Una intérprete que se identifica con una pensadora del siglo XX, gracias a la obra de Mario Diament Un informe sobre la banalidad del amor, produce un suceso de público y de crítica en el Cervantes, con la afinada dirección de Manuel Iedvabni y la participación coprotagónica del excelente actor Osmar Núñez.
› Por Moira Soto
Sobre el escenario, una actriz se convierte en una pensadora a la que desconocía antes de interpretar a ésta en una pieza teatral inspirada en los conflictivos amores de Hannah Arendt y Martin Heidegger, Un informe sobre la banalidad del amor, firmada por Mario Diament. Por esos misterios de la intuición y la transfiguración, sin duda cimentados en genuinos recursos interpretativos, Alejandra Darín, además sin semejanza física con la filósofa judía alemana –nacionalizada estadounidense– que inventó una nueva manera de pensar el mundo, encarna desde la mente y el corazón a Arendt en cinco escenas a través del tiempo (1925, 1926, 1930, 1933, 1950), que dan cuenta de su relación con ese filósofo tan genial como pusilánime, que tuvo complicidades con el nazismo. El título de la notable obra de Diament alude a Eichmann en Jerusalén, Un informe sobre la banalidad del mal (1963), texto donde Arendt presenta al criminal nazi como un burócrata ordinario sobre todo interesado en hacer carrera, imagen de la ruina de la conciencia moral y política según la polémica y original pensadora, autora asimismo de obras capitales de la filosofía política de siglo XX (Orígenes del totalitarismo, La vida del espíritu, Una revisión de la historia judía, Hombres en tiempos de oscuridad, Entre el pasado y el futuro, Sobre la Revolución) y asimismo de una biografía sobre Rahel Varnhagen, intelectual judía de fines del XVIII, comienzos del XIX, que se rodeó de los poetas más distinguidos y reconoció muy tempranamente el genio de Goethe, sobre quien dejó un ensayo.
Sin haber leído todavía Entre amigas, el hermoso libro que reúne las cartas que se escribieron Arendt y Mary McCarthy entre 1949 y 1975 (editado por Lumen), Alejandra Darín refleja esa “vitalidad eléctrica” que maravillaba a la escritora sureña. Hannah y Mary se profesaron enorme cariño a través de 30 años, y en esas deliciosas misivas tanto discurren sobre la receta del café crème como se cuentan chismes, hablan de ropa o comentan los trabajos literarios o filosóficos que tienen entre manos. Tremendamente herida después de la muerte repentina de Arendt, McCarthy, tratando de dar una imagen de la singular inspiración de su amiguísima, dijo: “Hannah había oído una voz como la que habló a los profetas”. Y así recordó la primera vez que la había visto hablando en público: “Me hizo pensar en lo que pudieron haber sido la Bernhardt, la Berma de Proust, una magnífica diva”.
En su estilo profesional, Alejandra Darín es lo menos parecido a una diva que pueda imaginarse en la farándula local, un espacio al que ni siquiera le interesa pertenecer. Darín ha hecho bastante TV para ganarse la vida, se ha ido afirmando en el teatro, particularmente interpretando piezas de Diament: Esquirlas, El libro de Ruth, Cita a ciegas. Sin embargo, esta actriz no es exactamente la “musa” del escritor, como ha dado en llamarla cierto periodismo. De hecho, haber obtenido el rol de Esquirlas se lo debe en realidad a una situación de justicia poética: “Llegué a esa obra porque se bajó la actriz que había sido convocada en primera instancia. Y resulta que unos diez años antes, con esa actriz había hecho un programa de TV y la padecí mal. Mi papá solía decir, sin ánimo vengativo, la frase ‘Siéntate en la puerta de tu casa y verás pasar el cadáver de tu enemigo’. Una figura literaria para expresar que las injusticias se reparan sin necesidad de salir a buscar revancha, porque la vida va reacomodando las cosas. Así que una década después de haber recibido ese maltrato horrible, se produce este espléndido resarcimiento...”
—Exactamente. Conocía Crónica de un secuestro y alguna otra obra suya, pero no a él personalmente, con quien mantengo ahora una amistad entrañable. Bueno, me llega Esquirlas, la empiezo a leer y no puedo parar, me olvido de todo hasta llegar al final, conmovida hasta las lágrimas. Cuando pude parar de llorar, agarré el teléfono y lo llamé, ese fue mi primer contacto con Mario. Creo que sus obras, además de ser buenas para la escena, son literatura, las querés tener en tu biblioteca. Van a permanecer, fuera de modas y corrientes.
—Claro, porque una cosa es que un personaje te interese, te provoque, y otra que sientas que tiene un arraigo profundo en quien sos vos. Uno de los aspectos que más aprecio del teatro de Mario es la forma en que escribe sobre las mujeres, desde las mujeres, con un conocimiento y una sensibilidad sorprendentes, libre de los habituales preconceptos.
—Sin duda se van sumando factores a favor que me predisponen, además de su interés sincero y de su buena fe hacia los personajes femeninos, la calidad de sus piezas, el afecto que me acerca tanto... Mi sensación es que nado fluidamente en sus personajes, con soltura, naturalidad, sin dejar de percibir sus distintas facetas. E incluso te puedo decir que con la misma obra, aunque la interprete durante mucho tiempo, como es el caso de Un informe..., mi deseo de seguir haciendo ese personaje se mantiene muy vivo, función tras función, porque advierto que no se agota, siguen ocurriendo nuevos descubrimientos. El otro día le escribí un e-mail a Mario donde le decía que si tuviese que elegir un concepto entre los que se dicen en la obra, sería esa frase de Hannah al final en la carta: “Solo el amor es capaz de infundir razón a la existencia”. Poder pronunciar este pensamiento a un grupo distinto de gente cada vez, de gente que en general lo recibe y se emociona, para mí en lo personal es algo maravilloso, un verdadero privilegio. Algo que me justifica como persona, como actriz. Más allá de la apreciación personal que haga cada uno, creo que Un informe... habla del amor, de ese amor que básicamente tiene que ver con el perdón, con la piedad para con uno mismo, con comprender las razones del otro aunque no las compartas. En este caso, Martin Heidegger, gran amor de Hannah, con sus simpatías por el nazismo, su colaboracionismo por conveniencia que no pudo reconocer.
—Es lo fantástico del teatro. Y no te cuento lo sublime que puede resultar cuando se produce esa alianza, esa convergencia entre el texto, los actores, el público. Siempre con Osmar, antes de empezar la función, nos deseamos mutuamente “Buen viaje”. Porque es una travesía distinta siempre y hace falta un alto grado de concentración para que todo se articule. Pero cuando sucede, es una gloria, algo superior.
—Desde el vamos, nunca se me ocurrió hacer nada que tuviera que ver con la imitación ni en lo físico ni en lo gestual, sino más bien tratar de acercarme a su espíritu, a su personalidad. Obviamente, no me iba a doctorar en politología en tres meses, tampoco soy judía. Tenía que trabajar con mis recursos y, por suerte, la relación con Manolo Iedvabni, el director, y con Osmar Núñez, así como con todo el equipo de trabajo, fue y sigue siendo estupenda. Me metí en YouTube, vi a Hannah ya de grande en una entrevista, en otras grabaciones. Me concentré en percibirla, en encontrarle el tono interior. En esa charla tenía 50 y pico, y la noté muy moderna, desenvuelta, desfachatada para una época en que yo estaba naciendo y las señoras todavía tenían que ser modosas, aunque ya afloraba la generación que marcó la ruptura. Por eso, las de mi generación pudimos empezar a disfrutar cada vez más de esos logros de nuestras madres. Yo les estoy muy reconocida a esas mujeres, hablo de las más cercanas, como mi mamá y mi abuela, que nació el mismo año en que Hannah, y que se murió a los 101, hace un par de años, y supo ser un espíritu femenino poderoso. Debo decir que la Hannah que vi en YouTube no me sorprendió: esperaba encontrar a una mujer con semejante temperamento y ese brillo interior que no dependía de la alta posición académica que ocupaba en ese momento, sino de sus atributos de siempre, desde que era una niña. Es un personaje que me da la posibilidad de profundizar en zonas que me conciernen personalmente. Cuando ella dice en la obra: “Será por eso que siempre tuve la sensación de que mi verdadera patria era algo mucho más intangible”, me siento plenamente expresada. Porque la verdad, soy argentina por lugar de nacimiento pero no creo demasiado en la argentinidad; vengo de una familia católica pero yo no lo soy... No me parecen valores para apoyarme los nacionalismos, los dogmas, las fronteras. Creo que detrás de esas construcciones anidan las peores miserias humanas, los racismos, las intolerancias, determinados crímenes. Tampoco acepto que se les imponga a los hijos las propias creencias religiosas, si es que las tenés. Me parece mal educado andar por la vida con tantas certezas, no darle al otro la oportunidad de elegir. Por eso es que siento que Hannah Arendt habla por mí, que trato de despegar de todas las etiquetas, que me he pasado la vida diciendo que no tenía grupo de pertenencia, que no me gusta sentirme atada a ninguna institución. Ni siquiera como actriz quiero ser encasillada. Todo esto lo vivo sin la menor sensación de paria o de desclasada, sino simplemente de una independiente fuera de casillero, libre. Sin estar sujeta a nada ni a nadie. Y obviamente sin estar dispuesta a especular con alguna forma de trueque o de acomodo. Cualquier sospecha de condicionamiento me genera una rebeldía automática.
—Salimos de gira con el Cervantes en julio y agosto. En septiembre volvemos a otra sala, todavía no sabemos cuál, lo seguro es que vamos a seguir. Esta obra —el texto, esta puesta— ha generado en quienes la hacemos y en el público cosas muy hermosas, emociones muy elevadas. Despierta un amor muy especial, no es una pieza más.
Un informe sobre la banalidad del amor, hoy viernes y mañana sábado a las 21.30, domingos a las 21, a $ 30, en la sala Orestes Caviglia del Teatro Nacional Cervantes, Libertad 815, 4816-4224.
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