Vie 05.03.2010
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RESCATES > LA MUJER QUE FUE ESCRITOR Y BEST SELLER

Emma de la Barra (1860-1947)

› Por Aurora Venturini

Nació en Rosario en la época de la presidencia de Nicolás Avellaneda. Cumplía cuatro años y ya demostraba ciertas aptitudes que la diferenciaban de las niñas de su edad. Sus padres, Federico de la Barra, periodista, político, senador por Santa Fe; y doña Emilda González Funes, dama de sociedad cordobesa. Ya adolescente, Emma asiste a reuniones literarias y culturales mientras se asoma a mitines obreros. Es una criatura diferente... Igual, como a todas las de su clase, ni bien excede su edad, la casan con un tío carnal, hermano de su padre. Es un matrimonio por conveniencias (conveniencia de otros, claro está). El ahora tío-marido de Emma la dobla en edad y la redobla en fortuna. Se mudan a Buenos Aires, donde Emma prosigue con sus actividades socio-culturales y ofrece conciertos de piano y canto. El tío-marido la consiente en cualquiera de sus actividades. Durante esos días, ella descubre su vocación de escritora. Poco falta para que se le ocurra la novela que llevará por título Stella y que firmará con el seudónimo de César Duayen. El texto revela su propia vida. La protagonista es una señorita de clase alta obligada a casarse con un señor muy acaudalado. En un pasaje de la obra, una amiga opina de ella: “A Stella no le han enseñado a pensar”. Stella tiene su contraparte en otro personaje interesante, Alejandra, quien dice como adelantando la voz de otras mujeres que se haría estampida y también cliché: “Una persona del género femenino tiene derecho a saber algo más que Colón descubrió América, tocar piano, cantar, coser y bordar en seda china”. Alejandra armó su biblioteca con libros austeros que leen los hombres y el círculo de sus amistades la motejan “Alex”, masculinizándole el nombre. La autora, César Duayen, resuelve matar a Alejandra. En la novela, Stella significa la mujer horizontal, pisoteada cual una alfombra, mientras que Alejandra se animó a salir más allá de la puerta de calle.

Ya viuda, nuestra autora conoce a un periodista del diario La Nación, Julio Llanos, con quien se casa en segundas nupcias. Julio tiene la idea de organizar un concurso que premiara al lector que devele quién es César Duayen. Stella se ha transformado en best-seller, vendiéndose 9 mil ejemplares de un tirón. El dueño de la librería pondrá un letrero que avisa que la primera edición está agotada y asegura a los frenéticos compradores que en tres días los estantes de la librería estarán repletos. El doctor y escritor Bartolomé Mitre adquirió diez ejemplares; los iluministas compran Stella y Edmundo Dámicis lo prologa. Nuevas ediciones son consumidas por un público ilustrado y también por un público popular, siendo Stella traducida al idioma francés. Un periodista de El Diario, Manuel Lainez, develará el misterio del seudónimo César Duayen: “Corresponde a una bellísima dama, la señora Emma de la Barra”.

Julio Llanos, en 1914, redacta crónicas para el diario La Nación y escribe folletines, dedica esas crónicas a su querida esposa aunque, según se comentaba, las crónicas eran de la autoría de Emma, que permitía que su marido las firmara... César Duayen, además de Stella, publicó Mecha Iturbe, en 1906, y El manantial, en 1908; pero ya los temas del Lejano Oeste invaden y Emma deja de interesar.

Además de escritora, Emma es mujer de empresa y dueña de una muy considerable fortuna que resuelve invertir en la fundación de una ciudadela en el centro de la localidad de Tolosa, próxima a la ciudad capitalina de La Plata, aún en proyecto fundacional. Le preguntaron cuántas casas integrarían ese complejo y Emma contestó: “Como mil casas”. En realidad serían 216 casas de techo bajo, tres habitaciones, un patio en común con aljibe de estilo colonial. El drama para la fundadora fue que el doctor Dardo Rocha se le adelantó con otra fundación que consistió en la ciudad de La Plata y “Las mil casas” estaban a medio construir. Cuando el pelotón de inmigrantes llega para trabajar en las edificaciones platenses, se desparraman en conventillos y sitios vecinos al centro, que es el lugar de trabajo. En 1882 fundan La Plata y el ingeniero Otto Krause apresura el evento de unos palacios y parques deslumbrantes. Y Benoit lo acompaña. Eran palabras mayores como para despertar de un sueño de un caserío humilde que se terminó en 1887. Las casitas fueron alquiladas a obreros del Molino La Rosa. Con el tiempo, por falta de mantenimiento, el viento se las llevó, como a Stella, que supo ser pionera y best-seller, dejando ahí un tugurio de “okupas”.

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