En su nueva exposición, Gaby Messina se despide del realismo familiar y del mundo cotidiano para lanzarse a la captura de lo imprevisto, de un mundo que late adentro del mundo. Esa “Lima” que está tan cerca de Buenos Aires y que sin una cuota de locura jamás alcanzaremos a ver, aparece en esta serie con todo su misterio, íntima y feroz.
› Por Dolores Curia
“Vos hacés fotos locas, mamá”, le dijeron hace poco Pedro y Félix, sus mellizos de cinco años. Los pequeños hacen referencia al comienzo de una nueva etapa en la vida creativa de su madre, que es nada menos que la fotógrafa Gaby Messina. Ella declara haberse empachado con las imágenes de su cotidianidad y haberse cansado, también, de hablar del mundo en clave realista.
Gaby lleva a cuestas dos libros de fotos publicados: Grandes mujeres (2004), un conjunto de retratos que intenta describir en una sola toma la vida de mujeres entradas en años. La idea de esas imágenes era demostrar que la belleza se hace tiempo para incluirse entre las arrugas, aunque se haya pasado el cuarto de hora. Cada una de las abuelas –como las llama Gaby con mucho cariño– dejó entrar a la fotógrafa en la intimidad de su hogar –que ya no recibe tantas visitas como solía hacerlo–, desempolvó reliquias, muebles y alhajas y se expuso ante la lente de manera desfachatada y tierna.
Su segundo libro se llamó Almas gemelas (2007), un trabajo que hizo para ir anticipándose en la teoría a algo que estaba por experimentar en la práctica. Necesitaba saber qué se siente hacerse cargo de y vivir en la piel de alguien que crecerá junto a un otro-igual-a-sí (idéntico, por lo menos, en apariencia) y para eso retrató a 23 pares de gemelos de edades surtidas, donde no faltaron famosos como el icono infantil integrado por Nu y Eve. Las fotos también fueron acompañadas por un documental sobre el tema, al mejor estilo del biodrama. Cámara en mano y guiada por la ansiedad de demostrarles a sus niños cuántas posibilidades se irían abriendo camino en sus vidas, exploró los códigos, las costumbres, los deseos y las anécdotas de todos estos pares de hermanos.
Messina hace fotos desde 1998. Empezó su vida profesional en el mundillo de la publicidad. Pero un día, cuando casi nadie lo esperaba, jugó todas sus fichas y pasó de ser ejecutiva de cuentas a tirar cables en un set. “Empecé de cero”, rememora la artista. Estudió fotografía con Fernando González Casanuevas y con Alberto Goldestein pero su maestro-faro fue Marcos López. Se perfeccionó dentro de la foto publicitaria –trabajando en campañas de alto impacto visual para gigantes como McStation, Poder Ciudadano, Unicef– hasta que estuvo lista para dedicarse de lleno al arte. Ahora, si bien ya no quiere vender nada con sus fotos, está en condiciones de valorar el trainning que esos años le otorgaron. Y se nota. Se ve en el puntillismo técnico, en el estilo ultracuidado, en la manipulación de los elementos, en la explotación de las posibilidades de la luz, los colores, el maquillaje, el vestuario. Hoy sus obras forman parte de colecciones tan importantes como las del Museo Nacional de Bellas Artes de Buenos Aires y del Olofson Contemporary Art Collection de Chicago.
La artista confiesa que este nuevo proyecto –que encaró durante 2008 y 2009– fue un escape en sentido doble: por un lado, porque “tenía la necesidad de salir del que había sido mi último trabajo, Almas gemelas; de apartarme de los temas de siempre: mis hijos, mi casa. Ese trabajo había sido muy intenso así que agarrar la ruta fue liberador”. Y, por otro lado, le dio la posibilidad de virar hacia un imaginario surrealista, de permitirse jugar con la imagen hasta alcanzar resultados donde el humor, el ensueño e, inclusive, el ridículo tienen cabida. Según las palabras de Gaby: “Tanto Grandes mujeres como Almas gemelas eran retratos más reales. Yo siempre les daba una vuelta de tuerca pero a la escenografía, al vestuario. En cambio, con Lima lo que traté de hacer fue crear imágenes que no se puedan ver todos los días”. En resumidas cuentas, Messina se fastidió de retratar la realidad y de hablar de su mundo privado. Acto seguido, sin dudarlo, tomó la carretera –literalmente–, pero no llegó muy lejos. Apenas, hasta Lima. No la capital peruana, por supuesto, sino un pueblo que queda justo en el kilómetro 100 de la ruta 9, en la provincia de Buenos Aires, muy cerca de las centrales de energía nuclear más grandes del país, Atucha I y Atucha II. De las cuales sólo la primera se encuentra en funcionamiento y la segunda –que luego de 20 años de estancamiento retornó a la vida en el 2007– estará lista para volver a la carga el año próximo.
Casi dos años duró el período de gestación de la obra que nos ocupa, durante los cuales Gaby mantuvo un ritmo nómade de vaivén entre la ciudad y el campo –en un 2008 que sudaba al calor del conflicto con los sojeros en su apogeo–. Dificultades aparte, sus andanzas supieron dar fruto: una muestra compuesta por 33 fotos, inaugurada el jueves 4 de marzo en el Centro Cultural Recoleta –curada por Elio Kapszuk y Laura Batkis–, que, como no podía ser de otro modo, lleva por nombre Lima, kilómetro 100. Las imágenes fueron reunidas –y quedarán materializadas de por vida– en un volumen bautizado igual que este pueblito perdido en la Pampa Húmeda. El libro tuvo su presentación en sociedad el día de la inauguración. Fue solventado económicamente por la central eléctrica, propuesta que cayó como anillo al dedo de Messina. Alejandro Ros asumió el diseño y la edición estuvo en manos de Retina Editores, otro emprendimiento del prolífero Gustavo Santaolalla, que ya cuenta en su haber con varios libros de fotografía publicados. El prólogo fue obra de Claudia Piñeiro, autora de Las viudas de los jueves.
En Lima, después de varios portazos en la cara, Gaby supo ganarse a pulmón la confianza de los pobladores, en un proceso que incluyó charlas extendidas, respeto de los horarios de siesta y visitas recurrentes. Entre mate y mate, fue desplegando su arsenal de cables, luces, gelatinas y cotillón para montar un set que brotó de la nada misma: “Era armar un estudio de cero, en un lugar que realmente no estaba preparado, eso significaba también mucho desgaste. Era un lugar virgen, en ese sentido. También era virgen en cuanto a la gente que quizá nunca había posado delante de una cámara profesional”, rememora la fotógrafa.
Es fácil percibir el humanismo en la óptica de Gaby, la curiosidad que retorna una y otra vez y la lleva en búsqueda de modelos no profesionales, un motor de interés cuasiantropológico que la incitó a indagar tan profundamente en los mundos privados de los lugareños: “A mí me encanta la gente, su particularidad, ese interior tan complejo, cada historia –comenta la artista–. Llegué a sentirme más que una fotógrafa, daba consejos, entablaba un vínculo. Me comprometí siempre de lleno con los que se ofrecían a ayudarme.” Una vez que la imagen estaba terminada, Gaby volvía a la semana siguiente con la versión en papel en mano para compartirla con las y los modelos. De hecho, para la inauguración, la artista consiguió que Atucha proporcionara micros para traer a la gente desde Lima. Y sigue: “Esa inspiración que me generó conocer el universo de cada persona funcionó como un punto de partida. Esa información que yo tenía sobre cada uno de ellos fue una herramienta para la creación. Podía exagerarla, oponerla, transformarla...”
Cuando se le pregunta sobre la génesis de las fotos, Messina relata: “Es como cualquier otro trabajo, hay que moldear la imagen hasta que tenga algo para decir. La vamos componiendo, se va generando un relato, le vamos buscando un sentido”. La labor conjunta, la negociación constante (ese tira y afloje entre cómo el modelo quiere mostrarse y cómo la fotógrafa quiere retratarlo) fue dando a luz las más desopilantes escenas: una chica de carne y hueso –pero con cabeza de neumático– que se escapó del almanaque de la gomería, y una oveja que mira de reojo a cámara mientras el profesor de música le dedica una serenata. Los personajes de Bar –-ganadora de una Mención Honorífica del Premio Platt en 2008–, dos paisanos de la provincia que posan desinhibidos delante de la lente, con la frente en alto, el torso desnudo y una vincha con orejitas de conejo en la cabeza. Más adelante, el travesti del pueblo asaltado por la feminidad en forma de adhesivos de colores, un repartidor de garrafas desempleado a raíz de la instalación de gas natural y una versión rupestre de la Coca Sarli. Todos tienen su debut y despedida en el álbum de Gaby. También hay cinco minutos de fama para: la curandera del pueblo –modelo de la foto que ganó el Primer Premio Expotrastiendas en 2008; albañiles embadurnados en achuras, protagonistas de Hacha, la foto que da cuenta del período en el que la artista optó por el vegetarianismo; el dúo kitsch de Peluquería –-ganadora del primer premio de la Fundación Lebensohn en 2008–; los operarios de la central eléctrica que posan alegres en situaciones casi bizarras, la pareja que exhibe orgullosa gallo y gallina propios en el living de su casa, entre otros. “Algunas de las imágenes pueden tener cierto dramatismo, están hablando del amor, la soledad, las pasiones, la homosexualidad, pero son, esencialmente, felices. En general, están inspiradas en la realidad pero siempre con un toque mágico”, agrega Gaby sobre sus creaciones.
Gaby amputó el cordón con el realismo y lo esperable, se reencontró con el juego. En parte, todo esto parece haber sido obra de Pedro y Félix, según explica su madre: “Los niños tienen tanto vuelo, una mentalidad tan fresca, tan brillante, tan alocada. Les importan muy poco las convenciones, la coherencia”. Y de hecho en varias de estas imágenes se invocan situaciones que rozan con el mundo infantil. “Uno crece y se empieza a volver más serio. En mi caso, la maternidad me abrió un mundo imaginario que yo jamás hubiese creído que existía y en el que yo era capaz de meterme. A mí la vivencia de la locura infantil me hizo explotar la cabeza.” ¤
Lima, kilómetro 100 podrá verse hasta el domingo 4 de abril en el Espacio Central del Centro Cultural Recoleta (Junín 1930). De lunes a viernes de 14 a 21. Sábados, domingos y feriados, de 10 a 21. Para más información sobre esta artista y sobre dónde conseguir el libro, consultar: www.gabymessina.com.ar
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