CINE
Con elenco numeroso y estelar, Paco –el film de Diego Rafecas que se estrenó ayer– repasa la droga de los pobres, el genocidio que genera y la transversalidad del problema.
› Por Guadalupe Treibel
Paco es Francisco Blank y paco es droga de pobres. En torno del personaje (interpretado por Tomás Fonzi) y su adicción merodea el homónimo film de Diego Rafecas, una oda a lo que él mismo ha definido como “los suburbios mentales de la drogadicción y sus oscuras consecuencias en el mundo y la política”.
Irónicamente, el muchacho que cataliza la cinta es high class. Físico cuántico e hijo de una senadora estilo Cris K en tiempo prepresidencial (personificada por –¿quién más?– Esther Goris), Fonzi ya está grande pero siente el vacío de la desatención y lo va a rellenar en los brazos de una ordenanza del Congreso, Nora, en piel y voz (partida) de la bella y étnica Charo Bogarín, cantante del dúo electro toba Tonolec.
Ella es de villa, “una flor de loto en medio del fango”. Y se quieren, se cantan, se drogan. Nora lo introduce en la resaca de la cocaína (léase, paco) y, claro, como en todo thriller, algo sale mal, muy mal. De ahí se dispara un entramado que incluye: a) explosivos de alto calibre, b) una explosión, por supuesto y c) terrorismo. Pero, demos gracias, porque la historia troncal queda compensada por un sinfín de personajes secundarios con bio propia, propio peso y un colorido claroscuro aportado por buenas y creíbles actuaciones. Paco es, en definitiva, una película coral.
Pero... ¿cómo se entrelaza el numeroso elenco? Pues, en el centro de desintoxicación interclasista de la buena de Nina (Norma Aleandro), una mujer que no juzga pasados, quizá porque el propio le haya sido adverso; que se muestra digna (al menos, hasta que la realidad del “subsidio” toca a la puerta); que humaniza las problemáticas de los internados con cariño. “¿Qué le pasa a un buscador cuando no sabe qué encontrar?”, pregunta en plan terapéutico y “sanador”, medio Bucay. La respuesta es clara: le pasa la droga. Y si sos pobre, el genocidio del paco. “Nos llegan entre 40 y 50 casos por día; estamos en caída libre”, justificará (sobre medios para fines) la cabecilla del instituto.
A Aleandro la acompaña Luis Luque como Juanjo, su par de equipo, un moralizante irrompible que... se rompe. Porque lo cierto es que nadie sale impoluto de Paco. Ni la senadora bien intencionada que usa recursos gubernamentales para que acepten a su hijo en desintoxicación, ni la “cambia vidas” que lo acepta. Sintomático de los tiempos: ¿será que el todovale caló tan profundo?
Con escenas crudas y una estética afín, los casos son expuestos desde el pasado inmediato. (Casi) todos los personajes tendrán su momento: la mirada –intensa– los hará volver para recordar de dónde viene el trauma, el problema, la violencia, la necesidad... Mientras, cada clase será presentada con SU música: Cuando tal salga con su auto último modelo, sonará Babasónicos; cuando tal otro esté entre narcos, Pity Alvarez pondrá voz a la situación. El amor de Paco y Nora, en cambio, será de raíz y etnia, con Tonolec a cargo. El leitmotiv, compartido.
Yari (Leonora Balcarce) e Ignacio (Guillermo Pfening) son primos y están por viajar a Francia. Antes se dan unos saques y ¡zas! a Nachito se le ocurre inyectarse en una zona... muy íntima. Y sí, al hospital. Después, al centro del tío Juanjo y Nora a recuperarse. Ella es una chica bien, indiferente, partida hasta la médula por un entorno disfuncional. “¿De dónde vamos a tener sentido común si apenas sobrevivimos?”, dirá en un ataque de sinceridad.
“Mis viejos son horriblemente normales”, contará la Majo de Lucrecia Blanco estableciendo el contrapunto. Ella es artista dentro de una familia conservadora (la formulita de siempre: papá mandón, machista y paternalista que oprime a su esposa, su hija...) y no sabe qué hacer con su adicción ni con la enfermedad que se pescó.
En Dany (Roberto Vallejos) y Flor (Valeria Medina) está la pareja de clase baja que quiere salir pero las instituciones no la dejan: Intentaron en una granjita del estado y terminaron a los balazos con otros reclusos. A pura voluntad (y escopetazo limpio), llegan al centro de Aleandro. Para Dany, Flor siempre será “la salvación” y, a cara de perro, ella tendrá su instinto de supervivencia a flor de piel.
Mención especial merece la figura ¿angelical? ¿etérea? de Sofía Gala Castiglione, supuesta enferma mental encerrada en un hospital donde su médico la viola y hace lo imposible para evitar que salga; también la ¿terrenal? ¿pasada de rosca? ¿carnal? ¿confundida? Romina Ricci, como Yamila, una chica que ha caído en las huestes de mafiosos de pacotilla con tal de conseguir sus dosis. “Es como si yo fuera otra persona, como si no fuera mi cuerpo...”, contará ella sobre el desdoblamiento a la hora del sexo, de “estar puesta”, de las palizas. Como siempre, Ricci es pura energía y, desde los ojos, engancha al espectador con su ternura agridulce, su nosaberquéhacer, su forma border de querer.
Ojo, que faltan los padres, una fauna aparte de Paco: porque al ex alcohólico acompañará el ausente, la travesti que se prostituye y cuida a su hija con uñas y dientes (la conmovedora Susú, de Willy Lemos), los duros que no intentan entender y así... Ni hablar del resto de los “adultos”: el sacerdote adogmático, el fiscal perseverante, el ex adicto que ayuda en los talleres, entre otros.
Por el tamaño de las historias y el fin social que persigue la trama –que contó con el apoyo de la Asociación de Madres en Lucha contra el Paco–, la película de Rafecas hace de megafilm con altas pretensiones pero, a diferencia de su film anterior Rodney, los casos hilvanan y quedan las ideas revoloteando. Las actuaciones acompañan y la decena de casos cumple su rol expositivo. Se habla de genocidio neoliberal, de favelización del conurbano, de droga de exterminio. Y sirve. Sirve también entender que el país ya no es país de tránsito; se ha convertido en productor. Como ha explicado el director en una oportunidad: “El paco está destruyendo una clase social en la Argentina. No hay estadísticas ni una política seria contra este problema”.
Sin más... Desde el afiche, el film devuelve la máxima “Paco, la punta del iceberg” y su sinfín de historias cruzadas juega al punto de fuga, a los sentidos posibles, a los senderos que se bifurcan a partir de la drogadicción. Es cierto que, por momentos, se vuelve una cinta de venganza (la revancha por el amor perdido, robado) pero no por eso deja de develar los mecanismos que funcionan a nivel institucional y personal, que dan carbón al motorcito de la adicción. Sin bajar fórmulas moralizantes, Paco permite pensar una realidad cercana: la de la exclusión y sus consecuencias, la del gobiernoquemiraparaotrolado, la de la excitación ABC1 por sentiralgomás. Todo junto y revuelto, como ocurre en el día a día. Como dicen por ahí, “pasa en el cine, pasa en la vida real”.
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