Las obras del subte H todavía no están terminadas. Sin embargo, el PRO ya propuso que exista un vagón exclusivo para mujeres con el fin de evitar que las pasajeras sean tocadas, acosadas o agredidas. La idea despierta debates en todo el mundo: ¿una forma de protección o de exclusión?
› Por Luciana Peker
Pasar por el molinete, bajar las escaleras, arrimarse a la línea amarilla y esperar. Pero no se trata, únicamente, de aguantar sin respirar y sin soplar y empujar para entrar o salir, sino, además, de comprimirse hasta querer volverse invisible, porque en la montonera las manos nos rozan, nos tocan, nos invaden. No siempre –casi nunca– por casualidad o puro amontonamiento, sino porque el amontonamiento tapa la agresión de tocar a una mujer, de tocarnos, de ser tocadas.
Ante el hartazgo de ser vejadas en los viajes, en Japón, Brasil, India, Filipinas y México crearon vagones exclusivos para mujeres. Con ese antecedente, el legislador porteño del PRO Gerardo Ingaramo ya proyecta que el nuevo subte H –que todavía no está terminado– tenga también un sector femenino (que permita el ingreso de niños menores de 12 años) para “evitar situaciones de acoso” con los antecedentes, además, de tres denuncias de abuso sexual –que tendría que haber prevenido la empresa Metrovías– en la línea D, durante el 2006.
“La iniciativa busca crear las condiciones necesarias para evitar posibles acosos en los subterráneos. El frecuente abarrotamiento de gente en el transporte público contribuye a que los manoseos se multipliquen. La creación de un vagón exclusivo no sólo evitará futuros casos de acoso, sino que contribuirá a generar una mayor conciencia sobre el tema. Para ello debemos trabajar sobre la prevención de este delito”, declaró Ingaramo, quien espera que la exclusividad de las pasajeras se multiplique por las líneas A, B, C, D y E que cruzan la Ciudad de Buenos Aires.
El proyecto no dice que los vagones tengan que ser rosa, sino que deben ser identificables. ¿Cómo? La pregunta es inquietante en una gestión que llegó a simbolizar el Día de la Mujer con el retrato de una joven dormida. En Brasil el vagón que lleva hasta Ipanema es rosa y para muchas mujeres fue una –nueva– alegría y para otras un nuevo sello de los estereotipos de género. Rita Alves comenta: “Acá funciona bien, a las usuarias les gusta mucho porque se creó un territorio femenino”. En la India los llaman “Ladies Specials”. En México DF –una ciudad donde salir en musculosa es un riesgo– la experta en violencia de género Sandra Lorenzano apunta que “son muy agradecibles”. Tal vez, por eso, también acaban de instalarse en la ciudad de Guadalajara, donde Las/12 consultó a distintas usuarias sobre este viaje (¿de ida o de vuelta?) a la protección o exclusión de las mujeres: todo un debate.
Gisela Carlos cuenta que en la ciudad no sólo está el vagón sino un colectivo –380– al que no pueden subir varones. “Es agradecible, pero como pasa cada venida de obispo no ayuda mucho: terminas subiéndote en el primero que pase aun si te agarran las nalgas”, cuenta, con un realismo que no quiere resignarse a tolerar el acoso. “Es gacho que terminen creando vagones o autobuses o andenes exclusivos para mujeres, lo idóneo sería que tomáramos cualquier ruta o cualquier transporte sin problemas y sin contratiempos”, reclama. También un varón se sube al colectivo de debate. Eric Lagorio opina: “Me parece una pena que hayamos tenido que llegar a esos límites, pero si es positivo para el bien de las mujeres, ‘malvenido’ sea”.
¿Y si en nombre de la inseguridad femenina se terminara poniendo calles exclusivas para varones y otras para mujeres como proponen –por razones religiosas– los ultraortodoxos judíos en Israel y generar nuevas formas de opresión en nombre de la protección? Si bien la medida puede servir para frenar esas manos que se meten para siempre en el bolsillo de las humillaciones femeninas –y no es menor–, también los riesgos quedan a la vista.
Pero, en contra de los y las que están en contra, Rossana Reguillo, coordinadora del Programa de Investigación en Estudios Socioculturales del Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Occidente (Iteso), delimita el riesgo de las críticas: “He viajado muchas veces en el transporte colectivo y en tres de cada diez ocasiones he tenido que intervenir para frenar los avances de entusiastas toqueteadores frente a jovencitas. Sin embargo, en estos días he leído algunas opiniones preocupantes, como que se trata de ‘segregación’ o de ‘discriminación’ para los hombres (inaudito)... mi posición es que no resuelve lo de fondo: ¿Por qué el cuerpo de la mujer en el espacio público es botín para los deprepadores y qué tenemos que hacer para cambiar esto?, pero que ayuda en lo cotidiano”.
No todas se sienten iguales. Clara Hernández no se banca tener que viajar en corralito: “Como dirían en Argentina, ‘me da bronca’ ver esos vagones exclusivos porque debería haber respeto en todos lados, no sólo donde hay una línea rosa. Sólo te hacen sentir como una ‘nena débil’ que necesita trato especial y no resuelven absolutamente nada. He visto hombres subirse a propósito ahí sólo porque saben que están llenos de mujeres. ¡Sinceramente me siento ofendida de que tomen esas medidas!”.
Gisela saca de la estratósfera la polémica y la cuenta de una manera tan terrenal como andante: “A mí me ha tocado ver que si a una chica le agarran las nalgas o los senos, sobre todo cuando va a bajar y tiene que agarrarse bien porque si no se cae ante los frenones del camionero, las demás pasajeras se quedan calladas, o bien los hombres se ríen. Por eso, me pregunto: ¿El hacer un vagón color rosita, así bien bonito, resolverá esto?.
En la Argentina, ya hay quienes discuten la iniciativa PRO. “No nos parece acertado porque no creemos en la ‘discriminacion positiva’. Nosotras practicamos un feminismo que no excluye al varón, sino que lo suma para sensibilizarlo y para que construyamos un sistema más equitativo, donde el varón empiece a respetar los derechos de las mujeres”, opinan desde la Asociación Civil Las Diversas. La diputada de la Ciudad de Buenos Aires María Elena Naddeo critica: “El transporte público debe ser cómodo y seguro para todos los habitantes. Todavía tenemos capacidad en la ciudad de generar políticas universales. Por eso, diferenciar vagones para mujeres sería consagrar la ineficiencia y la mala gestión de los subterráneos”. Mientras que la legisladora porteña Diana Maffía se sorprende: “¡No lo puedo creer! Hacer un vagón exclusivo para mujeres implica que si una mujer no toma ese vagón está disponible para los tocadores y acosadores. El límite no hay que ponerlo encerrando a las mujeres, sino cambiando una cultura que hace de ellas cuerpos que los varones pueden tocar y depredar. ¿Si una mujer va en un grupo debe segregarse para que no la toquen en el subte? Lo peor es que puede resultar eficaz, justamente porque profundiza el estereotipo”.
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