Vie 30.04.2010
las12

OPINIóN

La materialidad de los cuerpos

La exposición pública de Felipe y Marcela Noble Herrera motivó estas reflexiones de la politóloga y dramaturga Mariana Eva Pérez, quien encontró a su hermano desaparecido en el 2000, después de más de 20 años de búsqueda.

› Por Mariana Eva Perez

“Somos Marcela y Felipe Noble Herrera.” Así comienza el video. Es Felipe el que habla, mejor dicho, el que lee el teleprompter. El graph sobreimprime: “Hermanos Noble Herrera”. Queda claro desde el vamos que repetirán lo que dice la solicitada firmada (ahora sí) por ellos, luego de que la Cámara de Casación negara un recurso para impedir los análisis genéticos porque no llevaba sus firmas, sino la de los defensores de Ernestina Herrera de Noble. Negarse en nombre de las víctimas, ¿fue una burrada de los abogados, un exceso de impunidad propio de los omnipotentes o un artilugio defensivo que no contaba con la aprobación de los supuestos representados? Para despejar toda duda al respecto, qué mejor que hacerles comprometer el nombre y el cuerpo a Marcela y a Felipe, que por fin “rompan el silencio”, como se dice en la jerga periodística. Eso habrán pensado los muchos y muy caros abogados y publicistas que asesoran a la dueña del multimedios Clarín. Porque hablamos de ella, de una de las personas más poderosas de este país, y no de cualquier “mamá”, como le hacen decir a Felipe y sólo a él, con su dicción infantil, ni tampoco de la simple directora de un diario, como también le hacen decir.

Les hacen decir, sí, porque en esta filmación, ni Marcela ni Felipe dicen nada. Es más, no hay “Marcela” y “Felipe”, sino “Marcelayfelipe”, una única entidad, homogénea, indiferenciada, los “Hermanos Noble Herrera” que proclama el graph.

Por más que la factura urgente y desprolija del video quiera sugerir espontaneidad, la puesta en escena es evidente. Por más que esa evidencia se exponga (en dos momentos una segunda cámara los muestra hablando a la primera), el procedimiento no alcanza para producir la ilusión de que Felipe y Marcela, por propia decisión, en una casa y con la ayuda de un par de amigos, filmaron esta declaración, redactada antes por ellos mismos.

Clarín, digámoslo una vez más, es un multimedios. Esta gente sabe hacer televisión. Si la cámara amaga ir a Felipe pero se detiene y se queda con Marcela, si nos muestra a Felipe con cara extraviada, sin texto, en un plano fugaz, si permite la camisa desarreglada de Marcela, nada de esto puede ser por impericia. Había que camuflar al mutimedios detrás de la operación y borrar todo indicio de poder y riqueza. Por eso ese living beige berreta, por eso Marcela a cara casi lavada, con vestuario de señora y aros de fantasía.

Marcela y Felipe se alternan en la lectura, pero el discurso es uno solo. Su fragmentación responde a la necesidad de hacer más dinámico el formato del testimonio a cámara (un plomo) y, más importante, de comprometerlos a los dos por igual, de mostrarlos unidos en la defensa de Ernestina Herrera de Noble, de acallar el rumor que circula de que Felipe quiere saber.

El video muestra en cambio a Felipe sin dudas, aunque su hablar trabajoso recuerde a los mellizos Reggiardo Tolosa en su raid televisivo de 1994, aunque siga con dificultad el teleprompter, aunque el director haya decidido dejar ese instante en el que se queda sin texto. A Marcela le toca hablar más. Lee pausado y claro, con intención en algunos tramos con los que parece identificarse más, en otros con la mirada fija y el tono de vaga indignación que emplean María Laura Santillán o Lorena Maciel cuando dan las noticias del caso.

No interesa demasiado qué dicen, qué les hacen decir. Es un discurso que ya conocemos. Lo interesante es preguntarnos qué se busca al poner este discurso en boca de Marcela y de Felipe. Qué se busca al poner sobre la mesa, como última carta, la materialidad de sus cuerpos. ¿Qué se juega en los cuerpos de los niños desaparecidos de ayer, de los hombres y mujeres de hoy que se resisten a conocer la verdad sobre sí mismos, de aquellos otros que sí se atreven? ¿Qué se juega ahí para la sociedad? ¿Por qué un multimedios puede pensar en utilizarlos como último recurso? No es morbo lo que nos lleva a querer conocerlos, escucharlos, entenderlos. Ahí, en sus cuerpos, reside una violencia que los excede y que nos toca a todos. Por eso la palabra “apropiación” ya no alcanza, hay que inventar nuevos conceptos para dar cuenta de la dimensión social del crimen cometido. Por eso hablar de “intimidad” tampoco es suficiente. Habrá que pensar en una nueva forma de lo íntimo tan profundamente atravesado por un crimen contra todo el cuerpo social. Hay algo obsceno en la exposición pública de Felipe y de Marcela, pero no está en nuestra mirada. No asistimos a la lectura de esa declaración como voyeurs. Tenemos, todos, un interés legítimo en la verdad sobre la identidad de Marcela, de Felipe, de todos los niños desaparecidos. No podemos dejar de mirarlos, además, porque en la materialidad de sus cuerpos se aloja la prueba del delito y la posibilidad de repararlo siquiera parcialmente.

Pero si antes no sabíamos qué posición tomaban realmente Marcela y Felipe, ahora tampoco. Habrá que prestar atención entonces no a lo que dicen (lo que leen), sino a los agujeros en el discurso, a los cambios de tono, a la mirada fría de Marcela y a la mirada perdida de Felipe, para seguir aferrándonos a la esperanza de que tanto horror no es posible, no es verdad. A Marcela se le patina la palabra “desaparecidos” las dos veces que le toca pronunciarla, como si quisiera pasarla de largo. Felipe corta las frases en cualquier parte. Marcela lee con convicción, con hartazgo: “No queremos sufrir más, no queremos que nos lastimen más”, y le creemos. “Somos dos personas adultas e independientes que tomamos nuestras propias decisiones”, lee Felipe, zezeando, y el corazón se nos comprime y nos sentimos de más frente a la pantalla, no queremos mirarlo, no tenemos por qué ver el espectáculo de ese hombre que habla como un niño, defendiendo a la persona que le hizo eso. Hay algo obsceno en esta puesta en escena, algo que no está en nuestra necesidad de que estos cuerpos se hagan presentes, pero las palabras de las que disponemos no me alcanzan más que para rodearlo.

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