparece en Rosas al final de su discurso, cuando dice: “Me llamarán para salvar el país y no volveré”. No puedo dejar de pensar en Menem cuando afirma: “Soy el único que puede salvarlos”.
–No sólo el elenco es femenino, también hay mayoría de mujeres en el equipo técnico...
J.C.: –Se dio así buscando gente idónea, como María Gabriela Maiarú, a cargo de la operación de luces que diseñó Bartís. A veces, en la parte práctica, extrañamos la presencia masculina, su fuerza muscular. Cuando tenemos que correr gradas, colgar cosas...
–¿En que momento Mirta asume el poder, es decir la dirección?
G.D.: –Estábamos ya las cuatro y dijimos: alguien se tiene que hacer cargo. Fue muy bueno que Mirta asumiera. Hablando de lo femenino, creo que la intuición la guió mucho en los matices, en poder mantenerse en ese territorio indeterminado. Confiamos mucho en ella.
J.C.: –Otra situación que ha tenido que ver con el desarrollo de este proyecto es que somos amigas, lo que nos da mucha cohesión, mucho intercambio. Compartimos plenamente un fervor, padecimos y nos alegramos juntas. Porque cada una pasó por momentos muy difíciles en la búsqueda de la interpretación de cada monólogo. De modo que nos apuntalamos mutuamente.
M.B.:– Hay mucha paridad entre las cuatro, no hay jerarquías. A veces puede resultar complicada esta horizontalidad, pero es la forma de trabajar que mejor nos expresa.