Vie 21.02.2003
las12

INTERNACIONALES

De Bolivia, con dolor

Cuando los conflictos estallan, la información suele ser tan caótica como los hechos mismos, cuando no es minuciosamente
controlada por los grupos económicos –como sucede en Venezuela– o por los mismos Estados –los atentados de Nueva York podrían servir de ejemplo–. Sin embargo, el correo electrónico se ha convertido en una poderosa herramienta de comunicación y expresión que permite escuchar otras voces. Aquí sangran las hermanas bolivianas de la ONG Mujeres Creando.

› Por Soledad Vallejos

por Soledad vallejos

Las líneas fueron escritas en La Paz. La ciudad todavía debía humear cuando sobre un teclado ella tipeaba “hermana querida”, susurraba en un correo el dolor de haber visto entre disparos y gases lacrimógenos la revuelta que sacudió a Bolivia. María Galindo es parte de Mujeres Creando (una ONG anarco-femenista con la suficiente presencia pública como para haber liderado, a mediados de 2001, la resistencia pacífica que la Organización General de Deudores llevó adelante hasta frenar la ola de remates), y desde hace tiempo viene siguiendo de cerca los conflictos sociales de su país. Apagada la revuelta más visible, (se) preguntaba en una carta abierta al presidente Gonzalo Sánchez de Lozada si era mano dura lo que necesitaban esos jóvenes con los que ella y sus compañeras hablaron en esas horas (“bebimos su aliento, vimos el reflejo del humo y del fuego en sus pupilas y la excitación y el odio”). María no llegaba a responderse nada en aquel correo, pero la respuesta era más que evidente al releer uno de sus primeros párrafos. Conoce perfectamente la realidad cotidiana de esos muchachos que la televisión local bautizó como vándalos. “Ellos son los que con sus frustraciones están desestabilizando una democracia que no les dice nada. (...) Son tributarios de una universidad pública donde no cabe ni un alfiler más, son los beneficiarios de las colas de un plan de empleo sin seguridad social ni nada, en el cual, encima, por ser demasiado jóvenes, no les toman en cuenta, y regresan a casa, que es un cuarto compartido, a pegar a la hermana y violar a la vecina. No son héroes ni revolucionarios, no vitorearon en la puerta de palacio (del Quemado, la sede gubernamental), mientras sólo querían destrozar, que viva el MAS (el partido del cocalero Evo Morales) o que viva la Revolución. Vitorearon el nombre de su colegio, señor presidente, que es el único y precario instrumento de identidad que esta sociedad les ha brindado.”
Semejante descripción en carne viva, sin embargo, apenas podía ser más inquietante (angustiante) que observar con ligero detenimiento, un día elegido al azar, cómo se desenvuelve la vida cotidiana en una región cualquiera de Bolivia.
La Paz, por caso, es una ciudad que nace en un valle y se desparrama hacia las montañas. En el centro, hombres y mujeres de chalecos fluorescentes que alquilan teléfonos celulares por minuto, edificios históricos, los puestos callejeros con artesanías very typical llenos de “gringos” (turistas comunes y corrientes, por más latinoamericanas que sean sus nacionalidades) y un mercado donde se desayuna escuchando las novedades sobre el bloqueo del día anterior. Por las calles, cientos de mujeres cargadas de faldas y con niños a la espalda ofrecen baratijas por pocas monedas. Niños y adolescentes con pasamontañas persiguen a quien sea que lleve zapatos de cuero para ofrecer “shushai”. Algunos los acusan de ocultar sus rostros para poder robar con cierta impunidad; ellos sólo hablan de poder preservar su identidad de una policía a la que temen. La verdadera pobreza, sin embargo, ese fantasma que acecha al 80% de la población del país, empieza a ser palpable al subir las calles-escaleras (una ciudad, decíamos, que nace en el valle y se expande hacia las montañas) que alejan los pasos del centro para sumergirlos en un cordón suburbano conocido como Los Altos. Barrios de casas sin terminar y más habitantes por metro cuadrado de lo que pueden soportar, allí es donde, tras los enfrentamientos frente a la sede de gobierno, se produjo la mayor cantidad de saqueos mientras la policía continuaba amotinada y el resto del país empezaba a levantarse. No tan lejos de las ciudades, miles de familias cultivan pequeñas parcelas (increíblemente verdes para tratarse de montañas áridas) como único trabajo.
Peligrosamente parecidas a los días argentinos de fines del 2001, pero no tanto como para suponer que se trata de algo definitivamente lejano de la realidad local, las horas en Bolivia, más que el nacimiento de un cambio, tal vez sean sólo la pequeña explosión necesaria para volver a acumular presión. Ojalá que no.

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