DIEZ PREGUNTAS A LARA ALMARCEGUI*
› Por Clarisa Ercolano
–El entorno que me rodea, cómo está construido, cómo ha evolucionado, cómo funciona y, sobre todo, cómo se utiliza.
–En general, los lugares me interesan más que los objetos, en el sentido de que no me interesa producir objetos tal y como se plantea el arte tradicionalmente. Mi trabajo es más una investigación de lugares que me rodean que un sistema de producción de objetos con más o menos valor.
–Parece que vamos hacia el desastre: la privatización del espacio público con la consiguiente separación social, que ya no sólo es el modelo americano sino que progresivamente se ha instaurado en muchos países en desarrollo y avanza en Europa; vivimos cada vez más encerrados en viviendas valladas, parques temáticos y centros comerciales, moviéndonos de un lado a otro en coche o en avión. Como sigamos dejando el espacio público a las empresas, más vale que nos hagamos a la idea de perder la ciudad y, con ello, cualquier esperanza.
–Los descampados están abiertos a cualquier posibilidad, son un interrogante y un lugar de libertad. Los descampados muestran todo tipo de procesos que la ciudad intenta ocultar, procesos interesantes de decadencia, que muestran mezclas, agua o naturaleza salvaje. Al igual que los descampados, los edificios abandonados también cuentan una historia diferente a la historia oficial que nos quieren vender, por eso también me interesan; pero no están tan abiertos al público como los descampados.
–En la mayor parte del mundo, el lugar más peligroso para las mujeres es su hogar, sobre todo si acaban de dejar a su novio o marido. El problema es el machismo y no los descampados. El miedo a los descampados es mental y no realista. Es un miedo a lo desconocido, indefinido y sin reglamentar. Precisamente este aspecto de falta de reglamento es una de las características que me atraen más de los descampados.
–Sí, espero que mi trabajo tenga un aspecto social en lo que tiene de crítica al diseño de la ciudad. Pero yo no propongo modelos. Evito tomar actitudes didácticas que tenderían a decir a los habitantes de una ciudad cómo deberían de vivir. No me gusta decir a los demás lo que tienen que hacer, al igual que no me gusta que me digan cómo he de vivir; además creo que estas actitudes didácticas cuando se está en un país extranjero son muy peligrosas ideológicamente. Soy cuidadosa en mi posicionamiento en la ciudad donde estoy trabajando. Huyo de la dinámica de problema-solución. No busco lugares terribles para decir cómo mejorarlos, más bien busco localizar lugares fantásticos muy interesantes para aprender sobre ellos.
–Fui a estudiar y me quedé; Rotterdam tiene una comunidad de artistas y arquitectos muy interesante, que me hace sentir bien. Además resulta una ciudad muy barata porque casi todos hemos practicado la ocupación y, si no pagás alquiler, vivir de tus proyectos resulta más fácil.
–Desde pequeña imaginaba que tenía que haber algo mejor que el entorno que me rodeaba, que estaba lleno de normas; leer era un escape, pero siempre pensé que en el arte tenía que haber algo verdaderamente interesante; pintaba al igual que muchos otros niños y creía que el arte era pintura, me esforcé en esto, pero la primera vez que vi una exposición de arte contemporáneo con instalaciones tuve un subidón alucinante. Seguí trabajando y mientras estudiaba Bellas Artes conseguí con amigos hacerme con una nave industrial como taller pero, poco a poco, fui dejando de pintar o de hacer esculturas y empecé a interesarme por el edifico mismo; así empecé a hacer instalaciones que hablaban de la nave industrial, su arquitectura y su gente; de esta forma dejé de utilizar el edificio para producir arte y empecé a hacer proyectos sobre el edificio. He seguido así hasta ahora: ya nunca quise tener talleres y los lugares que elegí para trabajar se convertían en los temas de mi trabajo, no en lugares de producción o exposición. Creo que en Buenos Aires les está pasando lo mismo a los chicos que llevan el Galpón Cultural Piedrabuenarte. Unos chicos del barrio consiguieron que les dejaran el edificio para utilizarlo como taller de pintura; y lo utilizan como taller de pintura, pero el edificio se ha convertido en mucho más que en una fábrica de cuadros. No sólo se proyectan películas o se hacen conciertos: es un lugar de identidad, reivindicación social, experimentación de ideas sobre el barrio.
–No intento funcionar con una lógica de eficacia en términos de empleo de trabajo y gasto de energía y resultados eficaces; por ejemplo, hay proyectos en los que cuanto más tiempo y trabajo dedicara a realizarlos, mejor serían, como el proyecto que realicé de renovar un mercado que iba a ser demolido, o cavar un agujero; lo importante no era hacer una buena renovación en el mínimo de tiempo, o un agujero muy profundo, sino que lo importante era pasar el máximo de tiempo en el lugar; cuánto más esfuerzo dedicara a renovar ese edificio que iba a ser destrozado, más fuerte sería el proyecto. La lógica sería la contraria a una lógica eficaz.
–En la Argentina me invitaron a pensar un proyecto para la ciudad de Córdoba, para la exposición Afuera que sucederá en 2010. Me impresionó mucho el Barrio de San Vicente: mantiene una vida de barrio independiente de la ciudad turística, con vida en la calle, con muchas casas muy hermosas y plazas muy vivas; y, obviamente, un fuerte carácter diferente del resto de la ciudad. Sólo atravesamos el barrio en coche, pero me gustaría mucho conocerlo mejor...
* Lara Almarcegui es licenciada en Bellas Artes. Nacida en Zaragoza, participó de Lipac 2010 - Laboratorio de Investigación en Prácticas Artísticas del Centro Cultural Rojas. Ofreció un encuentro con los 25 proyectos de los becarios Lipac 2009 y una conferencia pública titulada “Abandonos, demoliciones, descampados”, ambas actividades en el marco del ciclo “Consideraciones sobre lo público”. Vive y trabaja en Rotterdam y cuestiona, desde un contexto concreto, la situación actual del mundo urbanístico y de la construcción, mediando entre arte y realidad.
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