URBANIDADES
› Por Marta Dillon
Apenas habían pasado dos días desde que Wanda Taddei, sus 29 años, su forma de ser madre, su flequillo lacio y esa sonrisa que no deja de aparecer en las fotos se habían convertido en restos inmóviles del pasado cuando su padre se decidió a hablar con los medios. “Ahora que mi hija está bajo tierra, las cosas cambian”, dijo el hombre cuya imagen recorrió todos los canales de televisión haciendo gala de las artes del buen televidente que de pronto se convierte en protagonista. El sabe que a los medios hay que darles de comer como a un niño caprichoso: tentarlos con el postre, engañarlos para que traguen la verdura, nunca abandonar el halago. Y así lo hizo en las conferencias de prensa que improvisó en la calle por decisión propia, en las entrevistas privadas que concedió después, siempre en tono calmo, manteniendo el crescendo de sus declaraciones, agradeciendo constantemente a la prensa. No es extraña su actitud en los tiempos que corren. Más extraño es, en todo caso, el contenido de sus dichos. Jorge Taddei habló para sentar la sospecha sobre la calidad de accidente del hecho en el que su hija terminó con su cuerpo tan lastimado que le causó la muerte diez días después. Pero también habló para compadecer a Eduardo Vázquez, para hacer público el “feeling” que tenía con él por la vida desgraciada que había llevado, para dejar en claro cuánto amaba este hombre a su hija, “una persona soberbia, agresiva, enferma”. Ella también amaba a su esposo, dijo el padre, era el amor de su vida. Pero su amor era un amor enfermo. “Yo le creo a Eduardo cuando dice que esa noche había habido una piñita, una piñita... de ella. Porque eran los dos, se agarraban a trompadas y cuando los vecinos querían intervenir los dos los echaban, les decían que eran asuntos de ellos. Pero claro, mi hija está bajo tierra. Yo no sé si podré tener alguna prueba, si es así me voy a presentar como querellante –palabra usada por los cronistas con insistencia hasta que él la repitió–, pero lo voy a decidir después.” La de Wanda, dijo su padre, era “una muerte anunciada”. Desde el momento mismo que los jóvenes retomaron una relación que había tenido un primer capítulo en la adolescencia, el hombre vaticinó la tragedia. ¿Y qué hizo en este tiempo para evitarla? “Yo me presenté a la Defensoría para pedir que les hicieran pericias psiquiátricas a Wanda y a Eduardo. Por mis nietos. Porque mis nietos ahora hacen unos dibujos que a los psicólogos les ponen los pelos de punta, dibujan bocas y ojos como enrejados. Pero nadie me dio bola.” ¿Y el resto de su familia piensa igual que usted, advertía las mismas cosas? “Nosotros somos descendientes de italianos –dijo a C5N en conversación telefónica–, somos de respetar al cabeza de familia, tenemos esos valores. Por eso yo les pido que a mi mujer no le pregunten.” En un tramo similar de otra entrevista en privado, esta vez con el noticiero de Telefé, el hombre se quebró por primera vez en todo el raid mediático fue cuando dijo: “Nosotros somos hijos de inmigrantes, tenemos valores familiares, respetamos la familia, tenemos valores... Wanda siempre estuvo afuera de todo eso, ella era otra cosa”.
“Extraño” no es un calificativo posible para el contenido de los dichos del padre de Wanda Taddei, habría que corregir el párrafo anterior. Sus palabras son escalofriantes.
Y sin embargo se han escuchado sin interrupciones y sin alarma a lo largo de la semana. Porque lo que devela el discurso de este hombre, que seguramente este atravesado por el dolor, incluso confundido por el dolor, es el modo en que el sentido común y la lógica sexista evalúan a la violencia de género: como un hecho privado, entre pares, una enfermedad compartida, casi un efecto colateral de amores demasiado profundos, demasiado “pasionales”. Y cómo esa misma lógica ordena a las mujeres: para las disidentes la hoguera, aun cuando la metáfora en este caso resulte tan literal que espante. Wanda se “drogaba” amplió su padre. Wanda estaba enferma, era soberbia, la de Wanda era una muerte anunciada. Su padre lo sabía, pero también sabía, como dijo, que ella no participaba de esos “valores” que tanto conmueven a este hombre.
Para cerrar, una última declaración de Jorge Taddei: “Mi hija se sacrificó, no sé qué hubiera pasado si hubiera sido de otra manera. Mis nietos ahora están contentos, están con su papá”.
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