Cristina Vila es psicóloga y perita judicial en causas de violencia contra la mujer y abuso sexual a niños y niñas. Tiene 66 años y 44 de ejercicio profesional. El 20 de marzo un hombre vestido de militar la atacó en el ascensor de su casa y le dio más de sesenta patadas hasta desvanecerla. Dio una conferencia de prensa en la Legislatura porteña, pero las amenazas no terminan. Cristina dice que su lucha tampoco, pero pide seguridad. No sólo para ella, sino para que otros/as profesionales no se atemoricen de defender a las víctimas de violencia de género.
› Por Luciana Peker
A las 13 horas, del sábado 20 de marzo, Cristina Vila iba a subir al ascensor de su casa cuando el miedo, el verdadero, el que no es amenaza, ni intimidación, sino golpe, se hizo presente en su cuerpo, en su casa y en su vida. Que no es sólo la suya, sino el símbolo de la intimidación y la violencia con los psicólogos/as que atestiguan como peritos o atienden a victimas de violencia de género o abusos sexuales. Pero que en ella tiene nombre y tiene marcas. “Yo iba a subir al ascensor cuando vi aparecer la cabeza de un hombre atrás mío que no me dejó lugar a dudas de que era una persona de dos metros, con un uniforme (cinturón y chaqueta) militar, decididamente agresiva. Me bloqueó la puerta y le dije algo desconcertante: ‘Gracias señor por haberme abierto la puerta’, que en realidad la había abierto yo. Después de eso, mi siguiente recuerdo es que estaba en el piso y él me estaba pateando desde la boca hasta el principio del pecho. Duró bastante: fueron sesenta patadas con botas de goma”.
Cristina tiene 66 años y es psicóloga desde el año 1966. Hace 44 años que es terapeuta. Fue fundadora de la Sociedad de Terapia Familiar. Estudió en Estados Unidos. Y fue una de las pioneras en hablar de la desigualdad de género en la Argentina, de las mujeres golpeadas y de los sobrevivientes adultos de incesto. Hace doce años que es perita de parte y del Poder Judicial. Ahora, también, se dedica a realizar asesoramiento, diagnóstico, psicoterapia y supervisión en Trastorno de Estrés Postraumático y evaluación de daño psíquico como consecuencia de un abuso sexual.
Hace menos de dos meses –en vez de un reconocimiento por sus seis décadas de trabajo– recibió sesenta patadas como represalia –en lo que se presume– a alguna de sus pericias en las que dictaminó que alguna mujer era maltratada o algún niño/niña era abusada/o sexualmente. El 14 de abril se realizó una conferencia de prensa, organizada por las diputadas María Elena Naddeo y Diana Maffía, adonde también asistieron María José Lubertino, Jorge Selser, Julio Raffo y Raúl Puy, para denunciar la violencia contra Cristina Vila y pedir por su seguridad.
Sin embargo, las amenazas no frenaron. Ni siquiera puede ir a la facultad a dar clases sobre hombres violentos. ¿Quién quiere callarla? ¿Y quién gana si se la calla a ella que es un eco de la defensa de mujeres y niños/as?
–He trabajado tanto el año pasado para las víctimas que supongo que tiene que ver con alguna de las causas en las que intervine...
–Sí.
–El ataque no tiene que ver con mi tarea como psicoterapeuta, ni con nada personal.
–No. Tenía mi cartera con mi celular y mi billetera. Y nada me desapareció.
–Bueno, esos golpes no fueron amenazas, sino un acto de amedrentamiento importante. Después tuve una llamada telefónica amedrentadora. También intentaron entrar a este departamento pensando que estaba vacío...
–Sí, ya tengo nueve denuncias realizadas en la comisaría que fueron elevadas a la fiscalía. Allí soy querellante para asumir la voluntad de denuncia.
–No. Tuve nuevamente un seguimiento. Mi empleada también tuvo un seguimiento y un interrogatorio por parte de una persona que le exigía saber cuándo yo estaba sola en este departamento.
–Yo creo que es una organización porque hubo trabajo de inteligencia y un número importante de intimidaciones.
–He tenido terror, he tenido pánico. Tengo miedo.
–Sí, tengo un estado de vigilancia y alerta personal. Y dispongo del servicio de custodia dispuesto por la fiscalía y vigilancia policial por las noches.
–No, no salgo nunca a la calle. Estoy recluida. Y en los pocos momentos que he salido me han seguido, así que ahora salgo con custodia. O a veces voy a un negocio que queda enfrente y los llamo por teléfono y me acompañan a cruzar la calle. También tengo miedo cuando voy por las escaleras del edificio y hasta cuando estoy en la puerta...
–Sí, no debería ser así...
–Supongo que voy a poder retomar con un custodio. Por ahora, no pude seguir con las clases sobre hombres violentos.
–Sí.
–Yo soy una referente en este campo, pero, por supuesto, que no está dedicado a mí. Por eso no quiero que quede impune. Porque han hecho, en estos años, desertar a muchos profesionales. Y siguen intentando que la gente no continúe defendiendo a las víctimas de abusos sexuales y maltrato por miedo a ser maltratados ellos y/o sus familias al comprometerse en estas causas.
–Siempre supe que era peligroso. Esto se plasmó cuando, a principios de la democracia, desde que puse el cartel que decía “Oficina de mujeres golpeadas en el segundo piso”, en la escuela de salud pública de la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires escribían en contra de nuestro trabajo consignas como “Las golpeadoras serán ustedes”. Y todo el mundo que trabajaba conmigo sentía el mismo peligro. Yo hice mi formación en Texas –donde la portación de armas es legal– y hacía poco que habían muerto dos psicólogas a tiros en un juicio público. Entonces, yo crecí en la profesión con la conciencia de la muerte de mis colegas.
–No sé por qué.
–Es necesaria una ley que proteja a los profesionales y más seguridad para las víctimas. Hay que prestarle más atención a esta especialidad para poder defender a las personas que sufren violencia.
–Yo no puedo decir qué hacer, pero sé qué se hace en otros países en donde se coloca a los refugios de mujeres golpeadas en lugares secretos o al lado de un cuartel de policía o de bomberos donde se pueda cuidar a las víctimas y a los psicólogos. Esto lo cuento en mi sitio de Internet http://www.stresspostraumatico.com.ar/
–Yo soy una referente en este campo y hacerme desaparecer –un término de otros tiempos pero que me sale del alma– o callarme tendría algún sentido. Pero, a pesar de que las amenazas continúan y que tengo miedo, no me voy a callar. Ni me van a detener. Por suerte, ya me llegaron nuevos casos que defender.
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