Vie 26.02.2010
las12

Las muchachas de Jo

A ese lugar común que dice que los niños y niñas no leen se opone la tarea de la presencia de las bibliotecas escolares y la tarea de las bibliotecarias –en su gran mayoría son mujeres– para abrir una brecha de placer en el encuentro con los libros, con la ficción, con el ancho universo que se abre a través de las páginas escritas. Ese lugar al que se puede visitar en el recreo siempre que haya una mano tendida y una mirada atenta que sepa qué ofrecer en cada caso para que la frustración no limite el hábito de la lectura puede ser una puerta abierta a una pluralidad de conocimientos y sensaciones que completan la educación formal también a través del placer.

› Por Claudia López

Todas quisimos ser, alguna vez, Jo. La más enérgica y masculina de las hermanas March, encarnada en la pantalla por Katharine Hepburn o Winona Ryder. Ella supo ganarse, en el público femenino adicto a los libros, un lugar para la ensoñación: la posibilidad de ser “otra” mujercita. Mientras los hombrecitos se proyectaban en las aventuras de Sandokán o en los delirios tecnológicos de Verne, Jo abría, en un mundo regido por valores cristianos como la caridad y el sacrificio, un espacio egoísta y lujurioso: el de la lectura y la escritura. Si bien la saga de sus hazañas incluyen el matrimonio y los hijos, la enseñanza y la fidelidad familiar, en sus numerosísimas versiones, Jo sostiene, con el ceño fruncido, la defensa de estos hábitos tan solitarios como impredecibles. En la casa de muñecas de la novela de Alcott, es Jo la encargada de sacudir la nostalgia y la espera del padre con otras “novedades” en forma de libros.

No tan lejos estamos de este arquetipo si miramos por el ojo de la cerradura de una biblioteca escolar. La aventura puede depararnos la visión de otra aguerrida lectora empecinada como Jo en buscar un lugar personal y diferenciado en el universo social de ese “segundo hogar” de la infancia. Una lectora que hace equilibrio en una delicada cornisa: entre el lugar común de que “los chicos no leen” y la confianza en un hábito que es, por momentos, una utopía. La protagonista de esta nota es Marta Polimeni. Sus palabras, como en las buenas ficciones, describen una experiencia personal que, al mismo tiempo, vale para otras mujercitas: las bibliotecarias escolares o MB (Maestras Bibliotecarias).

“Y YO QUE DE PRONTO IRRUMPO CON UNA VOZ DIFERENTE”

Lejos de la trinchera solitaria de Jo y más lejos aún del aristocrático “cuarto propio” de Virginia Woolf, las MB están comprometidas en generar lazos entre libros y lectores en los vertiginosos escenarios de las escuelas. Un día en la vida de una bibliotecaria escolar desafía cualquier concepción rígida de un rol que se configura de manera particular en cada contexto y conforme al ritmo de las necesidades de todos. Una MB cataloga libros, los ingresa en bases de datos, atiende a los representantes de las editoriales, elabora y desarrolla proyectos de lectura, atiende los pedidos de docentes y alumnos, ordena y entrega materiales didácticos, organiza ferias del libro y visitas de autores, selecciona textos y arma listados de títulos, debe cuidar el patrimonio escolar y hacerlo, al mismo tiempo, accesible y de todos. Y suele esperar, como los alumnos, el recreo.

“En los recreos, a veces, hay que luchar con algunos ‘no’ de las escuelas”, cuenta Marta. “No pueden subir las escaleras, no pueden pasar por el patio de jardín... pero hay que defender este momento porque es en el que ellos eligen si quieren ir a leer o no: nadie los lleva, ellos deciden. Por eso tiene que haber una actitud natural en la escuela para que sientan que leer también es un recreo. Particularmente vivo una situación complicada en esos momentos, porque ya tienen incorporada la biblioteca como un espacio para estar en esos 15 minutos, y hay que atender a los que devuelven, a los que se llevan, a los que buscan lo que habían empezado a leer ayer, a los que piden asesoramiento. Pero me encanta y, además, es una especie de ‘termómetro’ con el que mido cómo va mi trabajo. Cuando disminuye la cantidad de chicos que vienen al recreo, empiezo a preguntarme por qué, qué estoy o no estoy haciendo.”

La biblioteca escolar cuenta con un espacio curricular denominado comúnmente “la hora de la biblioteca”, espacio más o menos orgánico, según las escuelas, donde las MB tienen sus encuentros semanales con los alumnos de cada grado. Esta especie de “concesión” temporal que las aulas dan a las bibliotecas no basta para las más comprometidas. “¿No es raro que a una biblioteca se vaya una vez por semana a la misma hora como quien va a una clase de música o de yoga?”, me pregunta Marta. “En la vida real no es así, pero en la escolar, sí. Entonces hay que hacer de esto algo que se extienda a la vida real... Desde mi lugar de bibliotecaria hago mis intentos, cuando tengo que enfrentarme a un grupo de chicos que no sé muy bien con qué vienen, cuál es su estado de ánimo, porque no estuve con ellos la hora anterior o quizás en toda la semana, que tiene gustos, intereses y estímulos diversos. Lo único que me queda es estar bien pertrechada con uno o varios libros preparados, con cuentos o poemas bien elegidos, y dispuesta a leérselos lo mejor posible. Por supuesto que para poder elegir bien primero tengo que leer mucho, conocer todo lo que pueda. Estamos ellos, el libro y yo, que, de pronto, irrumpo con una voz un tanto diferente y con palabras diferentes ya que no son mías.”

“TE QUEREMOS POR LOS LIBROS”

Dijo al pasar Melina, una alumna de segundo grado. Tal vez, en una “hora de lectura” o en los permisos de un recreo. Melina no sabe que este enunciado fue, para Marta Polimeni, una suerte de síntesis del discreto encanto de su trabajo. En la entrevista, Marta la recuerda y agrega “ya está, me puedo correr, los libros seguirán haciendo lo suyo”.

Lo que “hacen los libros” en el aula difiere significativamente de “lo que hacen en la biblioteca”. Ligados más fuertemente a los contenidos y al aprendizaje más sistemático, en el aula, los libros se someten a regímenes de lectura más controlados. Por eso, tal vez, Marta Polimeni destaque el planificado espacio del recreo como un momento altamente significativo. “Se abre la puerta de la biblioteca en el recreo y se llena el espacio de voces y de chicos que demandan. Eligen, se llevan para ellos y para los hermanitos, para que les lea la mamá, eligen libros para sus padres. Quien no ha visto estas escenas sigue pensando livianamente que ‘los chicos no leen’. La biblioteca escolar, en esos momentos, difiere bastante de lo que conocemos por el modelo de la biblioteca pública. Acá no hay silencio, el intercambio en voz alta es constante, se comparte el mismo libro entre varios, también se pelea por un libro, la demanda es en voz alta.”

“Te queremos por los libros” es el efecto no espontáneo de un largo camino. Una maestra bibliotecaria se va ganado el adjetivo en una formación que conjuga sus prácticas docentes con aquellas ligadas al mundo menos “escolar” de los libros. Esta conjunción hace de las MB una suerte de agentes culturales, un lazo entre las escuelas y las “otras” bibliotecas. En estos cruces entre las comunidades de los alumnos y las otras más lejanas de autores y textos, novedades y clásicos, se perfila un rol menos “atado” al mercado editorial escolar, más abierto a un canon que no tiene la obligación de responder a contenidos curriculares, planificaciones, cuestionarios. Estas libertades están ahí, a la mano de maestros y alumnos, de madres y padres. Un enclave para otras búsquedas más aleatorias que definirán, a su manera, el grado de curiosidad de los lectores.

“La biblioteca escolar se diferencia de otros centros de gestión de lectura –aclara Marta–, porque es el lugar al que van todos los chicos, no sólo los que tienen un estímulo especial... quizás, los únicos libros que entren en la casa o en la vida de algunos de ellos sean los que les supo acercar la escuela... Es muy difícil achicarle después el mundo al que revisó un atlas geográfico. Es muy difícil que crea sólo en lo que ve el que descubrió que hay microorganismos y átomos. Y, sobre todo, es muy difícil estrecharle todas esas posibilidades al que entró en el juego que le ofrece la ficción, al que ‘probó’ alguna vez la poesía.”

Este objetivo de “abrir” la escuela a la biblioteca y viceversa tiene ya unos años. Sin embargo, aún hoy, en muchas instituciones, sus bibliotecas se perciben como “injertadas”. En algunas, hay espacio pero no hay bibliotecarias; en otras, sucede lo contrario. En algunas, los libros están literalmente encerrados o son intocables; en otras, se entregan a los lectores venciendo la paranoia del desorden, el deterioro o el robo.

Marta confía en la formación de las MB y en su disposición para defender, ocupar y desarrollar su lugar, “cueste lo que cueste”, dice y sonríe. Marta habla en nombre de todos las maestras bibliotecarias que conoce y que fueron alumnas suyas en sus cursos de capacitación. Acostumbrada ya a las siempre presentes “imposibilidades” de la profesión, aclara: “Lo más difícil no es encontrar el lugar físico, sino entrar en la escuela y abrirse paso... Instalarse en una dinámica de trabajo en la que no estábamos incluidos... Nada menos que una biblioteca en una escuela de un solo libro, el manual o el libro de lectura”.

“ENTRETENER A LA NENA”

Marta Polimeni entró a la escuela como maestra y, luego de 12 años de aula, se “mudó” a la biblioteca donde decidió quedarse y estudiar. “Encontré la especialidad de Bibliotecario Escolar en dos lugares de la provincia de Buenos Aires: La Plata y San Miguel. Opté por el Instituto Superior de Formación Docente y Técnica Nº 42 de San Miguel (ISFDT Nº 42) por una cuestión de distancia.” Este puntapié inicial en la formación continuó con cursos de capacitación en la Escuela de Capacitación de Gobierno de la Ciudad (CEPA) centrados en procesos informáticos para bibliotecas, formación de lectores, promoción de la lectura y el Postítulo de Literatura Infantil y Juvenil. Marta aclara que esta trayectoria, entramada simultáneamente con su trabajo diario en las bibliotecas escolares, le permitió analizar y reflexionar sobre su propia práctica. Entender y modificar ese pequeño “caos” diario que relata siempre con humor, con inteligencia.

Marta se mueve en el universo de las escuelas públicas de la capital. Tal vez por eso su “lucha” está fuertemente anclada en una visión cultural inclusiva más que en una visión tecnocrática eficientista de las bibliotecas. Padece, como cualquier docente del gobierno de la ciudad, el flagelo diario de una gestión que cifra la “calidad educativa” en las planillas de asistencia. Tal vez por eso, la urgencia por dar un fuerte sentido político y social al trabajo diario de las MB que “están allí”, en los lugares que la actual gestión ignora deliberadamente. En este contexto, no es descabellada la aparición del arquetipo Jo ni su ceño fruncido.

En el recorrido de esta MB, es posible leer la presencia de mujeres, presencias que deciden, como en el caso de la novela de Alcott, una pasión diferenciadora. Recuerda Marta: “Cuando yo era chica estaban las gripes, el sarampión o la rubeola, pero sin tele y había que entretener a la nena para que se quede en la cama, entonces mi mamá, mientras me enseñaba a tejer el punto santa Clara, me contaba historias y cantaba canciones sentada a mi lado. Yo no iba a la escuela, mi mamá dejaba de hacer sus cosas, todo se detenía y, en ese paréntesis, entraban los cuentos. Cuando pude leer sola, también los primeros libros. En la adolescencia recibía de segunda mano los libros que una tía le pasaba a mi amiga Inés, ella me los daba a mí. Siempre hay alguien que pone libros en las manos de un lector”. Muchísimas veces, esas manos son femeninas.

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