RESISTENCIAS
Por la paz
Veinte años después de que las Madres de Plaza de Mayo comenzaran a usar su pañuelo blanco, del otro lado del mundo, en Medio Oriente, otras mujeres se inspiraron en su lucha y se cubrieron la cabeza de negro para emprender una resistencia pacífica a la ocupación israelí y a la permanente amenaza de la guerra. Hoy Mujeres de Negro es un movimiento horizontal que existe en una decena de países.
por Florencia Gemetro
Quizás en un principio se hayan hecho la misma pregunta que otras mujeres se hicieron hace casi tres décadas en la Argentina, revisada una y otra vez, en los momentos en que el silencio sofoca y se convierte en un encierro inhabitable. Cuando el dolor de callarlo todo supera al temor de decirlo todo. Tal vez se encontraban atrapadas entre los límites de su propia piel cuando las noticias de sus compañeras violadas y de sus hijos muertos irrumpían en la mesa familiar como si nada, hasta atravesar sus cuerpos como una cuchilla hundiéndose en la carne. Quizá por eso es que este puñado de mujeres israelíes se vieron a sí mismas en los rostros de las Madres de Plaza de Mayo, y decidieron seguir su ejemplo para decir que no. Esquivaron el desprecio y los insultos, se juntaron con sus pares palestinas, poblaron las calles de la plaza Hagar en Jerusalén y marcharon durante una hora bajo la consigna de “basta a la ocupación”. Terminaba la década de los ochenta cuando esas cuantas israelíes que le dijeron no a la guerra cambiaron los pañuelos blancos de las Madres por un shador oscuro y se dieron a conocer al mundo como Mujeres de Negro.
El escenario que les sirvió para la primera protesta contra la ocupación israelí en los territorios palestinos rápidamente se multiplicó a lo largo de las principales ciudades de Israel y comenzó a extenderse en el resto del mundo. Las primeras salieron tres meses después de la Intifada que durante el ‘87 se enfrentó con piedras a los tanques del ejército israelí en Gaza, Cisjordania y Jerusalén. Después les siguieron las italianas, las alemanas, las indias, las norteamericanas y las australianas que unos meses antes de la guerra del Golfo salieron a las calles para oponerse a la militarización aunque muchas de ellas nunca habían escuchado hablar de las mujeres de Israel. Y un año más tarde se sumaron las ex yugoslavas denunciando la violación como arma de guerra, el nacionalismo colonialista y la militarización de los Balcanes. Ellas ocupan los espacios públicos y marchan semana tras semana a una hora determinada cargando sus pancartas que elevan en reclamo contra la ocupación. Todas visten de negro para simbolizar la tragedia que sufren los pueblos, para hacerse visibles en un mundo de hombres y convertir la resistencia pacífica en una desobediencia pública a todo tipo de agresiones contra las mujeres.
Deciden negarse a morir o a ver morir a sus hijos, se resisten a la guerra convirtiendo la resistencia en una actitud consciente que sacude la pasividad de sus hogares y las lleva hasta sus barrios, sus ciudades y sus países en demanda de una intervención no violenta en los conflictos. Lo hacen a través de la promoción de la política feminista internacional, la difusión de la contrainformación –en forma de comunicados, informes, o cartas que hacen circular permanentemente– y la educación para la paz como las mujeres de los Balcanes que desde el ‘98 vienen organizando talleres itinerantes de formación que cubren más de cinco regiones de Serbia. Se conectan con otras agrupaciones para conformar redes de mujeres que, en palabras de las madrileñas, se opongan a “la tendencia de Estados Unidos contra toda posición política que no acepta la globalización económica del capital productivo y especulativo”. “¡Déjennos hablar, déjennos actuar! Nosotras tenemos dolor, estamos indignadas, estamos asustadas. Antes de que sea tarde déjennos hablar, nosotras no vamos a disparar”, dijeron después de un encuentro en Costa Rica. Están hartas de callar frente a la violencia que se imparte sobre las mujeres como las 300 mexicanas que fueron asesinadas en los últimos diez años, muchas de ellas violadas, torturadas o mutiladas, y quieren ser protagonistas de una narración que desnude los silencios en las memorias selectas que acallaron sus voces a lo largo de la historia. Se aferran al pacifismo a pesar de los golpes. “Porque aunque quieran vernos inútiles, apáticas y aceptando pasivamente nuestro destino para no ver la condición en que han puesto a la mayoría de los habitantes, lo único que logran con el nacionalismo y los regímenes autoritarios es fortalecer nuestro movimiento por la paz y convencernos de que las estrategias de resistencia no violentas son las únicas alternativas a la guerra”, como aseguraron las mujeres de la ex Yugoslavia al cumplirse cuatro años de su creación.
El combate supone, en la expresión más grotesca del derechista alemán Carl Schmitt, dos partes contrapuestas e iguales con el horizonte de la guerra siempre presente. Pares dispuestos a matar o a morir por el afán de ser los únicos sobrevivientes de una batalla en donde la identidad cultural, social y, en especial política, del otro valga menos que la propia. Pero la agrupación de Belgrado “responde al fascismo recordando a las mujeres y a los hombres que las mujeres y las/los pobres, las/los extranjeros, las/los niños siempre hemos sido el otro para el grupo de hombres en el poder”. Y proponen en cambio “una visión del amor que no corresponda a la lucha por la posesión del otro porque eso sería parte de la construcción política que lleva al menosprecio de la vida concreta de las personas”.
Las Mujeres de Negro aseguran que no quieren “llegar a una paz desde la perspectiva de los Acuerdos de Oslo que proponen un nuevo Medio Oriente producto de los intereses de la globalización” sino que creen en una vida “de igualdad civil entre judíos y árabes, hombres y mujeres, entre todos”, aunque asuman en sus encuentros que hicieron una apuesta compleja porque “resulta obvio que la necesidad de la solidaridad entre mujeres no es algo dado sino un desafío que requiere crear con paciencia y tenacidad los espacios alternativos que sean necesarios para afrontar el largo camino de la paz en los tiempos de guerra”.