Vie 07.03.2003
las12

Eva, la nueva

La psicoanalista Eva Giberti ha sido declarada Ciudadana Ilustre de la Ciudad de Buenos Aires. No hace falta aclarar por qué. Hace décadas que su inteligencia y su conducta van al ritmo de los tiempos, por difíciles que sean. En esta entrevista Giberti da cuenta de que, pese al bronce que implican ciertos reconocimientos, no tiene en mente detenerse.

› Por María Moreno

Cuando se pretende –quizá con cierta ingenuidad o exceso de ambición– conservar un cierto estilo narrativo aún dentro del escribir rajando que exige el periodismo, nada más tedioso que intentar abrir una entrevista con el currículum del entrevistado y hacer que resulte ameno. Eva Giberti, como todas las marcas nacionales, exime de eso. Cabe señalar, sin embargo, que entre todas las marcas nacionales femeninas es la única que no ha perdido el apellido. ¿Quizá por la confusión que sembraría referirse a ella como “Evita”?
La noticia es que Eva Giberti ha sido nominada por ley N985 del 12 de diciembre de 2002 Cuidadana Ilustre de la Ciudad de Buenos Aires. Por supuesto que ella hablará con seriedad del asunto pero también con humor, hasta el más negro. Pero en principio se entretiene en hacer observaciones etológicas sobre los pájaros que suelen invadir su casa (¿Es la matriarca de los pájaros?). Eso recuerda la frecuencia con que las personas que han dedicado sus vidas a las palabras se han interesado, a partir de cierta edad, por aquello que no habla. Michel Onfray, filósofo y gourmet, ha permitido que una gata de albañal destroce su elegante departamento tapizado de libros; Sigmund Freud entendió el narcisismo a través de una gata que lo despreciaba, y Jacques Lacan, con fama de totalitario, se dejó dominar hasta la indignidad por una perra.
Eva Giberti sólo antepone su amor a un gato birmano al que siente por unos gorriones vividores y otras cosas que vuelan como su imaginación.
–Allí llega el de la una y media –dice señalando la ventana–. Hoy está atrasado. Tiene vacío el comedero así que dentro de un rato te echo. El otro comedero está sucio porque la señora que los cambia está de vacaciones.
–¿Vos los reconocés?
–Claro. Viene éste y otro que es borderline, porque cuando hay una hoja de la ventana abierta él trata de entrar por la otra y se golpea la cabeza. Llegué a tener palomas en el techo de yeso y con el tiempo caía material fecal en el baño. Bueno ahora que soy un bronce con eso de “ciudadana ilustre” no me voy a poner escatológica. Pero es que a mí los animales se me imponen. Y con las horas que paso acá ya los tengo fichados. Hace muchos años, por ejemplo, aquí no había termotanque sino calefón porque estos edificios son antiguos. Todo los años en septiembre venían las golondrinas y se acomodaban en el ventanal de la cocina, una suerte de respiradero al que le faltaba la rejillita. Un día escuché pi pi pi y ellas escombreras no eran. Era que tenían cría. Una, seguramente, más inquieta y curiosa que las otras decidió meterse en el calefón. Al encender el calefón ¡los alaridos que escuché! Y el aleteo angustioso. Apagamos. Por suerte no pareció ninguna muerta. Pero a partir de allí, hice cerrar ese lugar. Esto fue en los años setenta. Y desde esa época vienen y revolotean buscando el antiguo respiradero. ¿Pero qué te estoy diciendo?
–Entonces pregunto. El viejo Sartre decía que lo importante no era ser joven o viejo sino ser nuevo. Vos das la impresión de ser siempre nueva. Pero, ¿hay límites?
–Fundamentalmente técnicos. Por ejemplo, acabo de comprar una cámara digital y paré a la persona que me la traía diciéndole “¡Por favor, no me explique más. Quiero apretar el disparador y basta. Lo demás ya no lo voy a aprender.” ¿En el plano intelectual? De Lacan he leído buena parte, la que me permitió tomar algunos elementos necesarios para mí y no pienso seguir más. Imaginate: yo conocí a Lacan en París cuando era estudiante. Daba una conferencia en una especie de cine. Concurrimos tres latinoamericanos y salimos con la idea de que nuestro conocimiento del francés no nos alcanzaba. ¡Lo que no nos alcanzaba era la cabeza! Puedo leer a Giorgio Agamben. Y punto. Poesía siempre. Una nueva edición de los sonetos de Shakespeare. O René Char. Pero en general vivo corrupta por el estudio y el trabajo ya que enseño en tres universidades. Y si bien esto me embrutece lo que no dejo de leer es lo que tiene que ver con ciencias económicas. Por ejemplo, el suplemento de economía de Página/12 para mí es la docencia. Porque pienso que ya no se puede psicoanalizar sin una mínima información sobre economía y ciencias políticas. O sea, sigo avanzando mientras hago preguntas y poniendo en jaque lo que pienso y lo que piensan otros. A pesar de que sé que en mí ya hay cosas que permanecerán fijas como el asunto de los derechos humanos o el interés por lo social. Con respecto a “novedades intelectuales”, ya no voy a ir más allá por razones pragmáticas.
–O sea que tenés como adulta mayor una situación privilegiada.
–No siempre. Recuerdo que un día fui a almorzar con Natu Poblet que es todo un personaje. Se casaba una chica y tenía una fiesta importante. Decidí comprar como regalo un minicomponente. Entonces le dije a Natu: “Acompañame”. Y vamos a esa sucursal que cerró de Musimundo. Allí encuentro un equipo que es toda una oportunidad porque está a 1200 pesos. Mientras el vendedor lo carga voy al mostrador donde hay una chica con una computadora, le doy el documento y sigo hablando con Natu. Y la chica me dice “No me lo toma. Usted aquí no está” “¿Cómo que no estoy?” (Al menos no me dijo que lo escupía pero sí que no lo aceptaba). Era el documento que toda la vida he tenido. Ella ya había llenado los papeles con mi edad, mi dirección, todo. Entonces me dice con cierta timidez: “Es por los dígitos”. “Ponga otro cero”, le digo. “Ya lo puse, señora (yo ya quería enseñarle a la piba lo que tenía que hacer), pero no lo toma. No va a poder llevarlo a crédito”. “¡Ah, no, comunicame con un gerente!”
–La computadora está programada para no registrar a quien podría no llegar a pagar todas las cuotas.
–Por suerte tenía de testigo a Natu. Viene el encargado del local que debía tener 26 o 27 años y que, muy gentil, empieza a tratar de decirme, de explicarme “Sabe lo que pasa. Es que usted no parece, no da” (yo tenía dos años menos pero de veinte no parecía). Entonces le dice a la chica algo insólito. “Lo que pasa es que el documento es de seis dígitos –tengo 74 años–, ponele un uno delante.” “¡Pero si le pone un uno delante soy otra persona!”. Y Natu Poblet, que tiene Clásica y Moderna, empezó a agarrase la cabeza viendo lo que una empleada puede hacer. Yo dije: “Miren. A mí no me importa llamarme Juan Fernández pero como ese número figura en la garantía, el día que yo venga a pedir un service, no voy a ser yo y aunque no me importe ser otro, le va a importar a ese otro si alguna vez yo no pago una cuota. Lo que pasa es que una señora de mi edad se puede morir y no pagarlas”. “No señora ¡cómo piensa eso!”. “Entonces díganmelo de otro modo.” Natu estaba furiosa y terminó diciéndole a la chica “está bien, no le cargues los documentos a la señora pero bajo mi responsabilidad”. Sacó dos o tres sellos, firmó el papel, escribió atrás “derecho de garantía” y yo pagué en doce cuotas. Entonces el encargado medice: “¿Sabe? Los muchachos que hacen los programas son muy jóvenes”. “¿Pero nunca vino una señora a comprar un equipo?” “A mí no me pasó” ¿Entonces se supone que los viejos no compramos aparatos?
–Quizá manden al nieto. Vos fuiste tan “zafada” que entraste a comprar un aparato que siempre se asoció a los jóvenes. Se supone que los viejos son los que se quejan de esos ruidos molestos.
–¿Eso quiere decir que para la cultura “moderna” algunos estamos muertos ya, vivimos en el limbo o formamos parte de otro mundo? ¿Vos te das cuenta la gravedad de esto?
–En algún momento se planeó devolverle el 13% a los jubilados mayores de 80 años en 64 cuotas. El Estado se jugaba a la biología, que en este caso incluía el probable deceso del damnificado.
–Yo a ese problema no lo tengo porque de jubilación cobro 180 pesos. Y aquel episodio se me repitió el año pasado. Voy a cobrar un trabajo y entrego su factura. Entonces me llama la secretaria del contador y me dice que “el contador manda decir que la factura debe estar mal porque la computadora no la registra”. “¿Cuántos años tiene el contador?” “¿Por qué, señora?” “Porque es la segunda vez que tengo este problema con gente joven.” “Como no la va a tomar –insisten ellos– si la factura está bien y la computadora funciona. El número de documento debe estar equivocado.” “No señorita ¡Hay gente antes del millón, ¿sabe?”
–¿Esto les pasa a los hombres y no lo cuentan?
–O mandan a hacer trámites a la mujer que es seguramente muchos años más joven.

El bronce y el diccionario
Y ahora Eva Giberti se pone seria en el interior de uno de sus coloridos caftanes. El peinado sigue siendo una especie de performance para crear un efecto de autoridad, propio de las mujeres que salieron a la palestra en medio de los patriarcales falsamente domesticados años cincuenta. Simone de Beauvoir se imponía un turbante de gran visir, Evita unas trenzas que encubrían de ascetismo una melena demasiado lujuriosa. El peinado de Eva tenía por aquellos años algo imperial, hoy algo exótico de chamana altiva. Su voz, llena de matices, sigue siendo la de alguien muy seguro, que se toma su tiempo para contestar. Con una absoluta ausencia de las inflexiones infantiles de las nuevas camadas de psicólogas.
–Hay una palabra que me preocupa y es la palabra “subjetividad”, en su carácter de concepto androcéntrico, armado en torno a lo que el imaginario social ha clasificado como masculino: la autonomía, el pensamiento crítico y la participación activa. Y nosotros la seguimos repitiendo porque al estudiar nos colonizamos. Esta palabra volvió a ponerse de moda a partir del 2001 cuando los sucesos sociales invitaron a hablar de “cambios en la subjetividad”. No entre los asambleístas ni entre los piqueteros, por supuesto, sino entre los psicoanalistas, quienes deberíamos transformar la idea de subjetividad con la cual salimos de la universidad si queremos trabajar en la comunidad y dejar de fanatizarnos exclusivamente con el mundo interno de la gente. También la idea de “ciudadanía” que me hace evocar este título de ciudadana ilustre proviene de una concepción masculina y de un Ethos masculino, aunque hoy los teóricos del pluralismo cultural hayan acuñado la idea de “ciudadanía diferenciada” para introducir las perspectivas de las minorías y de todos esos grupos a los que se les negó el derecho de la ciudadanía canónica. Hoy la pretensión de integrar una idea de ciudadanía en calidad de algo inalienable como constituyente de la subjetividad del sujeto mujer condujo a la creación del objeto cuidadanía para las mujeres, dado que a diferencia de lo que sucede con los varones, esa ciudadanía no aparece como algo dado por el hecho de pertenecer a una nación. La necesidad de construir la ciudadaníade las mujeres como objeto de estudio implica además el derecho de poseerla y de disponer de ella. Mi carácter de ciudadana ilustre me otorga, creo yo, la responsabilidad de apoyar la insistencia de la ciudadanía de las mujeres por ocupar su lugar.
–Lo de ciudadana ilustre te lleva directamente al bronce.
–Y a mí me da miedo solamente por el hecho de que del bronce yo me caigo todo el tiempo. Porque el bronce fosiliza. Aunque es cierto que el fósil tiene otro sentido. Antes los fósiles eran esos elementos como congelados hasta que aparecieron los científicos para hacerles decir cosas nuevas como las que dicen la momias desenterradas en Egipto. O sea que el fosilizado siempre debe tener algún interés.
–Al bronce no se le discute, lo que le impide seguir aprendiendo.
–Entonces pierde capacidad de desafío. Enfrente de este edificio, en la plaza, hay una estatua de Vicente López o López y Planes –qué sé yo–. Es una estatua muy verosímil y parece que el viento le agitara la chaqueta. El otro día pasamos con mi nieto de cuatro años y él me preguntó: ¿Se va a bajar ese señor alguna vez?” O sea, todo depende de quien mire al bronce. Hay quien puede pensar que podría bajarse o que tiene ganas de bajarlo. Porque al bronce si te lo creés, dejás de decir cosas y de hacer preguntas y empezás a cuidar ese lugar. A sacarle lustre a lo ilustre. Porque todo el mundo sabe lo que quiere decir “lustre”, pero en realidad viene asociado con franela. Cuando era chica para entretenerme me daban Silvo o Brasso, un par de guantes y me ponían a lustrar la platería sobre un papel diario. Recorriendo etimologías y acepciones, en latín tiene que ver con la purificación y el sacrificio por expiación.
–Ese significado está olvidado.
–Está olvidado porque nadie agarra un libro.
–Ilustre es el que brilla. El que quizá se ha sacrificado derramando su sangre.
–No sé. ¿Se referirá a los que hemos hecho sacrificios y purificaciones? Purificaciones no creo haber hecho. ¿Sacrificios? Puede ser si se considera al “ilustre” como un laburante.

Su ilustrísima cachadora
Eva Giberti está preocupada por algo que vio en televisión y le puso los pelos de punta. El entierro de Tita Merello. ¿Es que la admiraba tanto? Sí y no.
–En un noticiero –no me acuerdo cuál– aparece el féretro de Tita arriba de una cureña y escoltado por el Regimiento de Patricios y le escucho decir al locutor que esa ceremonia se debe a su condición de “ciudadana ilustre”. Es cierto que se lo escuché sólo a ese locutor. Pero mi primer pensamiento fue: “Ahí había féretro. Yo tengo indicada cremación. ¿Entonces qué van a trasladar?” Al margen de los problemas que tengo con la gente uniformada. Con mi respeto a la historia del Regimiento de Patricios no puedo dejar de pensar en las violaciones a los derechos humanos y en el 601. Le escribí al diputado Eduardo Peduto, que fue quien me propuso como ciudadana ilustre y me contestó con otra humorada: “Te prometo que usaremos un carrito de la policía adaptado a las circunstancias”. Peor. ¿Se le habrá ocurrido a la misma Tita o se le ocurrió al locutor que tanta pompa era por su condición de ciudadana ilustre? Yo quiero elegir quien quiero que me transporte. El problema de la cremación es que la urna está caliente.
–¿?
–Si tenés que incinerar a alguien te recomiendo llevar una bolsa porque cuando te dan las cenizas recién obtenidas ¡queman! Lo sé porque yo he pasado por esa experiencia –no cremada sino yendo a retirar restos–. Claro que ignoro cuánto se paga porque esas cosas las hacen siempre los hombres. En esto los estadounidenses son los campeones. Y hacen unaespecie de show. Puede decirse que ellos establecieron una nueva historia con sus rituales pero siempre atravesada por lo económico. Podés ir a determinados recintos si podés pagar. Aunque no cambie la situación de muerte parecería que se alejara a ciertos muertos de la plebe, del vulgo. Como aquí en la Recoleta. Es la utilización del dinero para seguir manejando desigualdades en todos los niveles posibles, incluso el de la muerte. Así como el estiramiento de la vida por medios artificiales es la pérdida de dignidad en la muerte y del poder simbólico. Si esto que te digo te parece un poco fúnebre es porque a la edad que yo tengo no se está distraída del asunto. En cualquier momento aparece el coágulo o cualquier otra forma de irse. Cuando se cumple un circuito, uno se termina y debe aprender a despedirse progresivamente. Pero lo que me importa ahora es la pregunta ¿Cómo tengo que funcionar como ciudadana ilustre? Porque parecería que lo soy porque ya fui. Tendría que haber un manual para ciudadanos y ciudadanas ilustres. Si no, ¿ahora qué voy a hacer? ¿No podré cruzarme de piernas como me enseñaban de chiquita que no debían hacer las mujeres? ¿Hay algo que tengo prohibido como ciudadana ilustre ? ¿Cuáles serán los papelones de ser ciudadana o ciudadano ilustre?
–Pero el hecho es que no coqueteás como algunos fingiendo que no te importa el reconocimiento.
–Es una distinción conmovedora que le debo a Perla Prigoshin y al diputado Peduto. Me genera una sentimiento de mucha gratitud, esa palabrita kleiniana, tan caída en desuso. No tengo claro mis méritos porque yo hice en la vida lo que tenía que hacer. La palabra para este homenaje no es reconocimiento. Me hace acordar a otra experiencia. Cuando volvió la democracia yo acababa de pasar doce años en el ostracismo. Mi hijo Hernán estaba todavía preso y Javier Torre, entonces director del San Martín, me invitó a inaugurar un ciclo de conferencias dirigidas a la comunidad. El tema era la mujer. Entonces me impresionó cómo la sala, que era la más grande, se venía abajo de gente que estaba sentada hasta en las escaleras. También sentí que esa gente no había venido para escuchar a Eva Giberti. Que no se trataba de un reconocimiento al mérito sino al hecho de haber estado yo en situaciones que se han entendido o registrado como aquellas donde hice lo que debía hacer. Esto en el imaginario de la gente que me eligió entonces y ahora, creo yo. Y es eso lo que me genera un sentimiento de plenitud. Yo siempre saco a relucir una vieja tesis de Max Weber. El dice que hay corrientes subterráneas que no son visibles en el marco de una comunidad pero que hay alguien que las interpreta, las produce y las pone en superficie. Y yo, sin habérmelo propuesto, debo estar funcionando como alguien que siempre dijo cosas que estaban, sólo que aún estaban por decirse.

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