PERFILES > MARíA RACHID
› Por Flor Monfort
“Nos van a acompañar”, dijo María Rachid apenas se conoció la media sanción que logró en Diputados la ampliación del Código Civil que permitiría el matrimonio entre personas del mismo sexo. Se refería a los senadores y la sanción definitiva que haría ley una lucha de años de militancia. Una vez más, Rachid, presidenta de la Federación Argentina de Lesbianas Gays Bisexuales y Trans, se expresó contundente y sintética, con ese discurso que permitió instalar en la agenda política y pública una discusión que parecía compleja y enmarañada. Lo que para muchos era un entrevero académico, las sinuosas curvas donde se perdía el porqué, el cómo y el para quién, ella lo desplegó en pocas, simples, hábiles sentencias. Y las palabras, cuando están bien utilizadas, son poderosas. Y empoderan.
Con la consigna “Los mismos derechos con los mismos nombres”, la Falgbt se afianzó en esa línea, volviendo irrefutable una verdad de hecho y ya posicionada por las políticas de derechos humanos, sin victimizar la elección sexual y dejando de lado la práctica cotidiana: si los homosexuales son personas, deben tener los mismos derechos que los que siguen la heteronorma.
Consciente del poder del slogan y la campaña que se multiplica detrás de él, a paso ágil y firme, María Rachid supo montar un prolijo fondo presente en cada conquista –el primer casamiento logrado bajo amparo, la unión de Ramona y Cachita (dos mujeres mayores, a contramano de todo estereotipo) y ahora la aprobación de la Cámara baja para seguir adelante– que alentó una militancia que parecía un poco adormecida antes de la creación de la Federación que ella preside desde hace casi cuatro años y que le permitió gozar de un puesto en el Inadi, donde llegó de la mano de María José Lubertino para entregarle la causa más mediática de ese organismo: el matrimonio “para todos y todas”.
Es que si algo parece haber medido Rachid es el peso de la visibilidad: no en vano cumplió el rito de la unión civil junto a su pareja cuando era candidata a vicejefa de Gobierno del Partido Obrero –en 2003– aun cuando calificaba ese logro de “insuficiente”, parte de su estrategia destinada a marcar distancia con la histórica Comunidad Homosexual Argentina (CHA) que, hay que decirlo, nunca se caracterizó por ser inclusiva con las lesbianas, salvo por la vicepresidencia de Mónica Santino, allá por la primera mitad de los ‘90.
Conocida por su capacidad de mando, capaz de disciplinar a la numerosa tropa de organizaciones que integran la Federación –y que eran prácticamente invisibles hasta que los recursos de amparo exigiendo el matrimonio sacaron a la luz a otros militantes de formación sólida y labia convincente–, Rachid puede considerar un triunfo personal esta media sanción histórica a la modificación del Código Civil en una Cámara de Diputados en la que nadie pero nadie nadie habló en primera persona de los derechos que se estaban asegurando para otros, para otras, nunca para sí ni para el conjunto de la ciudadanía. Aunque, es verdad, hubo quien orgullosamente habló de su hijo gay. Esta invisibilidad que opaca la diversidad dentro de un cuerpo tan numeroso como el que integra la Cámara baja –¿ni siquiera un o una bisexual?– tal vez sea una de las muestras del bagaje cultural de homofobia, lesbofobia y transfobia que hacen a nuestro ser nacional. Una herencia que Rachid sabe desbaratar cada vez que impone su imagen, su discurso y su militancia cual martín pescador instalado en el camino que no se podrá seguir transitando sin, al menos, entrar en diálogo con sus razones. Que lentamente, conquista a conquista, se van convirtiendo en las razones de todos y de todas. En cuestiones clarísimas como el agua, tanto como la consigna que ahora está a punto de convertirse en ley: “Los mismos derechos, los mismos nombres”, no importa quién los ejerza.
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