Claudia Sobrero
› Por Marta Dillon
Apenas habían pasado cinco días desde que el crimen había sido cometido y ella ya había perdido su nombre para ganar un artículo antes de su apellido. Decir “La” Sobrero no era una forma de ningunearla sino al contrario, una manera de señalarla culpable, de mostrarla otra, distinta del resto, merecedora de escarnio y aislamiento. Cada uno de sus gestos fue leído siguiendo el manual del perfecto asesino. La perfecta asesina, que es peor, porque no sólo había roto el contrato social, también había despreciado el mandato de su género. Su sonrisa de 21 recién cumplidos, sus ojos celestes que podrían haber sido angelicales eran entonces espejos de perversión; siniestros, por lo cercano de sus rasgos. Ella había participado del crimen del dibujante Lino Palacios en 1984 junto a otros dos jóvenes, menores que ella, que recibieron, por lo tanto, penas menores. Reclusión perpetua más la aplicación del artículo 52 que deja sin efecto los beneficios de los que podría gozar 20 años después por buena conducta. La pena máxima jamás aplicada antes a una mujer. No importó entonces que su defensa fuera débil, ni su fragilidad en tanto adicta a drogas ilegales. Frente a la atrocidad del crimen de una figura pública esta otra figura a la que se fotografió mientras dormía en su celda apenas apresada como símbolo de la falta de arrepentimiento parecía operar como contrapeso necesario para dejar las cuentas saldadas. Claudia Sobrero creció en la cárcel. Sus hijas fueron separadas por decisión salomónica: la mayor, de cinco, iría a vivir con la familia materna. La menor, de dos, con la paterna, y su madre le perdería el rastro para siempre. En la cárcel terminó el secundario, se graduó como socióloga, se anotó en cada taller que pudiera ofrecerle una mínima ventana a lo que sucedía afuera: teatro, serigrafía, expresión corporal, animación cinematográfica. Sin embargo, la cárcel, la tumba como le dicen quienes la padecen, nunca dejó de proyectar su sombra. Cuando había cumplido 23 años de prisión efectiva y empezó a gozar de la libertad condicional fue apresada por una tentativa de hurto. Volvió a prisión, su libertad será efectiva recién en 2011, cuando se computen 30 años de aislamiento. ¿Es una mujer quebrada? En el documental Claudia, de Marcel Gonnet, es posible sentir la asfixia del sistema penitenciario, esa institución social que declama fines que jamás cumplirá, que habla de “reinserción” en la sociedad aun cuando la mayoría de quienes pueblan sus celdas nunca conocieron la inserción, que siempre promete reformularse para alcanzar sus objetivos aunque la necesidad de reforma haya nacido con la institución misma. Todo eso puede verse. Pero no a Claudia quebrada. Infantilizada, tal vez. Demandante, como cualquier persona que debe pedir permiso para casi todo, menos para respirar. Con ansia de saber cómo es la vida afuera; con la resignación rabiosa de quien es capaz de escuchar que en su primera salida en libertad condicional no se le dio trabajo para que se “enfrente con la sociedad en su dificultad” –palabras del ex procurador penitenciario Francisco Mugnolo–. Claudia Sobrero, esa perfecta asesina a quien en la célebre serie de televisión se le dio el mote de “cuchillera” haciendo ficción sobre los hechos pero usando su nombre y lo que en el imaginario popular quedó de su historia, aparece en el documental que le restituye su nombre, el de pila, el de los afectos, hundiendo su cabeza en el mar, un deseo que ella había proclamado años antes cuando se le preguntó en este mismo suplemento qué era lo que más extrañaba de la vida afuera. “Sumergirme”, había dicho entonces, como se sumerge ahora en la vida cotidiana en salidas transitorias que empiezan y terminan en ese penal que fue su hogar, un penal construido durante la última dictadura militar como falso ejemplo de humanidad por estar rodeado de verde. Ese discurso, el de la dignidad de las cárceles, repetido entonces y ahora en democracia como si hubiera algún correlato entre la dignidad y la institución total se convierte en perversa paradoja cuando encarna en el cuerpo de esta mujer que a pesar de todo puede reírse fuerte, besar y buscar a su hija menor recorriendo la lista de nombres iguales que aparecen en la guía telefónica.
Claudia se presentará en el XII Festival DerHumAlc: Viernes 30 de abril, 20 hs. Alianza Francesa, Av. Córdoba 936, Buenos Aires. Domingo 2 de mayo, 17 hs. Auditorio Casa del Bicentenario, Riobamba 985, Buenos Aires. Entrada libre y gratuita.
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